Hace unos días, en el taller de joyería de Tiffany & Co. en Manhattan, cerca de una docena de joyeros limaban anillos de compromiso de oro mientras una pequeña aspiradora instalada en cada una de sus estaciones de trabajo succionaba el polvo de oro para fundirlo y reciclarlo. Es una tarea lenta y meticulosa, que en muchos sentidos no dista mucho del proceso que los artesanos han seguido durante cientos de años.
En cada estación hay un pequeño trozo de madera, con un corte en “V” en el centro, que está fijado a la mesa de trabajo justo debajo del nivel de los ojos. Se llama astillera y los joyeros colocan allí los anillos para limarlos. Las astilleras de los joyeros más experimentados están tan desgastadas que casi parecen trozos de madera erosionados por el agua. Pero algunas tienen poco uso, señal del puesto que ocupan sus dueños: aprendices.
Dos de los joyeros que trabajan en el taller este día son parte de los ocho aprendices del programa de capacitación de dos años de Tiffany. LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton SE y Tiffany se han asociado con el Fashion Institute of Technology de la ciudad de Nueva York y el Studio Jewelers, una escuela de oficios en Manhattan, para brindar a los aprendices capacitación teórica y técnica. También obtienen experiencia práctica trabajando junto a joyeros experimentados de Tiffany. A principios de este año, Tiffany lanzó otro programa para siete aprendices más, que están tomando clases en la Escuela de Diseño de Rhode Island. La joyería paga los salarios de los aprendices mientras están en el programa y, si dominan las habilidades, tendrán la oportunidad de quedarse en Tiffany y fabricar joyas de lujo.
“Estamos enseñando a la próxima generación de artesanos la importancia de los detalles”, dice Dana Naberezny, directora de innovación joyera de Tiffany y jefa de su taller en Manhattan, mientras camina entre las mesas de trabajo y muestra una exhibición de herramientas con forma de martillo, incluida una utilizada por el abuelo de uno de los joyeros.
Formar a la próxima generación de artesanos se ha convertido en una misión crítica para la empresa matriz de Tiffany, LVMH, el conglomerado francés que también es propietario de Louis Vuitton, Christian Dior y otras 72 marcas. La compañía de lujo más valiosa del mundo enfrenta una escasez de trabajadores que amenaza con frenar su producción de los codiciados bolsos, zapatos y joyas, lo que refleja el desafío de la industria en general para equilibrar la fuerte demanda de productos de alta gama hechos a mano con el interés en el oficio de artesano que va a la baja poco a poco.
LVMH prevé que tendrá una escasez de 22 mil trabajadores para fines de 2025, un déficit récord. Alrededor de dos tercios de esos puestos deben ser ocupados por vendedores de las tiendas exclusivas de LVMH y empleados de sus hoteles alrededor del mundo. El tercio restante son artesanos y diseñadores, una cifra más pequeña, pero que en muchos sentidos es más crucial para la empresa. Gran parte del atractivo de los artículos más codiciados de LVMH (un anillo de compromiso de Tiffany, un bolso de piel de Loewe, un reloj Hublot o un suéter de Loro Piana) es que están al menos parcialmente hechos a mano. La artesanía es parte de lo que justifica los elevados precios de los artículos y el argumento de marketing de la empresa de que está honrando la herencia de sus marcas, algunas de ellas fundadas hace más de un siglo.
A pesar de una reciente desaceleración en las ventas de LVMH y otras marcas de lujo, la demanda de productos de alta gama es mucho más fuerte que antes de la pandemia. Esto choca con una disminución de décadas en el número de personas que saben cómo soldar y engarzar joyas de alta gama, coser a la perfección bolsos que cuestan miles de dólares o confeccionar zapatos de cuero desde cero. Con cada generación, más trabajadores en Estados Unidos y Europa se han alejado de este tipo de trabajo manual, prefiriendo en cambio puestos vinculados a lo que se conoce como economía del conocimiento.
LVMH está tratando de resolver su escasez de trabajadores intensificando la capacitación práctica, con el fin de impulsar las carreras de miles de artesanos en los próximos años. “Las personas no están capacitadas, necesitamos encontrarlas y formarlas”, dice Alexandre Boquel, quien reside en París y dirige el programa de aprendizaje de LVMH, conocido como Métiers d’Excellence.
El objetivo de tener aprendices, afirma Boquel, es “perpetuar el savoir-faire del grupo”. Si él y sus colegas no logran crear una reserva de trabajadores cualificados para el conglomerado, entonces no podrán “mantener los niveles actuales de crecimiento”, agrega.
La dificultad para hallar artesanos cualificados ya está afectando el ritmo de crecimiento de otras empresas de lujo. “Buscamos desesperadamente contratar gente”, manifiesta Marco Angeloni, director ejecutivo del fabricante de trajes Raffaele Caruso SpA. “Ha sido mi dolor de cabeza número uno el año pasado”.
Caruso tiene su sede en Parma, Italia, y confecciona trajes que pueden costar hasta 5 mil dólares cada uno para algunas de las principales marcas de lujo del mundo, aunque la empresa también los vende al por mayor. Los empleados tardan unas nueve horas para crear a mano los trajes. “La pandemia exacerbó la falta de trabajadores”, dice Angeloni, “porque muchas empresas en Italia y otras partes cerraron temporalmente o redujeron su producción, lo que provocó que muchos artesanos experimentados se jubilaran anticipadamente y obligó a los empleados más jóvenes a moverse a otras industrias. Las pequeñas fábricas, incapaces de sobrevivir, cerraron por completo”.
Durante el confinamiento por Covid-19, “la ropa formal parecía condenada a desaparecer, todos pensaban que el saco había muerto”, dice Angeloni. Luego, la demanda repuntó a medida que la pandemia retrocedió. Para entonces, Caruso empleaba a menos trabajadores y Angeloni no podía tercerizar parte de su producción como solía hacer, ya que muchas pequeñas fábricas habían desaparecido o habían sido compradas por grandes marcas de lujo ansiosas por garantizar su propia fuente de producción. “Cuando volvió la demanda, la gente no estaba tan entusiasmada por volver a trabajar como esperábamos”, comenta, “muchos habían cambiado su estilo de vida o de industria”.
En 2023, Angeloni agregó 45 trabajadores más a la plantilla de 450 de Caruso, incluidos dos expertos a los que pidió volver de su jubilación para ayudar a capacitar a los recién llegados, pero no es suficiente. “Si la empresa hubiera tenido suficiente personal”, estima Angeloni, “las ventas podrían haber aumentado un 70 por ciento este año en comparación con el año pasado”. En cambio, aumentarán 30 por ciento. “Hemos perdido oportunidades”, afirma.
Nicolas Girotto, CEO de la firma suiza de calzado de lujo Bally, dice que regularmente tiene entre cinco y diez puestos vacantes para artesanos. “La tendencia a largo plazo del segmento del lujo es un crecimiento constante”, asegura. Dado que la contratación no va al ritmo deseado, Girotto dice que se está concentrando en que cada uno de los artesanos de su empresa aprenda varios pasos del proceso de fabricación de calzado en lugar de especializarse en uno, es decir, una ruptura con la tradición.
Se requieren hasta 250 pasos distintos para crear los zapatos de más alta gama de Bally. Alrededor del 20 por ciento de los 100 artesanos del taller de Bally en Lugano, Suiza, han recibido capacitación en más de una tarea. “Cuantas más habilidades tengan, mejor para la empresa y mejor para ellos mismos”, afirma Girotto.
La estrategia de aprendices de LVMH (comenzar a despertar el interés de potenciales aprendices como estudiantes y ampliar el programa para incluir más empleos y lugares con el tiempo) será seguida de cerca por otros ejecutivos de la industria del lujo. El gigante francés está formando a 700 aprendices este año, frente a los 180 de 2018, y pretende tener aún más en 2024.
Un tercio de los nuevos aprendices de LVMH se están “re-capacitando”, es decir, aprendiendo nuevas habilidades que están vagamente ligadas a su oficio actual, por ejemplo, alguien del departamento de marketing se capacita para convertirse en joyero. Antes de la pandemia, esa cifra rondaba el 10 por ciento. Boquel atribuye ese incremento al deseo que surgió en Francia y en otros lugares, durante la pandemia, de reducir el control que el mundo digital tiene sobre nuestras vidas.
“Mucha gente en Francia ha estado pensando: ‘Necesito volver a algo muy táctil, hacer algo con mis manos’”, dice. “Fue sorprendente ver cuántas personas de entre 40 y 45 años nos contactaban para encontrar una profesión como joyero”.
Parte del trabajo de Boquel es hacer correr la voz sobre la variedad de puestos de trabajo disponibles en LVMH y sus 75 marcas. Él organiza conferencias en preparatorias de Francia y EU, por ejemplo, para presentar las oportunidades a los jóvenes.
“La gente no conoce ni el 1 por ciento de estas profesiones”, asevera Boquel. LVMH tiene 280 carreras, dice, incluidos calígrafos para los barriles de coñac de Hennessy y artesanos en Berluti que esculpen moldes para zapatos, conocidos como hormas, a partir de un bloque de madera utilizando una herramienta parecida a un cuchillo llamada paroir. Luego, estos artesanos liman y pulen el molde con una escofina y papel de lija, un proceso que, según el sitio web de Berluti, enfatiza “la línea elegante del zapato”. Un par de zapatos Oxford de la marca se venden por alrededor de 2 mil 500 dólares.
La mayoría de los aprendices actuales de LVMH se encuentran en Francia, Italia y Suiza, y la compañía se está expandiendo a otros países, incluido Estados Unidos, donde planea iniciar más pasantías para aprendices además de los dos programas Tiffany. Si bien los programas de aprendices son una forma tradicional (y aún común) de capacitar a los trabajadores en países como Francia, Alemania y Suiza, son menos frecuentes en Estados Unidos, refiere Robert Lerman, quien ha estudiado estos programas durante tres décadas como investigador del Urban Institute, en Washington. Francia gasta miles de millones de dólares cada año para desarrollar los programas de aprendices, pero Estados Unidos solo invierte alrededor de 300 millones de dólares al año, dice Lerman.
La mayoría de los programas de aprendices en Estados Unidos se centran en la capacitación de trabajadores de la construcción, electricistas y plomeros. Si la estrategia de LVMH tiene éxito, “sería un gran ejemplo para otras empresas de esa industria”, afirma el investigador. “Es aprender haciendo. No se pueden crear joyas simplemente desde un salón de clases”.
En Francia es relativamente sencillo comenzar un programa de aprendices en comparación con Estados Unidos. El costo de formar aprendices se financia mediante un impuesto específico aplicado a las empresas, y los salarios de los aprendices los paga su empleador.
Y hay una gran cantidad de escuelas vinculadas a la industria de la moda, lo que facilita que LVMH establezca programas de capacitación y contacte a potenciales aprendices. Sin embargo, en Estados Unidos “tuvimos que construir algo completamente desde cero, inspirado en el concepto de Francia”, señala Boquel.
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