En la mercadotecnia y en la música, KISS es el acrónimo del éxito.
En 1960, un grupo de publicistas estadounidenses introdujo ese término para referirse a Keep It Simple, Stupid!, una estrategia publicitaria concebida para vender más con campañas menos complejas. Trece años después, en un sucio garaje de Nueva York, dos chicos judíos tomarían esa misma palabra para bautizar a la que sería la gran máquina de dinero de la música pop.
Dicen que la casualidad no es para quien la desea, sino para quien la merece. Rebasar los 60 años, maquillarse y andar sobre plataformas de 15 centímetros no debe ser divertido. Pero para Paul Stanley y Gene Simmons KISS es una empresa seria: la única banda que ha conseguido 30 discos de oro y 10 de platino en Estados Unidos, según la Asociación de la Industria Discográfica de ese país.
Más de 100 millones de álbumes vendidos en todo el mundo y un catálogo de 5 mil artículos oficiales a la venta —desde camisetas y botas hasta dildos y condones, pasando por figuras de acción, ataúdes y tarjetas de crédito— demuestran que Simmons y Stanley son los responsables de una marca que, durante 48 años, ha sido la sinergia perfecta entre música y merchandising.
Y es que KISS opera como una compañía trasnacional. Fortalece mercados y se retira de los que ya no puede sacar provecho. Establece alianzas en los cinco continentes. Aprovecha las coyunturas para vender nuevos productos. Innova en cada gira, pero se mantiene fiel a su estilo. A KISS no le molesta la nostalgia: la aprovecha. Nada detiene al bajista Simmons —¿o es más adecuado llamarlo CEO?— para explotar nuevas áreas de oportunidad.
Que si el maquillaje daña la piel y el ambiente, y qué flojera porque ya es cosa del pasado, no importa, el señor Simmons ya ha establecido las alianzas necesarias con Apple para que KISS Photo Bomb convierta a un millón de personas en Paul Stanley en tres simples pasos desde un smartphone. Que si los condones con figuritas no se pueden usar porque no son seguros, no importa, el señor Simmons ya ha firmado un acuerdo con Graphic Armor y la FDA de Estados Unidos para que su larguísima lengua en HD se extienda por todo el miembro viril del interesado sin temor a que se rompa. Que si ya ningún producto sorprende a la KISS ARMY —como se hace llamar el club de fans oficial de la banda—, tampoco importa, porque el señor Simmons ha lanzado Servicios Funerarios Kiss, donde por 4 mil dólares el difunto podrá descansar en un ataúd grabado con la iconografía clásica del grupo.
No es un secreto para nadie que a Simmons le enloquece el olor a billetes. Si Stanley es el amo del show, Simmons es el señor del dinero. El hombre que piensa con la cabeza fría. A veces hasta grados francamente cínicos. En abril de 2015, el músico hizo una serie de controvertidas declaraciones a la BBC: "Nunca voy a dejar de cazar dinero. Nunca tendré suficiente. Todas las bandas venden mercancía; simplemente no lo hacen tan bien como nosotros. Soy como Warren Buffett, que se levanta todos los días y se va a trabajar aunque no necesita dinero. Yo vivo para ganar dinero. Soy socio de Stronach Group, la compañía operadora de carreras de caballos más grande de Estados Unidos. Soy socio de Cool Springs Life, y de Rock & Brews, y de Maui, una cadena de restaurantes de Tokio. Soy un hombre de negocios".
Negocios satánicos
En marzo de 1976 —poco después de que KISS dejara de ser una banda de covers de Elvis Presley— un grupo de feligreses cristianos intentó cancelar el concierto del grupo en Harrisburg, Pensilvania, bajo el argumento de que KISS significaba Knight's In Satan Service (Caballeros al Servicio de Satán).
Meses después, Simmons y Stanley sufrieron los ataques de la comunidad judía, a la que ellos mismos pertenecieron de niños. Los judíos compararon las dos últimas "eses" del logotipo de la banda con las SS de Adolfo Hitler, lo cual provocó que la prensa sensacionalista los tildara de nazis. Una idea que se reforzó cuando Simmons confesó que había nacido en Haifa, Israel, y que su verdadero nombre era Chaim Witz.
A diferencia de Black Sabbath o Judas Priest —cuyos integrantes constantemente se encargaban de desligarse de cualquier rito satánico— KISS optó por darle juego al mito. A partir de entonces comenzó la transformación gradual de su imagen: del look glam setentero —muy al estilo de Bowie— a la apariencia actual: una cruza de actores de teatro kabuki, motociclistas de Los Ángeles y sadomasoquistas de sex shop.
La fórmula ha resultado perfecta. Los conciertos siguen siendo llenos totales pese a que desde 1998 KISS —que anunció el lunes las primeras fechas de su gira de despedida— sólo ha grabado dos discos. Nadie parece aburrirse de ver a Simmons escupiendo fuego o de escuchar los mismos 4 minutos con 39 segundos de Detroit Rock City.
Pobreza, nunca más
Simmons no sólo es el rockstar que presume de haberse ido a la cama con 4 mil mujeres y poseer tantos yates como para rodear una isla griega. También es un hombre con un pasado tormentoso. En su autobiografía Sex Money Kiss (2003) cuenta que su madre y su hermano pudieron escapar de un campo de concentración en 1944, cuando el ejército nazi comenzó a romper filas tras la llegada de las tropas estadounidenses a Polonia.
Él nacería cinco años después y tendría una infancia errante debido a la sombra del antisemitismo que entonces recorría Europa. Todos sus familiares —originarios de Jánd, Hungría— ya habían muerto. Su abuela se había metido voluntariamente a una cámara de gas para que su propia madre, la bisabuela de Simmons, no muriera sola.
Empresa seria
La única banda de rock que ha obtenido 30 discos de oro y 10 de platino en EU, con más de 100 millones de álbumes vendidos en el mundo, posee un catálogo de 5 mil artículos oficiales a la venta, que van desde camisetas y botas hasta dildos y condones, además de figuras de acción, tarjetas de crédito y, sí, ataúdes.
En 2011, el músico confesó por primera vez a la agencia AP las penurias que tuvo que pasar durante su infancia: "apenas si nos alcanzaba para pan y leche. A los 7 años tuve que vender frutas a las orillas de las carreteras para poder sobrevivir". Perseguidos por la sombra del nazismo, él y su madre se vieron obligados a migrar a Nueva York, donde una década después conocería a su colega Paul Stanley, otro judío de clase baja cuya familia se dedicaba a la orfebrería.
El 9 de febrero de 1964 ambos vieron por televisión a los Beatles en The Ed Sullivan Show. Cuando el concierto terminó, Simmons se preguntó: "¿Cómo es que cuatro chicos surgidos de la nada tienen al mundo a sus pies?". Ese, quizás, fue el comienzo de KISS. La semilla de una idea en la ambiciosa cabeza de alguien que —ha dicho— no heredará su fortuna de 300 millones de dólares a sus hijos. Porque los imperios se construyen, no se ganan.