Para que no se olvide: Teresa Proenza (1908-1989). Una espía cubana en la política, la cultura y el arte en México (Secretaría de Cultura, 2018), de Xavier Guzmán Urbiola, es un libro muy interesante. Su forma narrativa y la buena escritura dosifican al lector una trama bastante compleja de la Guerra Fría, que involucró a México, Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética, a Diego Rivera y Stalin, a Fidel Castro y Lee Harvey Oswald, todo anudado en la biografía de Teresa Proenza, la omnipresente y controvertida emigrada cubana involucrada en la política mexicano durante medio siglo.
Guzmán Urbiola se adentra en esta historia con un método sencillo, pero no por ello fácil de aplicar: relata los hechos, los contrasta exhaustivamente con los testimonios disponibles, problematiza las versiones contradictorias, les da el beneficio de la duda a los personajes, deja abierto el tema si no posee información concluyente. No obstante el respeto profesional hacia la evidencia empírica, su interpretación rebasa la crónica, dice mucho más que los textos utilizados.
Teresa de la Caridad Proenza y Proenza nació en 1908 en el oriente cubano, región de población mestiza y aguerrida, con presencia temprana del Partido Comunista, fundado por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño en 1925. Será la militancia comunista de los hermanos Proenza, perseguidos por la dictadura de Gerardo Machado, quien obligue a la parte más joven de la familia a emigrar, primero a Guatemala y, posteriormente, a México, en 1933. El conocimiento del inglés (después perfeccionaría el francés en la Sorbona) y la formación universitaria en La Habana, permitieron a Teresa conseguir empleo y aproximarse a los círculos gubernamentales, abriéndole la puerta Elena Vázquez Gómez, el amor correspondido que recorre su biografía mexicana.
En adelante, la combinación de buenas credenciales académicas y contactos adecuados le facilitarán las cosas a Proenza. Por eso, cuando la invita Diego Rivera como secretaria particular en julio de 1954 por un salario de mil pesos mensuales, el pintor justifica la contratación —leemos en un contrato informal recuperado por Guzmán Urbiola— "debido a su conocimiento cercano de todos mis asuntos personales, profesionales y privados y debido a su conocimiento de los idiomas que me son indispensables para mantener correspondencia con mis clientes del extranjero y el conocimiento que tiene usted de las condiciones de la vida cultural e intelectual donde están dichos mercados y de las condiciones del mercado mismo, así como el conocimiento personal de las personas más importantes para estos fines". Nada mal el cálculo costo-beneficio de un estalinista arrepentido.
La emigrada cubana se unió al Socorro Rojo en 1936 signando su ingresó a las filas comunistas a través de la Komintern. Ella y su pareja —quien trabajaba para el general Cárdenas— fueron muy activas en el asilo a las víctimas de la Guerra Civil española, en particular a los huérfanos, por instancias del Comité Pro Ayuda a los Niños Pobres Españoles, constituido en la Ciudad de México en octubre de aquel año. Ambas, junto con Ninfa Santos, recibieron en el muelle de Veracruz a los futuros "niños de Morelia", desembarcados del Mexique. Esto, suponemos, permitió a Teresa viajar a España, donde probablemente se incorporó a la Unión Revolucionaria Comunista de Cuba. En la Península, Proenza conoció a la también cubana Caridad Mercader, madre de Ramón, el recluta de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) que tres años más adelante asesinaría a Trotsky en Coyoacán. Entre ellas —dice Guzmán Urbiola— había tres coincidencias fundamentales: "Cuba, la militancia comunista y la libertad sexual".
La derrota de la Segunda República condujo a Teresa Proenza a París, mas el asedio de la Wehrmacht la hizo regresar a La Habana, combinando en la isla la militancia antifascista con el trabajo en el Ministerio Cubano de Educación. De vuelta a México, en 1947, Proenza reanudó su trabajo en la SEP como maestra de educación media. Un par de años adelante, Teresa y Elena se incorporaron al Consejo Mundial de la Paz, el cual postuló la coexistencia pacífica de los bloques capitalista y comunista en los albores de la Guerra Fría. Esto permitirá a la emigrada cubana relacionarse y trabajar con Heriberto Jara, y tratar a Enrique González Martínez, Luis Cabrera y Diego Rivera, además de hacerse amiga de Frida Kahlo. En calidad de secretaria de redacción de la revista Paz, Proenza interactuó con Nicolás Guillén, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Efraín Huerta, Gabriel Figueroa y José Mancisidor. Y, en el mismo ánimo internacionalista, la maestra cubana intervino en la creación de la Sociedad de Amistad con China Popular en 1953.
Teresa formó parte del círculo íntimo de Frida y Diego. Asistió a Kahlo en la etapa terminal de su enfermedad, tanto por amistad y cariño como por una "solidaridad existencial profunda" —apunta Guzmán Urbiola—. A la muerte de Frida, Proenza fue el brazo derecho de Rivera, no únicamente en el mercado del arte y las relaciones públicas, sino en asuntos personales, incluso domésticos, o en la toma de decisiones con respecto del Anahuacalli, justo cuando el pintor realizaba su segundo viaje a la Unión Soviética, prolongado por las sesiones de medicina nuclear con la que infructuosamente trató su cáncer. A sugerencia de Kahlo, reforzada por el cariño y el conocimiento profundo del muralista, Teresa se aventuró a escribir Un hombre de México (Notas para la historia de Diego Rivera), manuscrito inconcluso de alrededor de 100 cuartillas, del que publicó El Nacional un breve adelanto en 1956.
A pesar de que el texto quedó inconcluso, existe en el expediente un dictamen firmado con las iniciales M.G., que recomienda rehacer el texto optando por escribir una biografía novelada, o bien, ser rigurosa en el manejo de los testimonios a modo de no confundir las apreciaciones personales de la autora con las vivencias del ilustre biografiado. No está claro en calidad de qué M.G. evaluó Un hombre de México (Notas para la historia de Diego Rivera). De haber elaborado el informe el aparato editorial del PCM, acaso la lectura la llevara a cabo el periodista e historiador Mario Gill (seudónimo de Carlos Manuel Velasco Gill), quien fue redactor de La Voz de México, órgano oficial del partido. En cuanto al contenido del manuscrito —apunta Guzmán Urbiola— "las páginas más logradas son las dedicadas a la infancia y fantasías del artista. Redactadas en una tercera persona de aliento empático y afectuoso, esas cuartillas son una especie de mural, como los que Rivera pintó cuando Proenza trabajó con él y ella atestiguó desde su gestación".
La emigrada cubana formó parte de la red de apoyo al Movimiento 26 de Julio en territorio mexicano y, junto con un par de amigos, se hizo cargo de la embajada isleña cuando cayó Fulgencio Batista. En 1961, la autoridad formal de la legación la nombró agregada cultural, cargo en el que duró dos años. Mientras tanto, Elena Vázquez Gómez fungía como primera secretaria del servicio exterior mexicano. Como si Teresa misma lo buscara, el azar la colocó en el ojo del huracán al escuchar directamente la solicitud de trámite de una visa por parte de Oswald, un mes antes del magnicidio de Dallas. También se sospecha que Proenza fuera el enlace del guerrillero mexicano Mario Héctor Rivera Ortiz con el gobierno cubano a fin de entrenar las guerrillas latinoamericanas en Guerrero y Yucatán, aunque la evidencia empírica es bastante endeble. Rivera Ortiz, sabemos, militó consecutivamente en el PCM, la Liga Leninista Espartaco (encabezada por José Revueltas) y en las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP).
Ambas situaciones despertaron sospechas procedentes de todos lados con respecto de la actividad real de Teresa Proenza en México: ¿Espía? ¿Para quién? ¿Agente doble? El gobierno cubano optó por regresarla a la isla, donde la aislaron, procesaron, vivió bajo arresto domiciliario y la rehabilitaron. Un largo periplo que, a diferencia de muchos, ella pudo sortear. ¿O esto fue una cortina de humo para protegerla, como sugiere el autor tras desmenuzar el caso? Teresa regresó a México en 1985 y, en el departamento de la Colonia Nápoles que habitaba al lado de su hermana, Guzmán Urbiola la entrevistó el 12 de marzo de 1986. Producto de ésta, de la amistad sincera entre ambos, de una investigación meticulosa y de una inteligente hermenéutica, Para que no se olvide es el más convincente alegato en su favor.
Carlos Illades historiador. Profesor titular de la UAM-Cuajimalpa. Autor de El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Océano, 2018) y de El marxismo en México. Una historia intelectual (Taurus, 2018).