Era bastante obvio que el máximo tribunal administrativo de Francia, el Consejo de Estado, anularía la prohibición de los trajes de baño conservadores instituida este verano en las ciudades costeras francesas. El viernes pasado revirtió la primera de estas prohibiciones, impuesta por el alcalde de Villeneuve-Loubet.
Aunque algunos alcaldes todavía no entienden por qué deberían anular sus órdenes, activistas de derechos pronto también intervendrán en el caso y, a juzgar por los precedentes, se obtendrán resultados similares en la mayoría de estos conflictos.
No obstante, el problema subyacente que generó las cómicas prohibiciones del burkini no va a desaparecer: el de la integración. ¿Cuánto deberían integrarse a una sociedad las personas de diferentes culturas antes de que ésta deje de tratar de excluirlas?
Como cantó alguna vez el poeta francés George Brassens: "A las buenas personas no les gusta cuando alguien toma un camino diferente al de ellas". Francia tiene una larga historia de intolerancia hacia la "otredad", y es parte de una poderosa tradición europea que a menudo ha conducido a extremos horribles, así como a otros ridículos. El éxito de los intentos por hacerlo pasar como un tema legal ha dependido en última instancia de la uniformidad de la opinión pública.
Los decretos anti-burkini adoptados en 31 ciudades francesas este año buscan que las playas sean áreas religiosamente neutrales. Un tribunal administrativo de Niza confirmó la orden del alcalde Lionnel Luca de Villeneuve-Loubet, argumentando que el uso de burkinis podía "exacerbar la tensión que la población siente después de una serie de ataques islamistas en Francia" y que "cualquiera sea la religión o la creencia en cuestión, las playas no son un lugar adecuado para exhibiciones ostentosas de las convicciones religiosas".
El juez de solicitudes urgentes del Consejo de Estado anuló esta decisión, señalando que "no se le presentó evidencia de que existiera riesgo alguno de perturbaciones de la paz y el orden en las playas de Villeneuve-Loubet en relación con el atuendo utilizado por algunas personas".
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En otras palabras, el máximo tribunal quiere pruebas de que un estilo específico de vestirse hace peligrar el orden público. Sería difícil conseguir esas pruebas. Incluso al alcalde de Sisco en Córcega, que prohibió los burkinis después de un altercado real en la ciudad, le resultará difícil argumentar que fue el burkini lo que lo provocó. Algunas mujeres del norte de África estaban bañándose completamente vestidas cuando sus hombres pensaron que un turista había tratado de fotografiarlas y eso desató el altercado, al que se unieron jóvenes de la localidad. Cinco personas resultaron heridas y se necesitaron 100 policías para detener el disturbio. ¿Fue culpa del atuendo de las mujeres musulmanas o simplemente se caldearon los ánimos en ambos lados? Yo votaría por la segunda opción.
El alcalde de Sisco Ange-Pierre Vivoni es socialista y afirma que su prohibición no es preventiva como en otras ciudades, sino una simple medida de seguridad razonable después del disturbio. Sin embargo, la mayoría de los alcaldes anti-burkini son de derecha.
Para estos políticos, y para la gente en Sisco, siempre listos para pelear con aquellos a quienes ven como extraños agresivos, el problema es que los musulmanes no parecen, en palabras de Lisnard, "cumplir con las reglas de Francia", hacen alarde de su religión y se separan del resto de la comunidad.
Como ha dicho mi colega de Bloomberg View Toby Harshaw, las estadísticas de desempleo y encarcelamiento muestran que a los musulmanes les ha resultado difícil integrarse en las sociedades europeas. Eso crea el deseo instintivo entre los locales y los políticos que los representan de obligarlos a adaptarse o irse.
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La emoción es más importante que cualquier resultado que se pudiera lograr legislando. Es difícil entender cómo el acoso de la policía a las mujeres en las playas puede reducir las tensiones étnicas, pero fácil entender el alivio que muchos votantes cristianos blancos sienten con los intentos del gobierno por hacer que gente de aspecto diferente sea más como ellos.
Tras la decisión del Consejo de Estado, los defensores de la prohibición del burkini han exigido una ley especial para mantener las prohibiciones. "Si aceptamos el burkini hoy, vamos a terminar con la sharia", dijo el legislador Nicolas Dupont-Aignan. Eso es un argumento emocional, pero sí sugiere una respuesta a la pregunta clave: ¿qué tipo de integración quiere realmente Francia de su 7.5 por ciento de población musulmana?
Los políticos de derecha quieren que la integración sea total. Les gustaría que todos los que viven en Francia - o en cualquier otro país europeo – se vistan y se comporten igual que la mayoría étnica y que tengan los mismos valores que, a su juicio, han llevado a estos países a la prosperidad. Idealmente deberían abandonar su religión y costumbres, pero si no puede ser, al menos deberían guardarlos para el ámbito privado, sin hacer ostentación de ellas. De lo contrario, ¿por qué eligen vivir en un país que históricamente se ha basado en un cierto modo de vida?
La integración a una sociedad es una paleta que cambia constantemente de opciones, porque el tejido social mismo no es estable. Algunos musulmanes acabarán renunciando a su cultura tradicional y aceptando plenamente los valores occidentales. Otros buscarán un equilibrio y lo encontrarán. Y un pequeño grupo odiará lo que ve, se volverá hostil y optará por una vida de aislamiento o crimen.
Obviamente las mujeres que llevan burkinis a la playa forman parte del segundo grupo: quieren hacer las mismas actividades que los europeos pero respetando su tradición. De lo contrario usarían bikini o se abstendrían de ir a la playa.
Depende de las sociedades europeas si quieren aceptar y apoyar la búsqueda de un camino medio o empujarlos a los extremos. El primer camino parece más razonable para el Consejo de Estado de Francia, mientras que los dos tercios de la población francesa que apoyan la prohibición del burkini parecen inclinarse por la segunda opción.
La canción de 1952 de Brassens - escrita cuando los bikinis, no los burkinis, fueron prohibidos en la mayoría de las playas francesas - está lejos de ser obsoleta.