El jitomate es uno de los alimentos con el que los humanos han experimentado a lo largo de los años. El origen del cultivo de esta fruta y sus parientes silvestres se remonta a las regiones peruana y ecuatoriana de América del Sur.
El jitomate fue domesticado a lo largo de la región prehispánica conocida como Mesoamérica y llegó hasta Europa atravesado por una infinita cantidad de mutaciones.
Lo que alguna vez fue una baya sudamericana del tamaño de una chícharo, se ha convertido en una fruta con todo tipo de formas y tamaños, desde cerezas hasta frutas de reliquia.
De acuerdo con un artículo de El País escrito por los profesores de genética en la Universidad Politécnica de Valencia, José Blanca y Joaquín Cañizares, durante siglos los seres humanos fueron seleccionando los alimentos silvestres que preferían y los fueron adaptando a las necesidades prevalentes en un proceso conocido como domesticación.
“Desde hace miles de años, los humanos han utilizado medios naturales para inducir la diversidad genética y mejorar los principales cultivos alimentarios”, expone el Organismo Internacional de Energía Atómica en su portal web.
La domesticación del jitomate, es decir, su adaptación a las necesidades humanas, lo ha vuelto genéticamente diverso. La zona donde se encuentra la mayor biodiversidad de esta verdura es en la Cordillera de los Andes, específicamente la Selva alta de Perú o Ceja de montaña, de acuerdo con el científico Leonie Moyle.
“La vasta biodiversidad que observamos en las especies de tomate no fue el resultado de un simple factor evolutivo o ambiental. Es el resultado de un complejo conjunto de recursos genéticos que podemos distinguir con datos genómicos a gran escala”, reveló el autor del trabajo publicado en la revista PLoS Biology.
Los científicos descubrieron que la mutación genómica del jitomate es impresionante pues gracias a esta ha podido adquirir distintas capacidades a lo largo del tiempo. Las variaciones han sido responsables de producir el pigmento rojo en los frutos maduros, la resistencia contra hongos o virus y han permitido que la planta sobreviva en una amplia variedad de entornos.
“Los jitomates modernos deben su color rojo y uniforme a una alteración genética que permite a los agricultores saber con más precisión cuándo recoger el fruto. El lado negativo de esta mutación es que los tomates pierden sabor”, publicó la agencia de Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC).
Actualmente el jitomate es una de las verduras más consumidas en todo el mundo con una producción que superaba los 180 millones de toneladas en 2017, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
La gran demanda de jitomate ha provocado que su cultivo ya no sea sólo de temporada sino que su producción sea constante. Esto representa retos para los agricultores quienes deben recurrir a las transformaciones genéticas artificiales para que el jitomate pueda producirse todo el año.
“La civilización moderna basa su agricultura en agroecosistemas, ecosistemas fuertemente alterados por las actividades humanas con el objetivo de la producción agrícola, en los que la biodiversidad se ha reducido para maximizar los rendimientos multiplicando la producción de alimentos para satisfacer necesidades humanas”, publicó la asociación ChileBIO.
Así como el ser humano pudo diversificar esta verdura a lo largo del tiempo, tiene también la capacidad para resarcir los daños provocados por las nuevas necesidades alimenticias.
Es por ello que conocer la historia del jitomate como la de otros alimentos se ha vuelto una tarea primordial para poder preservar la vida en el planeta.
“Si la población del planeta se va a alimentar en el siglo XXI y más allá, la humanidad necesita preservar la biodiversidad que nos garantiza nuestros complejos y diversos estilos de vida”, informó la Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica.