Jan Marsalek, director de operaciones de la compañía alemana de pagos electrónicos Wirecard, cruzó Múnich un sábado de marzo para cenar con un amigo. Necesitaba relajarse porque llevaba semanas desgastantes. Las acusaciones de fraude contable en la fintech circulaban con fuerza y la prensa, los auditores e incluso la junta de Wirecard querían respuestas. El grupo de amigos disfrutó de una parrillada regada de vodka y, para el final de la velada, Marsalek se había bebido dos botellas. Entonces las cosas se pusieron raras.
Marsalek se quedó en el suelo, llorando antes de que su novia lo recogiera. Los asistentes atribuyeron la escena al estrés o a su reciente cumpleaños 40. Pero unas semanas después quedó claro que algo más grande sucedía, cuando Wirecard cayó en la insolvencia y Marsalek desapareció en uno de los mayores escándalos corporativos de Alemania.
Hacía años que las sospechas de irregularidades seguían a Wirecard, sin embargo, los auditores firmaban cada trimestre libros que ahora parecen estar manipulados. Cuando surgían acusaciones de irregularidades, Wirecard daba buenos pronósticos. Al final, la firma colapsó tras anunciar en junio que más de 2 mil millones de dólares en efectivo que había reportado como desaparecidos no existieron.
Las acciones de Wirecard tardaron más de una década en superar los 100 euros, y en unos días se derrumbaron. La caída de Wirecard ha retumbado en el 'establishment' político de Berlín, que había visto a la fintech como un símbolo de las ambiciones tecnológicas de Alemania. Su director ejecutivo, Markus Braun, tenía vínculos en la cancillería, altos políticos visitaron las oficinas en las afueras de Múnich y los ejecutivos eran parte de las delegaciones oficiales del gobierno en el extranjero.
Todo eso terminó en el verano, y hoy los legisladores arrecian la investigación del asunto. Braun está detenido, Marsalek está prófugo y reguladores y firmas de auditoría enfrentan cuestionamientos sobre su incapacidad para detectar el fraude.
Este relato está basado en entrevistas con excolegas y amigos de Marsalek, quienes hablaron bajo condición de anonimato. Braun, que no respondió cuando fue contactado a través de su abogado, seguramente permanecerá tras las rejas por meses mientras las autoridades preparan los cargos.
Horas después de ser suspendido de su trabajo el 18 de junio, Marsalek desapareció y ahora está en la lista de los más buscados de Interpol. Su foto aparece en carteles y vallas publicitarias en toda Alemania. La especulación de los medios sobre su paradero huele a novela de espías: ¿está oculto en un complejo en las afueras de Moscú? ¿Un escondite secreto en Turquía? ¿Una isla tropical?
Marsalek se unió a Wirecard en 2000 como gerente de proyectos de TI y se ganó una reputación en programación, captando la atención de Braun cuando este asumió la dirección ejecutiva en 2002. Como asesor de Braun, Marsalek era el responsable del funcionamiento y la expansión del negocio de Wirecard. Un pilar de su éxito inicial provino de transacciones que pocos tomarían, como el procesamiento de pagos a empresas relacionadas con las apuestas y el sexo. En el procesamiento de pagos, los vendedores se clasifican en cientos de categorías, y algunos programadores de Wirecard han hablado sobre el ocultamiento de las identidades de los vendedores, lo que puede facilitar el lavado de dinero y eludir las leyes que prohíben las apuestas en línea. A partir de esa clientela, el dúo convirtió a Wirecard en un sistema global.
Braun colocó a la firma en la bolsa de valores en 2005 y las acciones subieron mientras crecía el interés de inversores en el mercado de pagos en línea. Braun estaba obsesionado con la cotización de Wirecard e instaba a publicar comunicados sobre asociaciones para avivar la demanda. En 2018, Wirecard reemplazó al segundo mayor banco de Alemania, Commerzbank AG, en el índice de referencia DAX. Los accionistas "ganaron mucho dinero con Wirecard por años, por lo que le creían", dice Leo Perry de Ennismore Fund Management, que vendió en corto las acciones de Wirecard antes del colapso. "Los inversores no están interesados en la verdad, sino en los rendimientos".
Aunque Wirecard presumía a clientes de primera categoría, como los supermercados Aldi y la telefónica Orange, la mayor parte de sus ingresos provenía de socios que procesaban pagos en países donde Wirecard no tenía licencia. En 2019, Wirecard reportó que unos 300 mil vendedores utilizaron su plataforma, pero lo que no dijo es que la mayoría eran pequeños; solo 200 generaron transacciones anuales por encima de 100 millones de euros, y menos de 20 movieron mil millones.
Las autoridades sostienen ahora que la mayor parte del negocio de Wirecard procedía de transacciones falsas con tres empresas, orquestadas por un pequeño equipo cercano a Marsalek. El informe del abogado del proceso de insolvencia señalaba que sin esas ventas falsas, Wirecard no habría podido afirmar que generó ganancias.
Las sospechas sobre los activos de Wirecard, detonadas por investigaciones del Financial Times, crecieron con el estatus de la empresa. En febrero, unas semanas antes del colapso nervioso en la parrillada, Marsalek hizo un viaje a Filipinas para demostrar a unos auditores cada vez más escépticos y a su propio consejo de supervisión que Wirecard podía acceder a mil 900 millones de euros que afirmaba tener allí. Después de saludar a los representantes de las firmas contables EY y KPMG en el aeropuerto de Manila, los llevó a BDO Unibank y Bank of the Philippine Islands (BPI). Allí, Marsalek y los empleados bancarios presentaron documentos que mostraban la existencia de los fondos.
Los auditores no habían ido a Manila para determinar si el dinero era real, ellos querían saber si la suma debería contabilizarse como dinero líquido o como algún activo financiero menos líquido. Las matemáticas importaban porque ayudaban a los prestamistas a evaluar el riesgo de otorgarle crédito a Wirecard. El viaje ayudó a disipar algunas sospechas de los contadores, aunque no por mucho tiempo, ya que KPMG dijo un mes después que no pudo verificar grandes pagos en algunas cuentas fiduciarias por parte de vendedores asociados.
De vuelta en Múnich a mediados de marzo, Marsalek se enfrentó al nuevo presidente de Wirecard, Thomas Eichelmann, quien había comenzado a investigar las cuentas de la empresa al asumir el cargo en enero. Eichelmann exigió pruebas de que el dinero de Manila estaba disponible y sugirió para tal efecto que la fintech transfiriera 100 millones de euros de los dos bancos filipinos a Alemania. Preocupado, le pidió a KPMG que realizara una auditoría especial y los contadores allí, también preocupados, aumentaron la transferencia solicitada a 400 millones de euros.
Desesperado, Marsalek hizo transacciones circulares, transfiriendo dinero de Alemania a Manila para luego regresarlo a Alemania en un intento por demostrar su existencia, según una persona familiarizada con los detalles. Pero no llegó a la cantidad total. En la mañana del 18 de junio, Marsalek le contó a un amigo que Wirecard estaba a punto de posponer su informe anual porque EY tenía indicios de que los mil 900 millones de euros en el balance eran falsos, una revelación que provocaría una reacción en cadena catastrófica. Con todo, Marsalek no parecía alarmado y le dijo a su amigo que seguía en conversaciones con los bancos filipinos.
Pero Braun citó a Marsalek y tras esa reunión Wirecard emitió una declaración enunciando que el director de operaciones había sido suspendido.
Marsalek le envió un mensaje de texto a un amigo diciéndole que iría a visitarlo ese fin de semana en Starnberg, al sur de Múnich. Más tarde canceló, explicando que había regresado a Austria, y desde entonces está prófugo.
El 22 de junio, la compañía sorprendió a los inversionistas al admitir la probabilidad de que los mil 900 millones de euros no existieran. Las acciones perdieron rápidamente el 99 por ciento de su valor y, al cabo de una semana, Wirecard se declaró en insolvencia. Nunca antes había pasado eso con una empresa que cotizara en el DAX.
Las autoridades han entrevistado a más de 100 testigos en un esfuerzo por reconstruir las actividades de Marsalek y su equipo y comprender quién dentro de la empresa podría haber sido cómplice. Una de las preguntas es si Wirecard alguna vez fue una fintech legítima o si desde el principio se creó con un propósito criminal. La compañía aseguró que solo un puñado de empleados sénior podían haber sabido que las cifras de las transacciones procesadas estaban infladas. Las 200 personas del departamento de pagos y riesgos de Wirecard podían ver los detalles de las transacciones y los volúmenes solo en la región donde se encontraban, y pocos tenían acceso a los datos globales.
Cuando estalló el escándalo, ambos bancos de Manila, BPI y BDO, dijeron que la supuesta relación con Wirecard y Marsalek era falsa y no estaba autorizada. Una investigación preliminar realizada por BPI reveló que un empleado "de muy bajo rango" del banco había firmado un documento y otra firma parecía una total falsificación. BDO dijo que el papeleo que afirmaba la existencia de una cuenta de Wirecard en el banco fue falsificado.
"Hasta donde sabemos, alrededor de un tercio de los ingresos de Wirecard y el 80 por ciento de sus ganancias eran un engaño", comenta Karthik Ramanna, profesor de negocios y políticas públicas en la Universidad de Oxford. "Una muestra aleatoria detectaría eso, y es indignante que EY no lo haya detectado". La auditora EY ha dicho que el dinero desaparecido fue el resultado de un complejo plan criminal tan elaborado que durante mucho tiempo pasó desapercibido.
En su huida, Marsalek dejó atrás una mansión neoclásica sobre la céntrica avenida muniquesa Prinzregentenstrasse, con más de 20 habitaciones en cuatro niveles conectados por un elevador transparente, con mobiliario de la lujosa marca italiana Giorgetti, y con un sótano equipado con dos camas de cuidado intensivo y medicamentos para COVID-19. También olvidó recoger de una boutique cercana un abrigo de casimir con piel exótica, que había ordenado con un pago inicial de 20 mil euros. Nunca regresó por él ni pagó la cuenta completa, el abrigo, y la justicia, siguen esperándolo.
Eyk Henning y Benedikt Kammel con la colaboración de Karin Matussek, Birgit Jennen, Cecilia Yap y Sarah Syed