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¡Cuidado, expertos en finanzas! Separar la academia de la macroeconomía puede ser un error

Aunque la macroeconomía no es una ciencia, lo que podría tentar a políticos y profesionales de la industria financiera a ignorar a los académicos, ellos tienen cosas útiles que decir, escribe Noah Smith.

¿Cómo saber si una teoría macroeconómica es buena? La respuesta es que es sorprendentemente difícil.

Dado que la macroeconomía no funciona como la ciencia, los formuladores de política y los profesionales de la industria financiera a menudo se sienten tentados a ignorar a los académicos y adoptar las ideas más simples y aparentemente lógicas de los paradigmas poco convencionales como la escuela austriaca de economía o la teoría monetaria moderna.

Sin embargo, deben resistir esta tentación: aunque la macroeconomía no es realmente una ciencia, los académicos tienen muchas cosas útiles que decir.

En los últimos años, los economistas han adoptado la investigación empírica, cuyo resultado es información más convincente y concluyente sobre la economía. Esto les ha permitido poner a prueba teorías de larga data, algunas de las cuales han demostrado ser deficientes.

Sin embargo, aplicar estos métodos a la macroeconomía es casi imposible. Cuando se trata de movimientos de toda la economía, todo se relaciona con todo, y la historia solo ocurre una vez. Por esa razón es muy difícil poner a prueba las teorías macroeconómicas.

¡Pero los macroeconomistas siguen intentándolo! Un buen ejemplo de eso es la llamada teoría del ciclo económico real, según la cual los cambios aleatorios en la productividad —debidos a variaciones en la política gubernamental o la tasa de innovación tecnológica— generan recesiones y auges.

En 1999, el economista Jordi Gali intentó poner a prueba esta idea midiendo los cambios en la tasa de innovación. Su conclusión fue que una innovación más rápida tiende a estar correlacionada con un mayor desempleo: exactamente lo opuesto de lo que predecía la teoría de los ciclos económicos.

Por supuesto, el artículo de Gali no es definitivo, ya que se basa en muchas suposiciones para identificar la tasa de innovación y esas suposiciones podrían estar erradas. E incluso si el análisis de Gali fuera perfecto, una versión modificada de la teoría de los ciclos económicos podría ser acertada. En cualquier caso, los resultados negativos como los de Gali no fueron suficiente para impedir que la teoría de los ciclos económicos ganara un premio Nobel para sus creadores en 2004.

A pesar de todos los desafíos, en los últimos años los macroeconomistas han redoblado sus esfuerzos para hacer concordar la teoría con los datos. Un artículo reciente de Michael McLeay y Silvana Tenreyro desarrolla nuevas formas de identificar la curva de Phillips, una relación teórica entre la inflación y el desempleo.

En otro estudio, Cristiano Cantore, Filippo Ferroni y Miguel León-Ledesma intentan identificar el efecto de la política monetaria en la participación de la mano de obra en los ingresos, usando métodos no muy diferentes a los de Gali. Estos son apenas dos de muchos ejemplos.

Otros investigadores examinan los componentes de la macroeconomía. Por ejemplo, un artículo reciente de Arlene Wong, de la Universidad de Princeton, halló que muchos de los efectos de las tasas de interés en el consumo provienen de los jóvenes que compran viviendas o refinancian sus hipotecas.

Otro artículo de Mark Bils, Peter Klenow y Benjamin Malin descubrió que los precios tienden a cambiar más durante el ciclo económico que los salarios. Nuevamente, existen muchos, muchos ejemplos.

Este no es el tipo de investigación dramática que captura titulares. No proporciona respuestas instantáneas a las grandes preguntas de la macroeconomía: como minimizar los riesgos de recesión, cómo luchar contra las recesiones cuando ocurren, cómo evitar la inflación, y así sucesivamente. Tampoco ayuda a los gestores de activos a pensar en nuevas formas de invertir. No puede adoptarse fácilmente dentro de una plataforma política.

Lo que sí es, es ciencia. No la ciencia limpia e idealizada de los laboratorios de física o química, ni los estudios simples y convincentes de la microeconomía.

No obstante, a pesar del desorden y las limitaciones, la macroeconomía empírica representa un esfuerzo real, honesto y continuo por parte de los investigadores dedicados a explorar todos los aspectos de un sistema espantosamente complejo y difícil de medir. Es probable que gracias a sus esfuerzos modestos y diligentes algún día podamos entender los fenómenos de los auges y las caídas mucho mejor de lo que lo hacemos ahora.

Sin embargo, mientras tanto, los formuladores de política tienen que formular políticas y los inversionistas tienen que invertir.

En lugar de basarse en una sola gran teoría, los banqueros centrales tienden a usar una combinación de juicio, datos en tiempo real y una variedad de modelos. Pero los políticos electos en busca de un programa de política atrevido y los gestores de activos en busca de una tesis de inversión audaz a menudo se sienten tentados por las teorías económicas heterodoxas que aseguran tener soluciones simples y arrolladoras. Dos ejemplos son la escuela austriaca de economía y la teoría monetaria moderna.

Estos movimientos se autodenominan teorías, pero no se parecen mucho a los modelos matemáticos usados por los macroeconomistas. La escuela austriaca rechaza explícitamente los modelos, mientras que la teoría monetaria moderna solo los utiliza en raros casos y prefiere limitar las matemáticas a las definiciones contables. En cambio, ambas escuelas de pensamiento suelen basarse en argumentos lógicos, planteados en inglés.

Escribir teorías en inglés dificulta ponerlas a prueba con datos. No es de sorprender que los seguidores de la escuela austriaca y la teoría monetaria moderna solo realicen análisis empírico cuantitativo raras veces. Algunos partidarios de estos movimientos tienden a señalar los eventos macroeconómicos como una reivindicación de sus ideas, como cuando el autodenominado austriaco Peter Schiff aseguró haber predicho la crisis de 2008. No obstante, este no es un buen método para probar una teoría: a menudo, se necesita poca investigación para revelar más fracasos que éxitos.

Pero la falta de modelos formales y pruebas empíricas no impide a los defensores heterodoxos emitir directrices de política audaces. Para los austriacos, esto puede incluir cambiar al patrón oro o abolir los bancos centrales, mientras que en la teoría monetaria moderna puede significar incrementar considerablemente el gasto deficitario y la garantía federal de empleo.

La audacia y la confianza de estas predicciones —y la ausencia comparativa de las matemáticas— hacen estas teorías mucho más atractivas para los inversionistas y los políticos que los garabatos de los profesores. No obstante, este es un rasero doble. El hecho de que la teoría esté escrita en inglés simple puede hacer que parezca más fácil de comprender, pero no hace que la economía real sea menos compleja. Y el hecho de que décadas de arduo trabajo empírico por parte de académicos humildes, cuidadosos e inteligentes apenas haya representado un progreso pequeño en nuestra comprensión de este sistema complejo pone en duda que un pequeño grupo de extraños pueda entrar y resolverlo todo con unas cuantas artimañas de lógica y una narración ingeniosa.

En otras palabras, tanto los formuladores de política como los políticos deberían sentirse reacios a aceptar las aseveraciones arrasadoras de los teóricos no convencionales. En cambio, un enfoque cuidadoso, basado en el juicio, los datos y una mezcla ecléctica de teorías parece mejor.

*Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial, del Financiero o de Bloomberg LP y sus dueños.

*Noah Smith es columnista en Bloomberg.

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