Culturas

Jacaranda: breve historia de una invasión

El árbol icónico ha logrado cumplir un importante rol para una urbe -la Ciudad de México- que se ahoga en su propia contaminación, escribe Veka Duncan.

El florecimiento anual de las jacarandas es más que solo el anuncio del inicio de la primavera, es una bocanada de aire fresco. No debería sorprendernos este efecto que las jacarandas tienen sobre nosotros, es un árbol que absorbe elementos nocivos del aire, como el plomo. Así, su llegada a la capital ha resultado más que la introducción de un árbol icónico, ha logrado cumplir un importante rol para una urbe que se ahoga en su propia contaminación.

Difícilmente podemos pensar que esto preocupó a quienes lo introdujeron, aunque parece casi un hecho predestinado. En realidad, sabemos muy poco sobre su llegada al país, pero lo que sí sabemos es su origen. Su nombre es un derivado de "yakara'na", de origen tupí, lengua nativa de Brasil, lo cual nos habla de raíces sudamericanas. Lo hay en Paraguay, Bolivia y Argentina, así como en algunas partes de Estados Unidos, como Florida, California y Texas, y del otro lado del Atlántico hay jacarandas en España, Portugal e incluso Sudáfrica. Su invasión mundial no sorprende, es un árbol que pocos se negarían a recibir, y quizás pudiera coincidir con el auge del colonialismo, pues la mayoría de sus sedes fueron en algún momento territorio de las coronas española y portuguesa.

La versión que se ha arraigado en el imaginario nacional tiene por protagonista a un jardinero japonés, Tatsugoro Matsumoto, quien llegó a México en 1896 tras una estancia en Perú. Su trabajo en la región andina llamó la atención de José Landero y Coss, quien lo invitó a México a crearle un jardín japonés en su hacienda en Hidalgo. Rápidamente se esparció el rumor sobre su talento y pronto estaría creando jardines para las familias más acaudaladas del porfiriato. Matsumoto era más que solo un jardinero, en Japón había recibido el título de ueki-shi, una suerte de arquitecto paisajista, y en el mundo occidental el orientalismo estaba de moda. La fiebre por los jardines nipones llegó hasta el Castillo de Chapultepec, donde el propio Porfirio Díaz le solicitó encargarse de los jardines y arreglos florales de la residencia oficial.

La cercanía del jardinero a la clase política mexicana es lo que mejor explica su vínculo a la llegada de la jacaranda, pues usualmente es citado como quien introdujo la especie al país, aunque algunas fuentes discrepan. De acuerdo al escritor Aurelio Asiain, existen registros sobre la presencia de jacaranda en México anteriores a la llegada de Matusmoto. En 1846, en el libro The British Florist de Henry G. Bohn, se publicó una referencia al traslado de semillas de México a Inglaterra por parte de Thomas Hardy, un militar británico que viajó a nuestro país en 1819. Este, y otros registros decimonónicos, pone en jaque el ya tradicional mito de que fueron introducidas por el jardinero nipón. Es más factible que llegaran a través de Veracruz provenientes de Manaus.

El mito en torno a Matsumoto probablemente tiene su origen en los años 30, cuando Pascual Ortiz Rubio solicitó al gobierno japonés que nos donaran árboles de cerezo para la capital. Matsumoto fue un importante interlocutor en este proceso, tanto por su origen como su renombre, y se sabe que fue él quien desanimó el proyecto al asegurar que el clima mexicano no era propicio para recibir este obsequio. Se cree que fue en este momento que propuso la plantación de jacarandas para dar a la Ciudad de México un árbol característico que, como el cerezo, llenara de vida sus calles cada primavera.

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