El cangrejo herradura es un fósil viviente pues lleva 450 millones de años de presencia en la Tierra, pero en solo un par décadas, los seres humanos pasaron a convertirse en una de las mayores amenazas para su existencia.
En la década de 1960, científicos descubrieron que la sangre de cangrejo herradura se puede usar para detectar hasta las cantidades más pequeñas de bacterias dañinas. Desde entonces, la industria farmacéutica la utiliza para garantizar que nuestras inyecciones, vacunas e implantes quirúrgicos no estén contaminados.
Entonces, cada año en la costa este de Estados Unidos 500 mil de estos cangrejos son capturados, limpiados y medidos y luego se les extrae hasta un tercio de su sangre de color azul.
Lo propio se hace en las costas orientales de México y China. La demanda de su sangre es alta, se le denomina oro azul y unos cuatro litros podrían valer hasta 60 mil dólares.
Los cangrejos herradura son devueltos al mar poco después del sangrado, pero se estima que el 15 por ciento muere como resultado del proceso. Si sumamos su uso como cebo, la pérdida de hábitat y aumento de los niveles oceánicos atribuible a la crisis climática, algunos estiman que la población de este cangrejo se ha desplomado un 80 por ciento en 40 años.
Sin embargo, ya existe una manera de frenar su desaparición, al menos a causa de la extracción de su sangre.
Hace casi dos décadas, un profesor de la Universidad Nacional de Singapur creó una solución sintética que puede ser más efectiva que la sangre de cangrejo herradura para garantizar que nuestros implementos médicos sean seguros. También es potencialmente más barata.