Para Karina Sosa Castañeda (Oaxaca, 1987), ganadora del Premio Primera Novela 2021, esta distinción es una manera de hacer tangible para su familia su trabajo como escritora: las seis horas que pasa al día frente a la computadora en una actividad silenciosa, que parece invisible al no resultar en un producto inmediato.
“Dice mi hermano que mi abuela dijo: ‘ah, ya ven, cuando está en su estudio con sus libros no está perdiendo el tiempo’, cuenta entre risas la joven escritora en una conversación por videollamada.
Sosa recibió dicho galardón por su novela Caballo fantasma (Almadía, 2020). Organizado por la Presidencia de la República, a través de la Estrategia Nacional de Lectura, junto con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y Amazon México, el premio está dotado de 250 mil pesos.
Este reconocimiento, dice también la autora, “es un estímulo económico que permite comprar libros, lapiceros, una computadora, herramientas”. Y, sobre todo, comenta, significa la posibilidad de que Caballo fantasma encuentre nuevos lectores.
Sosa escribió este libro mientras trabajaba como bibliotecaria en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). “Ahí encontré todos los libros que me sirvieron para construir esta novela”, cuenta.
De estructura fragmentaria y un estilo evocativo, onírico y poético, Caballo fantasma tiene como protagonista a Karenina, una joven arquitecta cuya madre, a quien apenas conoció, murió hace 600 días. Lo único que Ka sabe de Leonora, como se llamaba, es que padecía una enfermedad nerviosa y amaba los caballos.
La novela, que también puede ser leída como un ensayo o como un diario, tiene como uno de sus hilos conductores referencias a escritores que amaron los caballos o escribieron sobre ellos. “La primera cita sobre caballos que anoté en una libreta fue sobre una yegua que está corriendo en una competencia en Ana Karenina”, recuerda la escritora.
Pero su entorno, en la ciudad de Oaxaca, la inspiró también a escribir sobre estos animales. “Cuando regresaba de la biblioteca en la noche, pasaba por una calle en la que siempre estaba un caballo mal nutrido, lastimado. Yo pensaba: ‘pobre caballo, ya debería morir’, porque los caballos en un pueblo como Oaxaca significan sacrificio, trabajo, son a fin de cuentas una herramienta, aunque es muy cruel decirlo, para el trabajo de los campesinos y para la gente. No hay esta romantización, estos caballos que para las sociedades europeas servían para la guerra o mostrar lujo, estatus de riqueza. La imagen de ese caballo sufriente me ayudó mucho a entender que quería escribir sobre estos animales”.
La autora, cuyos textos han aparecido también en Después del derrumbe: Narrativa joven de Oaxaca (2009) y Cartografía de la literatura oaxaqueña actual II (2012, ambos publicados por Almadía), aunó a esta obsesión por los cabellos el tema de la madre ausente, la madre que se vuelve un fantasma para la hija, como Leonora para Ka, su protagonista.
“Hablar de la maternidad también era importante para mí. Llevar al otro lado la búsqueda del padre. En Rulfo está muy presente la idea de buscar al padre, el padre es como un fantasma. Entonces yo pensé que también hay maternidades que son distintas y que merecen la pena ser contadas”, comenta.
Y agrega: “Quería llevar la ausencia de mi padre en la vida real, con quien en algún momento he tenido una relación muy fantasmal, muy fantasmagórica. Quería hablar de eso poniéndolo al otro lado, usando a la madre como la figura que se va”.