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Los desafíos que impone a México la llegada de Trump

La era Trump trajo tensiones México-EU por migración, comercio y seguridad, pero también oportunidades. México debe combinar firmeza y pragmatismo para gestionar conflictos y fomentar acuerdos.

Con la llegada de Trump se presentan nuevos desafíos para México. (Fotoarte Andrea Noemi López Trejo)

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marcó el inicio de una relación bilateral con México caracterizada por tensiones; pero, aunque algunos no lo crean, también ofrecerá oportunidades.

La relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos han sido, con mucha frecuencia, una fuente de conflicto.

Quienes tenemos ya algunos años, recordamos, por ejemplo, la crisis que se produjo en 1985, tras el asesinato de Kiki Camarena, agente de la DEA.

El asunto llevó incluso al extremo de cerrar la frontera y tensó al máximo la relación entre México y Estados Unidos. Sin embargo, al paso de los meses, la relación se distensó. Esa parece ser la historia, de altibajos en la relación bilateral. Sin embargo, ahora las cosas pueden ser diferentes.


Entre las fuentes de conflicto más evidentes entre los dos países están las políticas migratorias endurecidas, la designación de las organizaciones criminales como terroristas y la amenaza de nuevas tarifas comerciales. Sin embargo, también hay posibilidades de acuerdos que podrían abrir espacios para una cooperación más estrecha.

Las nuevas reglas migratorias que Trump implementó al inicio de su mandato plantearon una amenaza inmediata para millones de mexicanos indocumentados que residen en Estados Unidos.

Las deportaciones masivas y las restricciones al asilo han generado una presión sin precedentes sobre el sistema migratorio.

Esto repercute especialmente en las comunidades que dependen de las remesas.

Estas políticas también tensan la relación bilateral al imponer al gobierno mexicano la responsabilidad de recibir y reintegrar a los deportados, un desafío logístico y social considerable.

A pesar de esto, las políticas migratorias también han abierto un espacio para negociaciones, donde la colaboración en seguridad fronteriza podría transformarse en un punto de consenso.

Otro eje de tensión es etiquetar a las organizaciones criminales mexicanas como terroristas.

Esta medida, presentada como una herramienta para combatir el narcotráfico, tiene implicaciones significativas.

Una designación de esta naturaleza podría justificar acciones más agresivas por parte de Estados Unidos, incluyendo operativos en territorio mexicano.

Además, hay implicaciones económicas que no se han calibrado aún, y que podrían llevar a que las instituciones financieras mexicanas que tienen relación con Estados Unidos, sean obligadas a transparentar sus flujos financieros para asegurar que no tienen financiamiento de organizaciones criminales, lo cual implicaría un esfuerzo logístico adicional que podría generar problemas severos con muchos clientes.

Además, se podría provocar un conflicto en casos visibles, pues quienes pagan el llamado “derecho de piso” podrían aparecer en los registros de EU como empresas que “financian a las organizaciones terroristas”, cuando se trata de negocios que son extorsionados.

No obstante, este asunto también plantea la posibilidad de replantear la cooperación bilateral en materia de seguridad, avanzando hacia un enfoque conjunto que aborde no solo el narcotráfico, sino también las causas profundas de la violencia.

La cuestión comercial, aunque pospuesta inicialmente, sigue siendo una espada de Damocles en la relación bilateral. La amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos como medida de presión está siempre presente en el discurso de Trump.

México, cuya economía está profundamente integrada con la de Estados Unidos, especialmente en sectores como el automotriz y el agroindustrial, se encuentra en una posición vulnerable frente a este tipo de medidas.

Sin embargo, la renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) demostró que, a pesar de las tensiones, es posible llegar a acuerdos que beneficien a todas las partes.

Esto subraya la importancia de mantener un diálogo constante y de alto nivel para evitar una escalada de medidas unilaterales, lo que no está claro que se pueda en la era Trump.

Si bien los conflictos son evidentes, también existen oportunidades para construir una relación más equilibrada.

La economía ofrece un terreno fértil para el desarrollo de proyectos conjuntos en infraestructura y energía, especialmente dado el interés de Estados Unidos en garantizar su seguridad energética.

En el terreno migratorio, también podría explorarse un enfoque más humanitario que permita a ambos países gestionar los flujos migratorios de manera ordenada y respetuosa de los derechos humanos.

El problema es que los enfoques racionales parecieran estar lejos de la visión ideológica de Trump y sus colaboradores cercanos en este tema.

Aunque el presidente de EU ha adoptado una postura dura en este tema, la realidad es que cualquier solución sostenible requerirá de la colaboración activa de ambos gobiernos.

Para México, navegar esta relación compleja exige una estrategia clara que combine firmeza y pragmatismo.

Es crucial que el gobierno mexicano defienda sus intereses nacionales pero sin antagonizar innecesariamente a su vecino del norte.

Esto implica no solo reaccionar a las políticas de Trump, sino también anticiparse a ellas, identificando áreas de oportunidad donde la colaboración pueda ser mutuamente beneficiosa.

En este contexto, la diplomacia desempeña un papel fundamental. Los canales de comunicación deben mantenerse abiertos, y las negociaciones deben ser conducidas con un enfoque profesional y centrado en resultados.

Además, es esencial fortalecer las alianzas con empresas y otros actores norteamericanos con los cuales México tiene intereses coincidentes, para establecer una alianza que pueda influir en el gobierno de EU.

En resumen, la era Trump presenta una combinación de retos y oportunidades.

Se trata de una paradoja que frecuentemente se presenta en circunstancias como la que hoy vivimos. Es factible que con las propuestas de Trump, la relación bilateral se complique y antagonice.

Pero también se podrían aprovechar algunos argumentos del gobierno de Trump para apalancar decisiones que nos acercaran, como la armonización de aranceles con terceros países.

Si bien los puntos de conflicto son innegables, también existen áreas donde el acuerdo es posible y deseable.

Para ambos países, el éxito en esta etapa dependerá de su capacidad para encontrar un equilibrio entre sus intereses y prioridades, construyendo una relación que, aunque compleja, pueda ser beneficiosa para ambas partes.

Ojalá podamos, en ambos lados, asumir este reto.

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