Su cuerpo murió a los 93 años, pero su alma era mucho más vieja. Los días que Chavela Vargas pisó este mundo no se cuentan con el calendario, sino con las cosas que dan dimensión al alma: los amores, las canciones, las borracheras, las compañías y las soledades.
"Hay años que no se cuentan, pero suceden, y suceden bien adentro", solía decir la intérprete cuando le preguntaban por su edad.
En su etapa como chamana huichola aprendió que el tiempo es una convención social. Y que sus años-espíritu fueron la justa medida de su existencia. Chavela amó hasta destruirse, bebió hasta cansarse y cantó hasta desgarrarse. Nunca temió la visita de la muerte. "Podría ser bellísima", dijo a El País poco antes de morir, el 5 de agosto de 2012, hace casi seis años.
Isabel Vargas Lizano fue concebida para franquear muros desde que vio la luz el 17 de abril de 1919 en San Joaquín de Flores, Costa Rica. La terquedad fue su defecto más virtuoso; gracias a ella emprendió acciones drásticas que cambiaron su destino.
Víctima del abandono y el maltrato de sus padres, se negó a quedarse en su país natal, donde su familia quiso obligarla a casarse con un señor adinerado, según contó su sobrina Yisena Ávila a la AFP en 2012. No lo pensó dos veces: vendió las gallinas de la casa y tomó un vuelo a México. "¡Qué país, Costa Rica! Yo pondría allí a todos los suicidas del mundo. Les pondría un departamento. Sería un buen negocio una tienda de ataúdes", dijo Chavela al periodista español Pablo Ordaz en 2009.
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Oír una voz como la de Chavela es volver a una cierta paz, a un recogimiento, a un asegurarnos que tenemos valor como seres humanos únicos e insustituibles."
Su amiga, la periodista María Cortina, recuerda en entrevista con El Financiero que para Chavela no había imposibles. No sólo se abrió paso en una industria musical eminentemente machista: también plantó la idea —dice— de que una mujer puede ser y cantar como cualquier ídolo ranchero. Usó pantalón y cabello corto en un país donde el feminismo apenas era un término académico, y se declaró lesbiana en una sociedad donde la homosexualidad aún era cosa mal vista.
"Chavela enriqueció nuestra cultura. Fue una mujer valiente que tuvo la sabiduría para sanar sus heridas. Su herencia es musical, pero también humana. Su mayor legado: su libertad, que no perdió ni cuando estuvo en silla de ruedas. Pero la libertad, decía, siempre tiene un precio: la soledad", comenta la autora de Dos vidas necesito: las verdades de Chavela (Océano, 2009).
Soledad, dulce compañía
Nunca se casó ni tuvo hijos. Vivió sus últimos años en La Quinta, una casa de Tepoztlán con vista al Chalchi, el cerro al que se le han conferido propiedades sobrenaturales. Con él —recuerda Cortina— Chavela hablaba todas las mañanas sobre la muerte, la soledad y la poesía. Era atendida por sus dos enfermeras (o sus "dos ángeles", como prefería llamarlas): Liliana Achuy Fan y Lorena Barrera. Y a sus pies, siempre, sus compañeros fieles: dos xoloitzcuintles llamados Lola y Joaquín.
El tiempo le hacía los mandados a Chavela. ¿Tener una conversación con Federico García Lorca? ¿Por qué no? Muchas veces, la cantante se reunió con el poeta granadino en algún lugar de Tepoztlán. O al menos eso le dijo a María Cortina.
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Todo el México que yo conozco, el de José Alfredo, la Revolución, los mariachis, los republicanos españoles, me lo metió en el corazón Chavela Vargas".
"Lo decía con una seguridad y una cordura, que muchos acababan creyéndole. Algunos periodistas le preguntaban en qué año había conocido a García Lorca, pero eso era imposible por la diferencia de edad; hasta ese grado era libre: incluso en la imaginación", recuerda.
Sus romances se contaron por decenas. Decía que el amor no es más que "un mal sueño de borrachera", pero también decía que los humanos que no aman son seres grises. Durante buena parte de su vida, Chavela y la inestabilidad fueron la misma cosa. Cuántas juergas —recuerda Cortina— no se metió con José Alfredo Jiménez en El Tenampa de Garibaldi, donde los cantineros declaraban cerrada la barra de tequila porque ese par siempre se acababa todas las botellas. Cuántas veces no asistió a las fiestas de Diego Rivera y Frida Kahlo, quien estaba enamorada de ella. "Hoy conocí a Chavela Vargas. Extraordinaria. Lesbiana. Se me antojó eróticamente", consta en una carta que escribió la pintora a Carlos Pellicer a principios de los 50.
La leyenda cuenta que tuvo amoríos con María Félix, Elizabeth Taylor, Dolores Olmedo y Lola Beltrán, pero Chavela siempre fue hermética.
A nivel musical —sostiene Cortina— la mayor transgresión de Chavela fue la de cantar rancheras sin mariachi. Algo inimaginable para la época. Sólo dos guitarras y su voz. Siempre su voz. "Ese fue uno de sus grandes aportes. Su canto desgarrador e íntimo fue un ejemplo de rebeldía".
Cortina recuerda otra batalla de Chavela: la del alcoholismo. El alcohol le trajo muchos problemas, dice, hasta el punto en que varias veces firmó su contratación y su renuncia el mismo día "porque estaba tan borracha que ni siquiera podía salir al escenario".
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Chavela es el abandono y la tristeza de la canción mexicana. Ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues."
La gente la creyó muerta durante mucho tiempo por esta causa. Incluso Mercedes Sosa —cuenta Pável Granados en el artículo Última visita a Chavela Vargas en la revista Soho— visitó México sólo para llevar flores a su tumba. Pero estaba viva. A punto de iniciar una nueva vida en sobriedad.
Tiempo atrás había tenido un encuentro especial. "Me contó en alguna ocasión que vio al mismísimo Diablo. Que estaba tirada en el piso después de no sé cuántos días de borrachera y se sentía tan mal que se paró, lo retó y le gritó: ¡O en este momento me llevas o me vas a dejar aquí muchos años! Y fue ahí donde se tomó su último caballito de tequila", cuenta Cortina, quien asegura que la cantante "nunca dejó de disfrutar el recuerdo del alcohol".
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La voz áspera de la ternura. Chavela nos canta y nos cuenta cuánto hemos amado, cuánto hemos sufrido y cuánto nos hemos equivocado."
Pese a su delicado estado de salud y sus 93 años, Chavela quiso hacer un homenaje a García Lorca con un álbum y su concierto en Bellas Artes: La Luna Grande. "A mí me dijo: María, quiero hacer un álbum como se me dé la gana. Es mi sueño. Y lo cumplió. Hizo lo que se le dio la gana".
Y así, hasta el final, ebria de libertad, fue como murió, aquel 5 de agosto, hace seis años.