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¿Una distopía económica estilo Mad Max? No, Japón sigue siendo una superpotencia financiera

Aunque ya no es una superpotencia en ascenso, su evolución la hace pionera en mostrar cómo na nación rica y envejecida se abre camino hacia el futuro.

En Japón, las sucesiones monárquicas son momentos emotivos, puntos de inflexión en una narrativa nacional compartida. El 30 de abril, la era Heisei, que comenzó en 1989 con la muerte del emperador Hirohito, terminó con la abdicación del emperador Akihito. Al día siguiente, el monarca de 85 años presentó a su hijo, el príncipe heredero Naruhito, con una espada, un espejo y una joya, reliquias conocidas como los tres tesoros sagrados, repitiendo un ritual que se ha practicado durante siglos al interior de la casa imperial de Japón.

Treinta años no son más que un parpadeo en la historia nipona, pero hay una sensación generalizada de que el país ha tenido una mala racha. Su reputación como gigante económico, ganada durante su rápida modernización a fines del siglo XIX en la era Meiji y su impresionante recuperación tras la Segunda Guerra Mundial, se vio afectada por las crisis financieras, los temores de deflación, la deuda pública y, sobre todo, el inexorable ascenso de China, que desbancó a Japón como la segunda economía del mundo y ahora es la fuerza geopolítica dominante en Asia.

Japón ha perdido, sin duda, esa arrogancia de economía de burbuja que otrora aterrorizaba a los directores ejecutivos occidentales, pero ello no quiere decir que la tercera economía del mundo haya devenido en una especie de distopía económica estilo Mad Max. Japón sigue siendo un país rico, con algunas de las mejores infraestructuras y trenes bala, líder en la industria automotriz y la robótica, y con una de las tasas de esperanza de vida más altas. Es una superpotencia financiera, el mayor país acreedor y proveedor de inversiones y ahorros, con activos netos externos de casi tres billones de dólares.

Además, sus megabancos son los principales prestamistas en Asia aparte de los de China.

En este momento, Japón parece una isla de estabilidad entre las naciones desarrolladas divididas por debates respecto a los flujos de capital sin restricciones, el libre comercio y las fronteras abiertas. Los japoneses comunes no están desgarrados por los conflictos culturales y la desigualdad de ingresos a escala estadounidense, tampoco enfrentan un descarrilamiento como el Brexit ni las protestas a la francesa de los chalecos amarillos en las calles de Tokio.

La era Heisei fue tan accidentada y confusa por la convergencia de desafíos desconcertantes (la vertiginosa automatización, el rápido envejecimiento de la población, el estancamiento de la demanda, la persistente deuda) que se presentaron muy temprano en la evolución económica de Japón. Estas furias preocuparán a Estados Unidos, Europa Occidental y China en diversos grados durante las próximas décadas. Así que Japón aún tiene mucho que enseñar al resto del mundo.

De hecho, sin pretenderlo, Japón se ha convertido en un campo de pruebas para algunas políticas económicas bastante radicales. ¿Tasas de interés cero? El Banco de Japón lo hizo hace veinte años y luego introdujo al vocabulario global la "flexibilización cuantitativa", cuando comenzó un programa de compras de activos (bonos, y al cabo del tiempo acciones y bienes raíces) para inyectar yenes al sistema bancario. Los bancos centrales de otros países emprenderían esas aventuras cuando, en 2008, la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo siguieron su ejemplo para evitar un colapso financiero global en cascada. Ahora que la Reserva Federal ha detenido las alzas de tasas y el BCE las mantiene en mínimos, Estados Unidos y la zona euro se han acomodado a las tasas de interés históricamente bajas y a los hinchados balances de los bancos centrales, replicando un camino inaugurado por Japón.

Pude conocer de primera mano muchos de estos dramas del periodo Heisei tras haber llegado a Tokio en 1992 y luego unirme por matrimonio a una familia japonesa muy conservadora, donde algunos integrantes habían sobrevivido al bombardeo de Tokio por el ejército de EU en las fases más brutales de la campaña del Pacífico. Yuki y yo criamos a dos hijas en el área metropolitana de Tokio de aproximadamente 38 millones de personas. Asistí a bodas al estilo cristiano en hoteles de lujo con actores que simulaban ser oficiantes y a funerales budistas cargados de rituales en donde los deudos usaban palillos para colocar en una urna los restos cremados de los difuntos.

Con el tiempo, llegué a apreciar las sutiles paradojas de la vida en Japón: la adopción de la modernidad, la tecnología y la moda global, sin perder de vista las imperecederas tradiciones culturales que marcaban los ritmos de las estaciones, fortalecían la identidad nacional y se remontaban a miles de años. Esta es también una sociedad en la que el centro se sostiene admirablemente en tiempos de crisis, ya se trate del espantoso atentado terrorista con gas nervioso en el metro de Tokio en 1995 o el terrible terremoto y tsunami de Tohoku, seguido por el desastre de la central nuclear de Fukushima Daiichi en 2011.

Ni siquiera los problemas económicos (Japón también tiene industrias moribundas, pobreza urbana y comunidades rurales en situación desesperada) han engendrado aquí la nostalgia equivocada de un glorioso pasado o creado profundas divisiones de clase. La desigualdad de ingresos ha aumentado en los últimos años, pero no se parece en nada a la de Estados Unidos. Aquí los directores ejecutivos no ganan 271 veces la paga del trabajador promedio como ocurre en América.

Las familias japonesas de clase media (el ingreso familiar promedio es de alrededor de 46 mil dólares anuales) tienen acceso a atención médica universal asequible, excelentes escuelas primarias y universidades públicas de calidad (Japón tiene más ganadores del Premio Nobel que cualquier otro país asiático) donde la matrícula suele ser de 7 mil dólares por año. Japón tiene el mercado laboral más ajustado en décadas, con una tasa de desempleo del 2.5 por ciento. Es cierto, muchos trabajadores jóvenes están expuestos a un empleo a tiempo parcial y de baja remuneración. Pero, por otra parte, no cargan con una deuda estudiantil aplastante.

La perspectiva económica para los japoneses más jóvenes dependerá de la manera en que el primer ministro Shinzo Abe y los futuros gobiernos lidien con uno de los mayores colapsos demográficos naturales en la historia de la humanidad. La población de Japón, que en 2018 se redujo en 448 mil personas, está en camino de caer por debajo de los cien millones (un descenso del 21 por ciento de los niveles actuales) para mediados del siglo. Es una nación envejecida, más de una cuarta parte de los japoneses superan los 65 años. Todo esto repercute negativamente en la productividad, el PIB potencial y el crecimiento de los ingresos.

Sin embargo, mientras la inteligencia artificial y la penetración de las máquinas inquietan a sindicatos y políticos en Occidente, en el país del crisantemo son bien recibidas. Japón ya es una de las economías que cuenta con una de las mayores integraciones de robots, y empresas como Fanuc, Kawasaki Heavy Industries, Sony y Yaskawa Electric son exportadoras líderes de robots industriales.

En el plano doméstico se está abriendo un gran mercado para máquinas que realizan trabajos rutinarios, ayudan a los trabajadores de mayor edad y satisfacen la demanda de un mercado en expansión para el cuidado de personas mayores. Los cargadores de equipaje en los aeropuertos japoneses ya usan exoesqueletos robóticos para ayudarse, en tiendas departamentales y hoteles de Tokio los robots cumplen las funciones de recepcionistas, y en las Olimpiadas de 2020 en Tokio habrá robots para ayudar a los visitantes a encontrar sus asientos y para transportar comida y bebida.

Al mismo tiempo, el país ha modificado su otrora estricta política de visas, en los últimos cinco años la afluencia de trabajadores de China, Vietnam y Filipinas ha duplicado el número de trabajadores extranjeros en Japón, a un millón y medio. Esa cifra sigue siendo relativamente baja para los estándares mundiales, pero Japón está cerrando la brecha con los más de tres millones de trabajadores extranjeros en Reino Unido y Alemania.

A partir de abril, Japón comenzará a emitir por primera vez visas para trabajadores extranjeros no cualificados con la esperanza de atraer a más de 345 mil trabajadores invitados adicionales para 2024. La nación requerirá de una combinación de mayor automatización e inmigración para impulsar sus cifras de productividad, rezagadas con respecto a las de Estados Unidos y Alemania en las últimas dos décadas, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.

La enorme deuda pública de Japón, que el Fondo Monetario Internacional estima en un 236 por ciento del PIB, es una preocupación menos inmediata. La mayoría de los bonos gubernamentales están en manos de inversionistas e instituciones financieras nacionales, y debido a las vigentes bajas tasas de interés, los pagos de la deuda no son una carga. Las empresas japonesas, por otra parte, cuentan con abundante dinero.

Además, el perfil de la deuda de Japón es mucho menos riesgoso que el de China. Los problemas crediticios de China están motivados por los préstamos excesivos en el sector bancario en la sombra, los conglomerados privados ávidos de adquisiciones y las pantagruélicas empresas estatales, que representan el 40 por ciento de los activos industriales del país y crean casi el 20 por ciento del empleo urbano. El presidente chino Xi Jinping ha intentado controlar el gasto desbocado para evitar una crisis financiera sistémica, pero cuando la economía comienza a desacelerar demasiado, su gobierno tiene que abrir de nuevo los grifos. La mayoría de los problemas crediticios de China están en el sector corporativo. La deuda total del gobierno, los hogares y las empresas, que hoy asciende a 30 billones de dólares, o cerca del 259 por ciento del PIB, escalará a 327 por ciento del PIB para 2022, según Bloomberg Economics.

En otras palabras, China, como Japón, enfrenta grandes problemas de deuda, pero desde una posición relativamente más débil. China depende del crecimiento alimentado por la deuda para mantener la velocidad de su economía, y frenar los flujos de dinero entre las empresas estatales y los gobiernos locales es la tercera vía de la política china, dado los efectos del poder del Partido Comunista sobre los resortes clave de la economía.

Con un PIB per cápita de alrededor de una cuarta parte del de Japón, China está muy lejos de alcanzar el estatus de nación rica que Japón conquistó hace décadas. El fortalecimiento militar de China ciertamente plantea un desafío de seguridad nacional para Japón, especialmente si Estados Unidos llegara a abandonar su papel como baluarte de la defensa en Asia. Ni Beijing ni Seúl han olvidado el pasado colonial de Japón en Asia, tampoco sus guerras. Dicho esto, Japón es apenas un estado vasallo incapaz de defenderse si es necesario.

En el ámbito cultural, Japón ha pasado a la ofensiva. En 1988, un año antes de que Akihito ascendiera al trono, se estrenó una película de anime llamada "Akira", inspirada en una popular serie de manga. Ambientada en un Tokio futurista y postapocalíptico en 2019, Akira sigue las tribulaciones de una pandilla de motociclistas y sus luchas contra científicos y políticos codiciosos.

Es considerada como una de las mejores películas animadas jamás realizadas y ayudó a renovar el interés mundial en el anime japonés. Más tarde vendrían los brillantes y exitosos trabajos del animador y director Hayao Miyazaki, cuya cinta de 2001 "El viaje de Chihiro" ganó un premio Oscar y es la película más taquillera en la historia de Japón.

La era Heisei también vio un éxodo masivo de talentos japoneses: los jugadores de beisbol Hideki Matsui, Ichiro Suzuki y Hideo Nomo disfrutaron de un gran éxito en los diamantes de Estados Unidos, los diseñadores de moda Issey Miyake y Yohji Yamamoto expandieron también su influencia. Y a medida que se acercan los Juegos Olímpicos de 2020, esta tierra de templos antiguos, cordilleras escarpadas, aguas termales y el Monte Fuji, es ahora uno de los destinos turísticos de mayor crecimiento en el mundo, de acuerdo con la Organización Mundial de Turismo de las Naciones Unidas.

Tal vez la era Heisei no fue un fracaso después de todo. Si nos quedamos solo con los datos del crecimiento del PIB se nos escapará una realidad más grande: Japón es rico, Japón funciona y Japón importa. Independientemente de los contratiempos económicos del país, es casi seguro que la influencia cultural de Japón alrededor del mundo se expandió durante los últimos treinta años.

Así, mientras mi familia se prepara para dejar Tokio por una nueva vida en Londres, el corazón palpitante de otra nación insular, dejo esta tierra extraordinaria agradecido por haber sido testigo de tiempos tan interesantes.

¡Banzai, emperador Naruhito!

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