Hubo un tiempo en que España, la del sueño republicano, fue una mole de acero de 12 mil toneladas. Una nación flotante sobre las heladas aguas del Océano Atlántico rumbo a un destino del que sus habitantes sabían poco, pero esperaban mucho: México.
Con mil 599 pasajeros a bordo, El Sinaia llegó a Veracruz hace 80 años después de 18 días de travesía. Y de larguísimas horas de preguntarse por qué había que soportar esa otra forma de la derrota que llaman exilio. Lo que iba en ese barco eran los restos de lo que fue la II República, tras el golpe del general Franco y la guerra que le sobrevino.
Al zarpar del puerto de Sètes, el Sinaia era un avispero de confusión. Unos lloraron de alegría por dejar atrás los campos de concentración franceses. Los más jóvenes albergaron la esperanza de concluir sus estudios y, otros más, la promesa de educar a sus hijos en un país libre de fascismo, se narra en el libro Diario de la primera expedición de republicanos españoles a México (1989).
También hubo quienes se subieron con un agrio sentimiento de resignación, como el científico y entomólogo Ignacio Bolívar y Urrutia, quien a sus 90 años quería evitar el fusilamiento al que lo había condenado Franco. "Sólo quiero morir con dignidad", le dijo a su hijo Cándido después de lanzar injurias a la mar contra los totalitarismos que se adueñaban de Europa. No sabía que, a su llegada a México, la UNAM le otorgaría el Doctorado Honoris Causa.
Isabel Rosique tenía 13 años cuando huyó de España porque su padre era militante de la Esquerra Republicana en la Seu d'Urgell. Lo único que conocía sobre México era el proceso de extracción del pulque porque lo había visto en un documental. Recuerda que, cuando el buque partió del sur de Francia, algunos bombarderos enemigos los persiguieron. La angustia terminó al pasar el Estrecho de Gibraltar. Una tranquilidad inexplicable, dice, se apropió del buque. Seguida de las palabras del periodista Antonio Zozaya, quien, a pocas horas de cumplir 80 años, pronunció el discurso más emotivo a bordo de el Sinaia:
"Mirad a lo lejos aquella quebrada línea oscura que se alza sobre el mar: es la patria amada que se aleja. ¿Cuántos podrán encontrarla redenta, emancipada, gozando de las venturas de una verdadera democracia en que todos los hombres comulguen con las ideas de paz, progreso y libertad?".
La vida no se detuvo. Una pequeña radio operada por el historiador Ramón Iglesia daba cuenta de las noticias del inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con una vieja imprenta, se confeccionó un periódico llamado El Sinaia, que anunciaba no sólo las noticias de España, sino los eventos que se realizaban a bordo, desde declamaciones de poesía o verbenas populares hasta conciertos de la Banda Madrid —que tocaba todas las noches— y concursos de caricatura, poesía y chotis.
"Se cree que el exilio español fue eminentemente intelectual, pero a bordo del Sinaia venía el pueblo español en toda su diversidad: telegrafistas, campesinos, obreros, impresores, científicos, médicos, profesores, escritores… Incluso nació una niña en altamar, a la que llamaron Sinaia", cuenta la vicepresidenta del Ateneo Español de México, Josefina Tomé.
Para que los pasajeros conocieran un poco más sobre la tierra que los recibía, el presidente Lázaro Cárdenas organizó conferencias, como Las ideas de Cárdenas sobre la revolución democrática, El problema de las razas indígenas o La conquista española y su dominio.
"Cuando la migración se convierte en un problema y no en un mejoramiento cultural de las naciones, como ahora sucede con los inmigrantes mexicanos en EU o los centroamericanos en México, tenemos la obligación de generar conciencia sobre la gran tradición de acogida que tiene nuestro pueblo. Esa es la lección que nos deja el exilio español", considera el internacionalista Manuel Martínez Justo, director de la FES Acatlán de la UNAM.
Cuando el buque llegó a México, una caravana de 20 mil personas saludó a los recién llegados. El barco zarpó de regreso a Europa y nunca más regresó. En 1942 fue secuestrado por los nazis y dos años después llevado a pique para servir como bloqueo ante las fuerzas aliadas, sin éxito.
Incluso hundido y destrozado, el Sinaia sirvió siempre a la libertad.