La misteriosa desaparición durante semanas del líder norcoreano Kim Jong Un desató un frenesí de especulaciones en todo el mundo.
Ayer el Líder Supremo realizó su primera aparición pública desde el 3 de septiembre, según fotos difundidas por la agencia oficial KCNA. Pero este nuevo episodio no hace más que poner de manifiesto lo poco que sabemos acerca de lo que sucede al interior del llamado Reino Ermitaño.
De hecho, lo poco que creemos que sabemos a menudo es inexacto. Cuando la mayoría de las personas piensan en Corea del Norte, imaginan un país roto, con escuálidos ciudadanos caminando bajo un cielo gris. Los extranjeros que llegan a Pyongyang descubren en cambio una ciudad cuyos habitantes son pobres, pero de ninguna manera indigentes.
Para entender hoy a Corea del Norte hay que admitir que su economía, aunque deprimida, no está al bordo del colapso. De hecho, desde su peor momento a finales de la década de 1990 -cuando las industrias estatales se hundieron y la hambruna mató a unas 600 mil personas - la economía ha crecido lenta pero constantemente.
Es cierto que Pyongyang lleva medio siglo sin publicar ninguna clase de estadísticas, por lo que es imposible determinar con exactitud el crecimiento. Pero el Banco de Corea (esto es, de Corea del Sur) estima que en la última década, el producto interno bruto de Corea del Norte creció a una tasa promedio de 1.3 por ciento. En privado, algunos observadores creen que la cifra real podría ser un poco más alta, tal vez cercana al 2 por ciento.
Es una cifra modesta, sobre todo cuando se compara con las tasas de crecimiento mucho más altas de casi toda Asia Oriental. (El año pasado, por ejemplo, Corea del Sur creció 3 por ciento.) Sin embargo, sugiere que Corea del Norte es más dinámica de lo que asumimos comúnmente.
El mundo apenas reparó en un logro notable el año pasado: por primera vez en casi tres décadas, los agricultores norcoreanos lograron producir alimentos suficientes para satisfacer las necesidades básicas de la población.
En la década de 1990, la producción industrial de Corea del Norte se contrajo a la mitad y una crisis agrícola condujo a la hambruna. La mayoría de los norcoreanos sobrevivieron porque establecieron una economía paralela. Tenían pocas opciones: las tiendas estatales no tenían alimentos, así que los cupones de racionamiento se convirtieron de repente en trozos de papel sin valor.
La mayoría de estos emprendimientos privados iniciaron como pequeños negocios. Los agricultores empezaron a cosechar sus propios alimentos en las parcelas situadas en las laderas de las montañas. Los trabajadores comenzaron a usar (o robar) los equipos de las fábricas estatales para manufacturar sus propios productos, que luego vendían. Algunas personas abrieron restaurantes clandestinos, otras incursionaron en sectores informales, como la sastrería. Los mercados, que el régimen apenas había tolerado, salieron a la luz.
Aun cuando algunos observadores externos admiten que las condiciones están mejorando, se mantienen escépticos porque creen que el crecimiento económico se limita principalmente a Pyongyang. Sin embargo, la evidencia disponible indica que la vida también está mejorando en el campo. Las modestas reformas que se instrumentaron en 2012 han transformado aún más el sector agrícola. Al igual que China en los 70, los agricultores de Corea del Norte ahora pueden registrar a sus familias como trabajadores y quedarse con una tercera parte de lo que producen (el resto lo entregan al Estado).
Uno podría pensar que esta mejoría en las condiciones económicas le podrá comprar algo de tiempo al régimen de Corea del Norte. Por el momento, al menos, a muchos ciudadanos les preocupa más progresar que simplemente ir tirando.
Con todo, las revoluciones rara vez comienzan cuando la gente está desesperada; suelen producirse cuando los ciudadanos llegan a creer que la vida podría ser considerablemente mejor bajo un liderazgo diferente. El crecimiento económico trae más conocimiento del mundo exterior. Y los cambios también hacen que las personas teman menos al gobierno, puesto que ya no son tan dependientes del Estado para su subsistencia. Un futuro más brillante para los norcoreanos bien podría significar uno más oscuro para el régimen.