TECNOLOGÍA
Considérelos como armas de disrupción masiva. Tres ingredientes cruciales para la cadena de suministro global de teléfonos inteligentes y semiconductores están envueltos en una disputa diplomática entre Japón y Corea del Sur, cuyos orígenes se remontan a antes de que ambas se convirtieran en potencias de la electrónica de consumo.
En julio del año pasado, el gobierno nipón comenzó a exigir que las empresas japonesas tramitaran permisos para exportar a Corea del Sur poliimida fluorada, fluoruro de hidrógeno y resina fotosensible (usada por los fabricantes de semiconductores para cubrir las obleas de silicio), una tramitología que puede tardar 90 días o más. Los tres productos químicos son ingredientes esenciales para la fabricación de chips de memoria, televisores y otros tipos de pantallas, pilares a su vez de la economía surcoreana de 1.6 billones de dólares cimentada en las exportaciones. Los tres están presentes en los iPhones de Apple, las computadoras portátiles de Dell y un amplio abanico de dispositivos de Samsung.
Al poco tiempo de implementar esa medida, Japón también excluyó a Corea del Sur de una "lista blanca" que le otorgaba un trato preferencial en las exportaciones de materiales considerados sensibles, porque tienen usos militares tanto como civiles. Estas decisiones son parte de una tendencia global en la que las regulaciones de comercio e inversión se usan como arma en disputas entre rivales económicos o geopolíticos, el ejemplo más obvio es el de Estados Unidos y China. "Una vez que los países eligen usar la política comercial como una forma de acrecentar su influencia geopolítica, sientan un precedente que podría ser bastante perjudicial para la confianza en la cadena de suministro", explica Shaun Roache, economista jefe para Asia-Pacífico en S&P Global Ratings.
El conflicto entre las dos naciones asiáticas se remonta a un tratado de 1965 que buscaba zanjar todos los reclamos coreanos contra corporaciones japonesas a raíz de los años de la ocupación nipona, que duró desde 1910 hasta 1945. En la última década, los tribunales surcoreanos han dictaminado en múltiples casos que las empresas japonesas deben resarcir a los trabajadores coreanos forzados a trabajar durante ese periodo.
Las restricciones que Japón impuso a las exportaciones se produjeron seis meses después de que un tribunal aprobara la confiscación de los activos de una siderúrgica japonesa en Corea del Sur, amenazando con establecer un precedente.
La poliimida fluorada, el fluoruro de hidrógeno y la fotorresina representan solo una fracción de las exportaciones por valor de 55 mil millones de dólares anuales de Japón a Corea del Sur, pero son parte integral de la industria de la electrónica de consumo.
La poliimida fluorada es una película plástica que se utiliza como capa subyacente en las pantallas de teléfonos móviles y otros dispositivos. Japón suministra el 90 por ciento del material para este uso, según la firma de investigación de mercado Display Supply Chain Consultants. Un comprador clave es Samsung Display, una división de uno de los principales 'chaebol' de Corea del Sur, los grandes conglomerados que dominan la economía.
Por otro lado, un grupo de productores japoneses, junto a un puñado de empresas alemanas, domina la producción mundial de fluoruro de hidrógeno, un gas purificado utilizado para grabar circuitos en las obleas de silicio, y Japón abastece alrededor del 44 por ciento de las necesidades de los fabricantes surcoreanos, de acuerdo con estimaciones de Société Générale SA. El productor de semiconductores SK Hynix, por ejemplo, compra fluoruro de hidrógeno japonés para sus plantas en Corea del Sur.
Japón además provee alrededor del 90 por ciento del abasto mundial de resina fotosensible. Si Japón cortara de tajo su exportación a Corea del Sur, afectaría a Samsung Electronics.
Con las restricciones sobre estos tres químicos, Tokio está aprovechando una debilidad del modelo de desarrollo que Corea del Sur ha utilizado con gran éxito desde la década de 1960: un enfoque en las exportaciones que la sacó de la pobreza. Las exportaciones anuales de Corea del Sur constituyen al 40 por ciento de su Producto Interno Bruto. Este talón de Aquiles quedó expuesto en 2016, cuando China organizó un boicot contra las empresas surcoreanas como protesta por un sistema de defensa antimisiles financiado y desplegado por Estados Unidos en ese territorio. Corea del Sur también ha sufrido daños colaterales por la guerra comercial del presidente Trump con China, que ha afectado las cadenas de suministro en toda Asia y deteriorado la inversión empresarial. Sus exportaciones se han contraído en cada uno de los últimos doce meses.
Japón se niega a calificar estas regulaciones como represalia, y Tokio y Seúl han tratado de limar sus diferencias en última fechas. No obstante, las empresas surcoreanas ya trabajan para desarrollar alternativas a los insumos esenciales procedentes de Japón. Samsung, por ejemplo, está probando materiales de diferentes proveedores locales, refiere una persona relacionada con el tema que pidió no ser identificada.
Cuando no se compra en cantidades masivas, las cosas pueden ser más fáciles. Main Info, una startup surcoreana que está desarrollando un sistema de navegación utilizando hologramas, está en tratos con un proveedor alemán de fotorresina después de no obtener la aprobación para comprarla a Japón, dice Park Ik-hyun, director ejecutivo de Main.
Pero para gran parte del sector tecnológico de Corea del Sur es difícil encontrar sustitutos de los materiales japoneses que realmente ofrezcan alta calidad a precios competitivos, menciona otra persona familiarizada con el asunto.
El déficit comercial del país con Japón en materiales, componentes y equipos necesarios para la producción de bienes, incluidos los semiconductores y las pantallas, ascendió a 22 mil 400 millones de dólares el año pasado, según el Ministerio de Finanzas surcoreano, que en un comunicado lo describió como una "vulnerabilidad estructural que amenaza la seguridad nacional y la competitividad manufacturera".
En un esfuerzo por resolver el problema, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, ha puesto una cantidad no especificada de su propio dinero en un fondo gubernamental establecido en agosto para invertir en proveedores surcoreanos. El gobierno planea gastar mil 800 millones de dólares para robustecer y ampliar las cadenas de suministro nacionales en 2020.
Mientras tanto, un comité asesor traza un plan más extenso que podría incluir la flexibilización de regulaciones laborales y ambientales. Los precios de las acciones de varios proveedores de Corea del Sur para la industria de semiconductores, entre ellos Soulbrain y Ram Technology, han aumentado en anticipación.
Quizás la pregunta más importante es si Corea del Sur puede reducir su dependencia general del comercio exterior. La administración de Moon ha montado un audaz plan para reforzar la demanda interna elevando el salario mínimo. Este subió 11 por ciento en 2019, tras un alza de 16 por ciento en 2018. Aun así, el crecimiento en el consumo privado no ha sido suficiente para compensar la desaceleración de las inversiones y exportaciones.
Bloomberg Economics estima que el PIB del país creció 1.9 por ciento en 2019, gracias sobre todo al mayor gasto gubernamental y los recortes de las tasas de interés. "El desafío estructural clave para Corea del Sur es repensar su estructura económica", plantea Roache de S&P.
Con la colaboración de Pavel Alpeyev.