En Saint Malo, una pequeña ciudad francesa ubicada en territorio de Bretaña, el vino que se sirve en los restaurantes viene de las aguas saladas del mar.
Hace 15 años, Yannick Heude y un grupo de amigos estaban en un viaje en bote, cuando uno de ellos dijo que esperaba un hijo y que debía meter una botella de vino al mar como parte de sus tradiciones.
Entonces, Heude, ahora comerciante de vinos, se le ocurrió añejar el vino en el mar, indica BBC.
Comenzó sumergiendo 12 botellas de vino Fiefs Vendéens en el fondo del puerto de Saint-Malo.
Reunía a sus amigos para probar el vino que había estado en el fondo del mar por un año entero.
Heude y sus compañeros descubrieron que en la costa de Bretaña, la temperatura del fondo del océano oscila entre los 9 y 10 ° C, que es equivalente a una bodega, mientras que el agua protege al vino de los dañinos rayos UV.
Además, el flujo dos veces al día de algunas de las mareas más grandes de Europa se asemeja a una técnica, conocida como remanaje, que se utiliza para añejar el vino, especialmente el champán. Este proceso consiste en inclinar lentamente el vino a medida que se añeja para evitar que los sedimentos se depositen en los lados y en el fondo de la botella y mantiene la claridad visual del vino. En el caso del vino producido por Heude, este movimiento lo proporciona el propio mar y sus olas.
Los vinos que Heude selecciona cambian cada año, aunque incluye tanto regulares como espumosos; el sabor de los vinos añejados en el mar varía según el cuvée (el tipo, la mezcla y el lote de vino). Como regla general, dice Heude, los vinos que han sido ligeramente filtrados están preparados para ser transformados por el agua.
A medida que las mareas mueven el sedimento natural en la botella, el sabor del vino se profundiza. El efecto es particularmente fascinante con el vino espumoso, ya que las mareas cambiantes refinan las burbujas de dióxido de carbono y estas bebidas obtienen un acabado crujiente.
Cada año, el primer fin de semana de junio, 100 gourmands y sommeliers de toda Francia compran boletos para experimentar este proceso en persona. Observan cómo Heude y su equipo cargan un barco con casi 700 botellas de vino a la sombra del Tour Solidor, una torre del siglo XIV construida originalmente para controlar la entrada al río Rance. Las botellas de vino se apilan en cajas de palets construidas para los productores de mariscos, aptos para un ritual tan íntimamente ligado a la cultura gastronómica local. Los agujeros adicionales en cada caja aseguran que el agua y las algas puedan fluir alrededor de las botellas durante su estadía de un año en el fondo de la bahía.
Una vez que han sido llevados al puerto, las cajas se bajan 15 metros hasta el fondo marino. Un buzo ancla ligeramente las cajas con suficiente margen de maniobra para que cada una se mueva en armonía con las mareas. Luego, recogen la carga del año pasado. Heude y su equipo empujan cada caja sacada del mar al centro de la multitud. En ellas aparecen otros tesoros como mariscos y puñados de algas marinas que se arremolinan alrededor de las botellas.
El vino añejado es degustado por los visitantes, acompañado de pan de masa fermentada de la panadería Philippe Renault en Dinard, así como la galardonada mantequilla de Jean-Yves Bordier, las ostras de Cancale y las callos de la cercana Normandía. Mientras que los expertos degustan los vinos para adquirirlos.
Este proceso para añejar los vinos es llamado la "inmersión" y se convirtió en una tradición anual y un fenómeno nacional.