Culturas

Jorge Witker, una hemeroteca deportiva de carne y hueso

Jorge Witker no es un coleccionista; antes que cualquier cosa es periodista. Calado a la vieja escuela de la libreta y la pluma.

A veces es posible distanciar la vida hasta el punto de petrificarla en una sola imagen.

Si esta postura nietzscheana es cierta, la estampa que mejor describiría a Jorge Ernesto Witker sería su acervo futbolístico. Uno de los más grandes de este país tan poco acostumbrado a relacionar el balón con los libros. Mientras los gigantes tecnológicos se obsesionan en almacenar más información en dispositivos cada vez más pequeños, el acervo de Jorge se desborda en una habitación que huele a tinta y polvo. Hay algo de anacronismo en este cuarto en el que Marie Kondo —la nueva gurú digital para la armonía del hogar— se daría cuenta de lo que puede conducir a un hombre a tener más de 30 libros en casa.

A simple vista, cualquiera diría que Jorge es un coleccionista más: el narcisista que busca seguridad en su hambre voraz por reunir objetos. Pero no lo es. Porque antes que cualquier cosa, Jorge es periodista. De esos calados a la vieja escuela del papel y la pluma. Buscador de historias entre las gélidas estadísticas de los goles. De esos que no se fían siempre de lo que hay en la red, en la nube, esa biblioteca que existe pero que nadie ha visto ni nadie verá algún día.

Porque lo tangible, igual que el periodismo con el que comulga Jorge, está en peligro de extinción.

Son miles los libros, periódicos, almanaques, revistas, figuras de acción, balones, playeras y otros objetos los que conforman la colección que construyó durante los últimos 30 años. Y aunque compraba y compraba para llenarse de datos y convertirse en esa fábrica de historias tan necesaria para la épica del balón, en el fondo se fue gestando otro objetivo: construir una biblioteca deportiva pública, la primera de México, que sirviera de consulta para los jóvenes que quisieran dedicarse al oficio periodístico o a los investigadores de las universidades.

Sin embargo, dice en entrevista El Financiero, es momento de aparcar el sueño. Una enfermedad respiratoria crónica lo obligará a mudarse a Mérida (a nivel del mar) y tendrá que deshacerse de esta colección que construyó con convicción de misionero religioso.

Y es que desde muy joven, Jorge puso su vida al servicio del que sabía iba a ser su oficio para toda la vida: el periodismo deportivo. Cuando una persona voltea hacia sus 15 años, casi siempre recuerda al primer amor o a la travesura no tan inocente que hizo en la secundaria. Jorge no. Él recuerda la tarde en la que tuvo entre sus manos un ejemplar del periódico Estadio. "Desde ahí me volví adicto al papel".

Su padre, un reconocido abogado y académico de la UNAM, nunca entendió a ciencia cierta la pasión de su hijo (Puma hasta la médula), que iba todas las mañanas a los quioscos para pelearse por un ejemplar del Esto o La Afición. No era el único, naturalmente. Pero sí el único que no lo tiraba a la basura. Lo estudiaba con ojo de cirujano y lo guardaba. Eso hizo durante años hasta convertirse en una hemeroteca andante. Y como los viejos bibliófilos, los encuadernó en libros que hoy parecen incunables en subasta.

A finales de los años 80, México todavía tenía algo de aldeano. Las ventanas que tenían los adolescentes al mundo eran escasas. Sin Internet, sin un TLCAN que abriera las fronteras culturales y comerciales del país, era difícil hacerse una idea de lo que sucedía afuera si no se contaba con recursos para viajar.

Por eso no es raro que los primeros contactos de Jorge con el futbol internacional fueran a través de publicaciones como France Football, Onze, Marca o El Gráfico, que, cuando tenía suerte, compraba en Sanborns, pero cuando no, debía esperar semanas para que llegaran a su casa.

"El Gráfico me abrió el panorama sobre el periodismo deportivo. Su prosa futbolera era fantástica y me animó a ejercer un periodismo que no sólo diera estadísticas, sino que contara historias. Y un día, de pronto, me di cuenta que mi pasión por documentarme se había convertido en una gran ventaja en el medio laboral, donde actualmente muchos colegas no están suficientemente informados y hablan de oídas", comenta.

Pareciera que Jorge es un ratón de biblioteca. Sus enormes pilas de libros son su Google. "Porque aunque parezca sorprendente, no todas las estadísticas deportivas están en Internet", afirma. Pero si algo no le gusta es que vean a su acervo con nostalgia. Cuando habla sobre la necesidad de desprenderse de lo que coleccionó con tanto ahínco, se advierte en su mirada un temple estoico que sólo conocen los que han tomado la decisión de renunciar a una parte de su vida.

Y es que el desapego hoy está en prácticamente cualquier lado: los libros de autoayuda recomiendan "soltar" para "ser feliz", las oficinas prefieren el home office, los contenidos dejan de ser físicos para compartirse en streaming y las relaciones amorosas nacen en Tinder.

Pero es difícil explicar esto a quien encontró en cada revista, en cada libro, en cada playera, en cada balón, una historia de amor, un sacrificio, una mochada a la quincena que ya no alcanzaba, una charla con un amigo, un reportaje escrito en la madrugada, una taza de café, un trago o un momento de soledad en el que se reconoció a sí mismo como el hombre que lleva a cabo su vocación más profunda.

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