Lo que en un principio fue un obstáculo terminó por convertirse en una fortaleza. Cuando el enólogo californiano Bob Blue buscó barricas para añejar sus tintos encontró que las pocas que había en el mercado eran costosas y estaban ocupadas con bourbon. Compró algunas, las neutralizó y ahí guardó sus vinos. Pronto se dio cuenta de que estaba en un error: no debía eliminar los aromas y sabores porque esa característica se convirtió en su sello distintivo.
El añejamiento en ese tipo de barriles es el principal diferenciador de las cuatro etiquetas de 1000 Stories. Para su elaboración se usan uvas zinfandel, cabernet sauvignon, syrah y carignan, que nacen en el Valle de Mendocino, ubicado a un par de horas de San Francisco, California. Abren un panorama distinto porque son tintos robustos con un poco más de alcohol y mayor permanencia en boca.
Para el mercado mexicano solo está disponible una etiqueta, la que proviene de la cepa zinfandel. Tiene un precio aproximado de 600 pesos. Fue elegida por conservar equilibrio entre acidez y estructura y porque se complementa a la perfección con los sabores del licor.
"El bourbon le da matices únicos que lo vuelven más complejo, es un twist que gusta a los consumidores de ese destilado y a quienes no lo son", asegura Blue.
Cuenta que para llegar al perfil de sabor adecuado, el mosto se añeja primero en barricas de roble francés y americano -como se hace con cualquier vino-, después permanece por un par de meses más en barricas nuevas y otras que guardaron bourbon. La diferencia está en la periodicidad de esas últimas; dependiendo de su edad aportan diferentes sabores al tinto. Antes de ir a la botella, el enólogo hace la alquimia final con caldos provenientes de al menos tres barricas distintas.
"El reto es mantener el perfil de sabor; lo singular de este y todos los vinos es que una añada nunca es igual a otra. Con 1000 Stories zinfandel mantenemos la homogeneidad que gusta a los jóvenes y a quienes tienen paladares más educados", menciona.
Prueba de la aceptación del zinfandel son sus altas ventas en países como Dinamarca y Japón. Blue lo atribuye a una razón simple: el consumidor está más abierto a experimentar nuevos sabores.
"Lo mismo que pasa con la comida sucede con los vinos, hay fusiones de diferentes estilos; la experiencia con una copa también debe ser diferente", destaca.
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El reto es mantener el perfil de sabor; lo singular de este y todos los vinos es que una añada nunca es igual a otra”
La decisión de beberlo solo o acompañarlo con alimentos es personal. La sommelier Sandra Gutiérrez lo recomienda como aperitivo o digestivo con quesos maduros, embutidos y nueces, pero también con platillos especiados como el mole o carnes a la brasa, que pueden ser cordero o res.
"La nota de whisky al final le da un toque de vainilla, le aporta el dulzor necesario para equilibrar el condimiento, no atosiga, es delicado, por eso es excelente compañero de una amplia variedad de postres, lo recomiendo con frutos rojos, caramelo y chocolate", concluye.