Ricardo Ferretti quería ser militar, como su abuelo. La disciplina, en lugar de alejarlo, lo sedujo. Curioso para alguien que creció en una ciudad como Río de Janeiro, que tiene todo, menos orden castrense.
Tuca fue la primera palabra que pronunció; la dijo incluso antes que 'mamá' o 'papá'. No significa nada en específico. De hecho, solo tiene sentido en la semántica futbolística. Fuera de ella, no es nada. Ya estaba escrito que ese niño carioca solo le encontraría razón a su existencia en una cancha.
Esa mirada letal, esas cejas fruncidas, esa postura encorvada, son los signos de quien ha admirado desde siempre la educación espartana, esa que prefiere el bien colectivo sobre el goce individual.
El Tuca es un hombre que trabaja desde, por y para el grupo. Una idea muy militar que lo ha llevado a convertirse —junto a Nacho Trelles— en uno de los dos entrenadores más exitosos del futbol mexicano, con siete títulos de liga que presume desde hace algunos meses.
Cómo se forja el carácter de un hombre es algo que han estudiado los psicólogos hasta el cansancio. Harían bien en preguntarle a Ricardo Ferretti cómo se ha construido el suyo. Y es que si algo caracteriza al brasileño más mexicano de todos es su capacidad para salir avante en situaciones complicadas. Como un buen militar.
"Son muchas cosas las que le molestan, pero hay algo lo puede hacer desvariar en serio: la desconcentración", cuenta el exfutbolista Miguel España, quien jugó con él en aquella final en la que Pumas se coronó ante el América en 1991.
España jamás olvidará cuando Tuca anotó el gol que le dio el triunfo a los universitarios. El Estadio Olímpico era una locura. Los jugadores de Pumas corrieron, gritaron, se abrazaron. El Tuca no. Él festejó discretamente con los utileros. Cuando dieron el pitazo final, "se fue a los vestidores, se sentó, se fumó un cigarro y se quedó ahí, con una gran sonrisa en el rostro".
No es extraño que Ferretti festejara casi siempre con los utileros. Alberto Coyote asegura que es uno de los entrenadores más humanos que ha conocido, alguien que se preocupa por la familia de los jugadores o por la economía de quienes menos ganan. "Es un tipazo. Quienes tenemos la fortuna de conocerlo sabemos que es uno dentro de la cancha y otro como persona". Dicen que al Tuca nunca le cae mal un trago. No le gusta la cerveza. El vino sí. "Pero del caro, de a 6 mil pesos por botella", comenta una fuente cercana a Tigres.
La familia del Tuca sufrió la guerra en carne propia. Sus abuelos, italianos, huyeron de Europa cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en su punto más cruento. En Río de Janeiro encontraron un remanso para que el pequeño Ricardo pudiera jugar descalzo en la playa. Aunque lo que en verdad quería era ser soldado. Fuentes cercana a Tigres comentan que Tuca hizo examen para la academia militar, pero no fue aceptado por bajas calificaciones.
"No hay nada más preciado para él que la táctica y la puntualidad", comparte Coyote. Quizás por eso antes obligaba a sus jugadores a entrenar con lentes oscuros, para que no pudieran ver sus pies y siempre vieran hacia enfrente, que es donde está el rival. Igual que en un campo de batalla.