Estados Unidos y China representan el 40 por ciento del producto bruto mundial, cuentan en conjunto con casi un cuarto de la población del planeta y están a la vanguardia del cambio tecnológico. También dominan la alta competencia deportiva, habiendo conquistado más medallas que cualquier otro país en los juegos olímpicos del año pasado en Río de Janeiro. Pero cuando hablamos de futbol, el poderío de ambos países parece importar poco. A pesar de gastar varios millones de dólares en promover al deporte más popular del mundo, tanto Estados Unidos como China no van a participar en la Copa del Mundo de Rusia, que comienza en junio del próximo año.
La eliminación de estos países es mala noticia para los sponsors, las cadenas de televisión que cuentan con los derechos de transmisión y, probablemente, para la FIFA, siempre tan preocupada por expandir un mercado que en Brasil 2014 dejó 4 mil 800 millones de dólares en ingresos.
También, desde luego, para los millones de sufridos fans en ambas naciones. Pero de cierta forma, el hecho de que equipos con abundantes recursos no alcancen las instancias finales del mayor evento deportivo cuando sí lo hacen países como Islandia y Panamá tiene un elemento de equidad: la aleatoriedad e imprevisión que hacen del futbol un deporte apasionante no pueden ser eliminados con dinero, al menos no siempre. En tiempos en los que vemos proyectos como el PSG francés o el Manchester City en Inglaterra –cuyo talento en las canchas se agiganta gracias a la riqueza de los países árabes y sus multimillonarias incursiones en el deporte– y donde cada vez más se asocia al futbol con grandes negocios, es bueno recordar ese punto. El riesgo asociado a inversiones deportivas es significativo y en no pocos casos su justificación tiene que ver con motivos políticos o ambiciones particulares, más que un simple cálculo de rentabilidad, lo que distorsiona la esencia del juego.
Pese a todo, es cierto que no hay mucho margen para el romanticismo: el futbol continuará bailando al son de los dólares. La decisión de ampliar el Mundial a 48 equipos a partir de 2026, por ejemplo, reducirá la posibilidad que se repita esta eliminación prematura de equipos que representan grandes mercados, como Estados Unidos y China. La FIFA y los directivos locales deberían buscar alivianar las diferencias para que todos compitan con cierta igualdad de condiciones. Al final del día, siempre vamos a poder contar con esa hermosa dosis de arbitrariedad que otorga el balón de futbol.
Bloomberg Businessweek