Culturas

Juan José Arreola: jaque mate en set mayor

Juan José Arreola fue también hombre de deporte, pero uno selecto: sólo atraían su atención aquellas justas en que el jugador se enfrenta a un rival en solitario. Este viernes se celebra el centenario de su nacimiento.

P or su mester, Juan José Arreola elaboraba estrategias deportivas con la misma agudeza con que hiló las palabras. Su gusto por ciertas disciplinas -dice su nieto, Alonso Arreola-, tiene que ver con la elegancia y la soledad que, de alguna forma, se parecen a la del escritor.

Arreola era afecto a las justas individuales: el ajedrez, el ping pong, el tenis. "Nunca lo vi entusiasmado por los deportes de conjunto sino por aquellos en donde el jugador vence primero a sus propios demonios -sean del cuerpo, de la mente o del espíritu-. Por ello agregaría el ciclismo, que tanto le gustó", comparte el músico, productor y periodista.

Del deporte blanco, el baterista y escritor José María Arreola -hermano de Alonso- atesora recuerdos que compartió en un emotivo relato titulado Mi prodigioso miligramo:

"Te acompañé a ver la final de la Copa Davis entre México y Alemania al Club Alemán. Te dio agorafobia entre la multitud. Con el rostro morado por el coraje me acerqué a la salida, sosteniéndote, buscando cómo regresar a Guadalquivir. En pleno Periférico, tu capa distrajo la atención de mil coches que te quisieron llevar a la luna. Un señor muy amable se orilló a huevo, sacudiéndose a los otros: '¿A dónde lo llevo, maestro?'. En el trayecto a tu casa, diste cátedra. Mi enojo desapareció mientras escuchábamos por radio que Leo Lavalle se recetaba a Boris Becker en forma espectacular".

En entrevista con El Financiero, José María Arreola comparte que su abuelo lo patrocinó para que fuera tenista profesional. "Jugué mucho tiempo, pero la música me ganó", reconoce el hijo mayor de Orso, el más pequeño de los descendientes de Juan José.

“Nunca lo vi entusiasmado por los deportes de conjunto sino por aquellos en donde el jugador vence primero a sus propios demonios -sean del cuerpo, de la mente o del espíritu”.

Alonso Arreola

En aquel texto que recuerda la final de la Copa Davis en México, publicado en La Jornada Semanal en 2002, José María Arreola evoca cómo su abuelo bromeaba, a sus costillas, con el hombre que se ofreció a darles aventón. Le decía que su nieto iba a seguir los pasos del ganador del Wimbledon juvenil en 1985. "Eso nunca sucedió".

Juan José Arreola -quien tuvo entre sus favoritos a Ivan Lendl- nunca empuñó una raqueta tenis, pero sí ocupó la pluma en ella. Además de artículos periodísticos, escribió el prólogo del libro Rafael Osuna. Sonata en set mayor (1990), de Elena Osuna. "Fue maestro y amigo de Elena, la hermana de Rafael Osuna", recuerda el periodista deportivo Osvaldo Anaya. "Él le dio algunos consejos sobre cómo redactar y organizar esa biografía".

Al Pelón Osuna, considerado el mejor tenista mexicano de todos los tiempos, el autor de El guardagujas lo describió así: "Con su andar cauteloso y sus dinámicos desplazamientos de gato, que iban desde la volea al fondo, hasta la gracia sin par de la 'dejadita', como no queriendo al borde justo de la red. Donde quiera que estaba, Rafael siempre estuvo en el terreno deportivo dispuesto a ganar, pero aceptando el riesgo de perder".

Entre ruedas y tableros

Arreola escribió también sobre otros deportes de su interés. La trágica muerte del ciclista británico Tom Simpson en el Tour de France de 1967, fulminado por un paro cardiaco a un kilómetro de la cima del Monte Ventoux, lo inspiró a escribir uno de los textos incluidos en su libro Palindroma, de 1971. "Se me rompió el corazón en la trepada al Monte Ventoux y pedaleo más allá de la meta ilusoria. Ahora pregunto desde lo eterno en el hombre: ¿Cómo puedo emplear con ventaja los tres segundos que logré descontar a mi más inmediato perseguidor?".

En el libro Conversaciones con escritores, de Federico Campbell (1972), Juan José Arreola confiesa su pasión por los retos deportivos. "En el ajedrez, de pronto soy un jugador que pone en predicamento a un jugador de primera categoría, puedo hacer una partida casi magistral y la he hecho; a veces a mi hijo Orso, que es uno de los mejores jugadores de ping pong, lo pongo en unos aprietos terribles y me trepo a 20 iguales. Porque estoy poseído, arrebatado", relata.

A Fernando del Paso le contó que su gusto por el ping-pong provenía desde su juventud en Zapotlán, cuando un huésped de la casa de sus tías colocó una mesa en el patio.

En Memoria y olvido: vida de Juan José Arreola, 1920-1947 recuerda: "Eso fue el principio de la fiebre del ping-pong. Jugábamos como locos. Aunque hubo épocas largas en que no jugué, siempre que volví lo hice como si no hubiera pasado el tiempo. Sin perder la forma. Construí algunas mesas de ping-pong e incluso hice algunas raquetas".

Alonso Arreola comparte que fue su abuelo quien le enseñó a jugar ajedrez. "Me usaba para posicionar piezas y entonces analizar partidas. Tengo algunos de sus ajedreces, así como una de las mesas y un tablero que diseñó. Le gané un par de veces. Me regaló algunos libros de estrategia y compartió sus aperturas y movimientos favoritos, como la Tumba de Philidor. Uno de sus mejores obsequios fue La trampa en la apertura, de B. Weinstein".

El escritor era tan apasionado del ajedrez que creía que todos los niños y jóvenes deberían saber jugarlo. Se lo dijo a Vicente Leñero en una entrevista que publicó en su libro Talacha periodística (1983). Le dijo también que era muy necesario para México. "¿Por qué muy?", le preguntó Leñero. La respuesta fue contundente: "Porque somos un pueblo radicalmente inestable. Somos hijos de un padre que siempre ha tratado mal a su madre y nunca hemos sabido tomar una opción, lo que se dice una opción. Sólo sabemos jugarnos la vida a cara o cruz.

En un pueblo donde el azar impera, donde se dice: 'mira, no te lo doy en tanto ni en tanto: un volado, todo o nada', tenemos una repugnancia original al ajedrez, porque el ajedrez elimina las circunstancias azarosas y nos compromete a una hazaña individual, por que nos obliga a la confrontación pura del ser ajeno con el nuestro sin recursos de fuerza física. Por todas esas razones es importante propagar en México el ajedrez".

Aunque era buen jugador, el tablero fue, al mismo tiempo, su gran pendiente. Lamentaba que su padre no le hubiese enseñado a jugar desde niño. "Yo sería un hombre feliz y no tendría ningún problema literario, ni moral, ni amoroso, si hubiera llegado a ser un gran ajedrecista. Y no lo pude ser porque aprendí a jugar muy tarde".

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