Alfred Hitchcock tenía sólo 5 años cuando su padre lo mandó a la comisaría con una carta. Después de leerla, el comisario encerró al chico en una celda durante algunos minutos. "Esto es lo que se hace con los niños malos", recordaría Hitchock años después, convertido ya en el gran maestro del suspenso cinematográfico. Un discurso que mucho abrevó de los sentimientos de terror sembrados en su propia infancia.
"Este hombre, que ha filmado el miedo mejor que nadie, es a su vez un miedoso", escribe François Truffaut en el libro El cine según Hitchcock (1966), resultado de las charlas que ambos cineastas mantuvieron en 1962 en los Estudios Universal.
En esas conversaciones, el director de Vértigo atribuye su carácter temeroso al origen católico de su familia. "Probablemente durante mi estancia con los jesuitas el miedo se fortaleció en mí. Miedo moral a ser asociado a todo lo que está mal". También -confiesa- tenía terror a los castigos corporales.
"Que su familia no haya pertenecido a la iglesia anglicana, sino católica, desde luego acarrea muchas culpas, ideas de pecado y redención que influyeron en su cine", asegura el crítico Leonardo García Tsao. Él está a cargo del curso Obras maestras del período hollywoodense de Alfred Hitchcock, que impartirá hasta el 12 de noviembre en la Cineteca Nacional, a propósito de la exposición Hitchcock, más allá del suspenso, que se exhibirá del 13 de septiembre de este año al 13 de enero de 2019.
García Tsao describe al cineasta como un hombre de contradicciones. "Era muy concienzudo en su trabajo, muy mecánico, muy ordenado y al mismo tiempo sus películas siempre hablan de un caos amenazante; el orden establecido es muy inestable y en cualquier momento se puede venir abajo. Pero creer que el trauma de la infancia por aquel encierro en prisión es la causa de su miedo a la transferencia de culpa -que lo culparan de algo que no hizo, un tema recurrente en su obra- es simplificar demasiado su cinematografía".
Lo cierto es que Hitchcock no escapó de la culpa, apunta Hugo Villa, director de la Filmoteca de la UNAM. "Proviniendo de una familia de clase media baja, en una sociedad de castas muy dura, como era la Inglaterra de principios del siglo XX, es de esperarse. A las clases medias en Europa en la posguerra les daba mucha pena su éxito. Si él se sentía culpable, llevó ese sentimiento a extremos extraordinarios en sus películas".
Seducidos por el morbo
Hitchcock, escribe Truffaut, sedujo a los espectadores atemorizándolos. Desde The Lodger, que el francés describe como "el primer filme hitchcockiano", plantea un tema que forma parte de casi todas sus películas: el hombre acusado de un crimen que no cometió.
En su largo encuentro con Truffaut, el realizador nacido en Londres el 13 de agosto de 1899 reveló su estrategia para enganchar al público. "El tema del hombre acusado injustamente produce mayor sensación de peligro a los espectadores porque se colocan más fácilmente en la situación de esta víctima, que en la de un culpable que trata de escapar".
Así sucede en cintas como Downhill, de 1927 en su periodo silente, que cuenta la historia de un estudiante acusado de robo expulsado del colegio y rechazado por su padre, que tras una travesía por París y Marbella regresa a Londres para encontrar la redención; o en Blackmail (1929), su primera película sonora, sobre un trágico triángulo amoroso en el que una joven es agobiada por la culpa de haber matado a su amante.
En Treinta y nueve escalones (1935), un muchacho huye de Londres a Escocia para encontrar a los asesinos de una mujer, un crimen del cual es sospechoso. Y el sentimiento de culpa persigue al icónico Norman Bates de Psicosis, quien apuñala a una chica en la ducha, una secretaria de nombre Marion Crane; la escena que inmortalizó a Anthony Perkins y Janet Leigh.
Crímenes reales
"A menudo me he preguntado por qué no consigo interesarme en una simple historia de conflictos humanos cotidianos. Tal vez la respuesta sea que me parece que no tienen el suficiente interés visual", reconoce Truffaut en El cine según Hitchcock.
Y es que el temor y la culpa se subliman a través del arte, dice Roberto Coria, experito forense de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México e investigador en literatura y cine fantástico y asesor del Festival Mórbido.
"En el estreno de Psicosis, un periodista le preguntó al director si no temía que la cinta alentara comportamientos violentos como el del asesino Fulano de Tal, que acaba de matar a su tercera víctima. 'No tengo idea; pero me gustaría saber qué vio antes de cometer los dos primeros crímenes', le respondió con ese humor negro que le caracterizaba", comenta Coria.
Algunas de sus películas se inspiraron en hechos reales en los que estaba presente la culpa. De acuerdo con información de la Cineteca Nacional, el argumento de La cortina rasgada (1966), parte de la desaparición de dos diplomáticos ingleses que abandonaron su país y huyeron a Rusia. Intriga internacional (1959) retoma una historia ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial, cuando varias secretarias de la embajada británica en Oriente Medio inventaron la existencia de un agente secreto para despistar a los espías alemanes, y La soga (1948) se basa en el asesinato que cimbró a Estados Unidos, el cual se llegó a catalogar como "el crimen del siglo".
La soga, dice Coria, está basada en un caso de dos yuppies asesinos en Indiana: Nathan Leopold y Richard Loeb, quienes asesinaron a Bobby Franks, de 14 años, para ver si podían salirse con la suya y así constatar su alto intelecto. "Se filmó como una sola toma, un recurso que cambió tanto la cinematografía de la época como lo hizo Psicosis en 1960, con la famosa escena de la ducha, cuya referencia es Ed Gein, un asesino conocido como el Carnicero de Plainfield".
A pesar de que la visión del cine de Alfred Hitchcock es un tanto pesimista, dice Leonardo García Tsao, de fondo hay una declaración de fe. "En una primera etapa los héroes salen adelante y sus finales son felices, a diferencia de sus películas de madurez, como Vértigo. Pero en general, creo que hay una filosofía sobre la redención, la capacidad del hombre de salir adelante, del esfuerzo humano por establecer el orden". Una expiación de la culpa.