Culturas

Cuando empecé a bailar tenía que esconderme las zapatillas porque me llamaban niña: Nacho Duato

El artista multipremiado, ganador del el Benois de la Danse —el máximo reconocimiento del ballet—, también pinta, toca el piano y no desdeña el universo pop.

No extraña que el otro gran amor de Nacho Duato sean los caballos. Con ellos ha convivido desde pequeño. Le fascinan por su elegancia, su fuerza y su belleza.

"Así son los bailarines", compara una de las figuras más connotadas de la danza entre siglos; él mismo de elevada estatura, crines rubias, rasgos angulosos y un porte que esconde sus más de 60 años.

Directo, como buen español, no le importa causar polémica. Desde chico aprendió a nadar el río de la vida a contracorriente. "Avergonzado de lo que era" —reveló en días recientes a la televisión española. ¿Y qué era, sino un niño que amaba el ballet y la belleza masculina?

Nacho Duato descubrió su gusto por la danza clásica en la España franquista de su niñez, donde la cerrazón y el machismo de la época y el de su propio padre lo consideraban un arte para mujeres.

"Cuando empecé a bailar tenía que esconderme las mallas y las zapatillas porque me llamaban niña. Se burlaban de mí. El bullying que ahora está tan de moda lo sufrí en el colegio y la pase muy mal", recuerda en entrevista con El Financiero. "No entiendo por qué me dediqué a bailar porque nunca vi mucho ballet en mi vida. En mi casa no bailaba nadie, al menos de manera profesional, jugando quizás".

Nada de eso lo desalentó. Y con 17 años, una dudosa formación dancística y ninguna duda sobre su vocación, marchó a Londres en busca de un lugar dentro de la prestigiada Rambert School of Ballet and Contemporary Dance.

"Eres muy mayor", le dijo la instructora. "Pero tienes muchas condiciones. Te doy la oportunidad. Si en tres meses no avanzas lo que un niño de 11 años hace en un año, te tendrás que ir". Desafiantes palabras que le espetó al joven, a cuya edad resulta casi imposible iniciarse para bailar profesionalmente.

Nada sabía la profesora del espíritu de salmón que tenía enfrente: en el plazo establecido el muchacho, poseedor de una elasticidad prodigiosa y un sentido natural de la estética, dominaba los pasos que requieren años de entrenamiento y disciplina espartana. Y llegó a formarse también en la Mudra de Maurice Béjart en Bruselas y en la Alvin Ailey American Dance Centre de Nueva York.

El mote de outsider no se lo quita nadie. Nacido en Valencia en 1957, Duato ha dicho no sentirse español tras haber vivido fuera de su país gran parte de su existencia.

Apenas cumplió los 20 años firmó contrato con el Cullberg Ballet, prestigiada compañía sueca de danza contemporánea, y un año después ingresó en el Nederlands Dans Theater. Con este último se estrenó en 1983 como coreógrafo, con la obra Jardí Tancat. Hoy sus creaciones alcanzan la centena. Se han montado en los más grandes escenarios obras como Mediterrania (1992), Herrumbre (2004), Alas (2006) y Gilded Goldbergs (2006).

En México su obra comienza a montarse: el año pasado, dentro del Festival Danzatlán, el Ballet Estatal de Berlín presentó su obra más íntima: White Darkness (2001), un réquiem a la muerte de su hermana, a causa de una sobredosis de droga; y hace unos días estuvo en el país para supervisar el montaje de Por vos muero, que la Compañía Nacional de Danza del INBA presentó a fines de abril, invitado por su directora artística, Elisa Carrillo.

El artista multipremiado, ganador del el Benois de la Danse —el máximo reconocimiento del ballet—, también pinta, toca el piano y no desdeña el universo pop: ha participado en musicales, series de televisión —entre ellas La virtud del asesino (1998)—, y actualmente es juez en el concurso de talentos español Prodigios. Desde esa tribuna ha desatado polémica al hablar sobre las condiciones de su infancia y hace unos días le dijo al joven bailarín ganador: "Qué suerte que hayas nacido en una España libre y democrática y no en la que me tocó vivir a mí".

También en medio de controversias, el año pasado renunció anticipadamente a su cargo como director artístico del Staatsballett Berlín (Ballet Estatal de Berlín), al cual llegó en 2014.

"Me fui de Berlín muy agotado, cabreado, porque no me gustó para nada la experiencia allá. Me llevaba mal con los políticos, con la crítica, aunque con los bailarines y el público bien. Me iba a tomar un año sabático que duró una semana porque me llamaron de Rusia y dije que sí". Hoy es director artístico del Ballet del Teatro Mikhailovsky.

El impasse alemán no ha sido, ni de lejos, el único que lo lleva a dejar una buena posición. Con 32 años, Duato llegó a dirigir la Compañía Nacional de Danza de España, que en 20 años (1990-2010) transformó en una propuesta contemporánea, de autor, con la que creó unas 30 obras y se encumbró como coreógrafo. La presión gubernamental por volver a formas más clásicas lo llevó a renunciar.

En su trayecto río arriba, atesora dos grandes eneñanzas: la importancia de escuchar al público, y crecer con él (aunque si se requiere vender entradas, como en España, sea capaz de recurrir a trucos como inventar su retiro). La otra es que guste o no, "la política está en todo". Hasta en el ballet.

Al final, el estrellato le da igual. "Eso es más para los deportes: el primero que llega a la meta es el que gana o el que mete más goles, pero en el arte no hay ni primeros ni segundos. Lo importante es que uno se crea su trabajo, que lo ame".

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