El comportamiento en los museos ha sido siempre sinónimo de restricción: no levantar la voz, no llevar mochilas y, por cierto, no tocar las obras de arte. Una regla –no tomar fotografías-, sin embargo ha sido eliminada en algunos museos y es algo que evalúan decenas de otros.
Permitir la fotografía no comercial tiene obvias ventajas. Al autorizarla, cada visitante que tenga una cuenta de Instagram se convierte en un posible publicista para el museo. Pero también tiene sus desventajas, de las cuales la mayor es la conservación: aún no se ha determinado si el flash de los teléfonos celulares deteriora las obras, y si con un visitante empeñado en tomarse un autorretrato aumentan las probabilidades de contacto.
"Tenemos rebordes salientes de yeso", dice Tom Ryley, funcionario de comunicaciones del Museo Sir John Soane de Londres. "Al tomarse una fotografía podría tocárseles por error".
No es casual que exista una creciente cantidad de literatura sobre el efecto pernicioso de combinar museos y medios sociales. Son demasiadas las personas, señala la crítica, que fotografían las obras de arte con sus teléfonos inteligentes y se van. Apenas si, en el mejor de los casos, dedican una mirada al arte expuesto.
Cultura de selfie y cultura real
Varios comentaristas han destacado que es consecuencia de la cultura de la selfie: en efecto, el arte se ha convertido en un telón de fondo para autorretratos. "Los museos", escribe el crítico Rob Horning en Even Magazine, "ya no son espacios en los cuales experimentar el arte, sino más bien espacios en los cuales poner en escena la propia experiencia del arte".
Todo el que tenga una cuenta de medios sociales puede apreciar que eso es verdad: incluso si la gente no posa con obras en los museos, sin duda sube las fotografías que toma. (Este año la cuenta oficial de Twitter del Ministerio de Cultura ruso lanzó un tuit en el que promocionaba el "MuseumSelfieDay".)
Por otra parte, todo el que haya ido a un museo en los últimos años sabe que muchos visitantes (de todas las edades y nacionalidades) parecen sentir la compulsión de interactuar con el arte usando sus pantallas como intermediario.
"Personalmente, lo que he advertido es que la gente dedica más tiempo a tomar fotografías que a mirar las obras de arte expuestas", dice Benoît Parayre, director de comunicaciones del Centre Pompidou de París. "Toman una fotografía y ni siquiera se detienen ante las pinturas".
La pregunta, entonces, es cómo responden los museos frente a esa tendencia, si es que lo hacen. Virtualmente todas las instituciones prohíben la fotografía con flash, y todas prohibieron las selfies en cuanto se inventaron. Pero desde entonces algunos han adoptado abordajes muy diferentes en relación con el fenómeno selfie. La decisión, dicen representantes de museos, no es una simple cuestión de impulsar la asistencia o restringirla. La política en relación con la fotografía se ha convertido en una posición sobre lo que los museos pueden y deben representar para los visitantes.
"Desde la perspectiva de un museo, es maravilloso que la gente pueda recordar sus experiencias", dice Kenneth Weine, jefe de comunicaciones del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. "Para nosotros es muy importante que ese canal esté disponible, ya que en el Met queremos ser accesibles al mayor público posible".