En el primer día de Acción de Gracias no había estadounidenses. El nuevo grupo de inmigrantes, recién llegado de Inglaterra, se consideraba completamente inglés. Y así permaneció: casi dos décadas después del festín, William Bradford describió la Guerra Pequot como un ataque indio "contra los ingleses en Connecticut".
Los peregrinos percibieron su misión en las tierras salvajes de América, no como la desesperada arremetida de un inmigrante que busca una vida mejor, sino como un itinerario de viaje designado por Dios. No había nada particularmente oportunista, ni siquiera humano, en el desembarco en lo que ahora llamamos Estados Unidos. "Colocar a un pueblo en este o aquel país lo designa el señor", dijo el predicador inglés, John Cotton, en 1630.
Por supuesto, había otros comensales en aquel primer festín de Acción de Gracias. Aunque su viaje carecía del papeleo divino que acompañó a los peregrinos, también habían llegado de otra parte. Durante años, se pensó que los indios americanos habían viajado al Nuevo Mundo entre 12 mil y 16 mil años atrás, a través de un puente de tierra entre Siberia y Alaska. Esa idea se está volviendo complicada.
Los arqueólogos que trabajan en un sitio en Virginia han descubierto artefactos que datan de aproximadamente el año 16 mil a. C. incluyendo algunas puntas de lanza elaboradas al estilo de una cultura de la Edad de Piedra del suroeste de Francia. Mientras tanto, el análisis del genoma de un hueso del brazo de un siberiano de 24 mil años de antigüedad reveló genes relacionados con indios tanto con euroasiáticos occidentales como con americanos.
Como National Geographic reportó: "cerca de un tercio de los genes de los nativos americanos provienen de personas de Eurasia occidental vinculadas con Oriente Medio y Europa, y no enteramente de los asiáticos del Este como se pensaba anteriormente".
Habiéndose deportado ellos mismos de Europa, los peregrinos construyeron su ciudad sobre una colina, sin preocuparse mucho acerca de a quién le pertenecía la colina. Las obligaciones mutuas de los recién llegados y de los anfitriones estuvieron mal definidas en los Estados Unidos de principios del siglo XVII. Tres siglos de lucha confirman que ambas partes nunca lo entendieron. El debate contemporáneo en relación al tema de inmigración sugiere que seguimos sin hacerlo.
Sin duda los peregrinos estarían conmocionados al saber que su primer festín cultural en su primer día de Acción de Gracias fue también una reunión familiar con un perdido, más bien diluido, clan europeo. Pero la gente, como la tierra, cambia con el tiempo. En 1621, los ingleses, holandeses, franceses y españoles, eran los extraños del festín. Ellos conquistaron y se quedaron. Pero la amplitud de la historia y migración humana nos dice que los forasteros no siempre conservan el lugar al que llegaron. Y que el extraño es con frecuencia más familiar de lo que nos imaginamos.