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El T-MEC, más allá de Trump y AMLO

El nuevo acuerdo comercial tiene el potencial de afianzar nuevas inversiones en el país, más allá de las políticas de la actual administración federal.

OPINIÓN

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Era enero de 1990. Los hechos ocurrían en el pequeño poblado alpino de Davos, en Suiza.

El presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, con poco más de un año en el cargo, acudía al foro que se realizaba anualmente en ese lugar y reunía a un gran número de empresarios y líderes políticos de todo el mundo.

Salinas había preparado una estrategia de promoción del programa de reformas que estaba emprendiendo en México, esperando atraer la atención de potenciales inversionistas.

Poco a poco, encontró que México apenas despertaba interés. El mundo estaba observando cuidadosamente lo que pasaba en Europa del Este, apenas una semanas después de la caída del muro, y atendía también los cambios en China.

Durante su primer año de gestión, el presidente Salinas había rechazado más de una vez la posibilidad de establecer un acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos, porque creía que era mejor apostarle a los acuerdos comerciales multilaterales.

En Davos, según ha contado en varias ocasiones el propio Salinas, concluyó que esa estrategia no iba a funcionar y que si quería que México se convirtiera en un polo atractivo para los inversionistas tendría que reconsiderar la posibilidad de tener un acuerdo comercial con Estados Unidos únicamente.

Así, en medio de la nieve, en ese enero de 1990, empezó a gestarse el TLCAN. Tras una larga negociación, muchas dificultades y una amplia oposición tanto en México como en Estados Unidos, el tratado se convirtió en una realidad hasta el 1 de enero de 1994, cuatro años después.

Quizás no todos veían la trascendencia que tenía, pero ese acuerdo transformó radicalmente al país y contribuyó de una manera decidida a la modernización económica y política de México.

La era del TLCAN terminó el 30 de junio de este 2020 y el 1 de julio comenzó la del Tratado México, Estados Unidos, Canadá (T-MEC).

¿Tendrá este nuevo tratado la capacidad de transformar al país como lo hizo el TLCAN?

Ese acuerdo, tras 22 años de vigencia, empezó a tambalearse en noviembre de 2016 cuando Donald Trump, opositor decidido al tratado, ganó la presidencia de Estados Unidos.

La visión proteccionista de Trump puso bajo amenaza el TLCAN, al cual calificó como el peor que hubiera firmado en toda su historia Estados Unidos.

Existió la amenaza real de que este terminara intempestivamente, así como ocurrió con el TPP, el acuerdo Transpacífico, del cual se separó Estados Unidos el día que Trump llegó a la presidencia, el 20 de enero de 2017.

El propio TLCAN contenía una cláusula que permitía a cualquiera de sus tres integrantes abandonarlo, tan solo notificando esta intención con seis meses de anticipación.

Tras largas y complejas negociaciones, lo que el T-MEC consiguió es que persistiera una relación comercial especial entre los tres países de Norteamérica y también logró modernizar algunos aspectos del anterior acuerdo.

Sin embargo, el impacto directo sobre el volumen de comercio no se acercará ni remotamente a lo que propició en su momento el tratado original.

Existe, sin embargo, una oportunidad.

Los tratados comerciales, como el que entró en vigor el 1 de julio, no se diseñan para que permanezcan a lo largo de solo unos años. Se configuran para que duren varias décadas.

La certidumbre de su duración es la que puede incidir sobre los flujos de inversión.

El nuevo acuerdo, además, entra en vigor en el contexto de una situación de tensión creciente entre Estados Unidos y China, las dos principales potencias económicas en el mundo.

Existen opiniones discordantes respecto al impacto que este hecho puede tener.

Algunos señalan que México tiene apenas unos cuantos meses de oportunidad, quizás un año, pero no mucho más, para atraer inversiones que no se van a realizar ya en China o incluso que, estando allá, consideran la posibilidad de relocalizarse.

Los escépticos visualizan que el nuevo acuerdo, sin una política que atraiga la inversión mediante certeza jurídica y estímulos para que se realice, no va a conseguir que México se convierta en un país realmente interesante para las empresas que aún no están aquí.

Otros señalan que la visión de diversas empresas es estratégica y de largo plazo. Por ello, aunque no les gustan algunas de las políticas aplicadas por el gobierno de López Obrador, saben que estas serán transitorias y que probablemente en 2024 haya un giro.

Todas ellas están considerando invertir en México por el horizonte que se abre en los próximos 20 a 30 años.

Lo que visualizan como duradero no es el gobierno actual sino la relación comercial entre México y Estados Unidos, ahora ya asegurada por la vigencia del nuevo tratado.

Luis de la Calle, uno de los economistas más agudos de México, señaló recientemente que podría darse la paradoja de que, al paso de las décadas, veamos a dos personajes claramente antiliberales y antilibre comercio, como Donald Trump y López Obrador, como los padres fundadores de una nueva relación comercial entre México y Estados Unidos, como ahora vemos a Salinas y a Bush (padre).

La nueva era ofrece la oportunidad de resarcir una de las deficiencias del tratado que arrancó en 1994. Mientras que las exportaciones lograron crecer a una tasa promedio anual de 8 por ciento desde ese año y hasta 2019, el conjunto de la economía mexicana apenas lo hizo en poco más de 2 por ciento en promedio anual.

Esto quiere decir que el TLCAN produjo un sector exportador altamente exitoso, pero no fue capaz de generalizar el dinamismo económico al conjunto de la economía mexicana.

Ese contraste se aprecia en diversas dinámicas sectoriales. Por ejemplo, la industria automotriz. Antes del TLCAN, la producción de vehículos alcanzó los 80 mil por mes. Hacia 2015, se lograron máximos de casi 200 mil, multiplicando en más de dos veces la producción. Sucedió lo mismo con otras manufacturas y también con productos hortofrutícolas.

No obstante, hubo muchos sectores que no lograron despegar de la misma manera, sobre todo los que no estuvieron enganchados a las exportaciones.

Y a nivel regional hubo una gran diferencia entre el muy destacado desempeño de varios estados del norte y del Bajío, respecto a lo que ocurrió en el sur del país.

Si hoy se aprende esa lección y se aplican políticas activas de modernización de la economía para generalizar los beneficios, el nuevo tratado podría contribuir a una transformación aún más profunda de México.

En los siguientes meses puede haber indicios de la profundidad del cambio que traerá consigo este nuevo acuerdo.

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