Culturas

Luis Jorge Boone y el desierto que vive en él

'Toda la soledad del centro de la Tierra', su más reciente novela que ha presentado en la FIL de Minería, está ubicada en los desiertos de Coahuila, su tierra natal.

Su mirada viene de un lugar en donde la desolación y la persistencia por vivir son una misma cosa. Luis Jorge Boone es originario de Monclova, ese enclave al que por algo le llaman Ave Fénix, en la región central de Coahuila, y aunque radica en la capital del país desde hace un par de años, asegura que nunca se ha ido de las tierras yermas donde creció.

"Vivimos en una ubicación física, pero escribimos desde un lugar de la memoria, y hay una luz muy particular que nos hace ver ciertas cosas. Para mí, esa luz es la luz del desierto", comparte.

Ese páramo es el escenario donde Boone ubica su más reciente título, Toda la soledad del centro de la Tierra (Alfaguara, 2019), que presentó recién en la FIL de Minería.

Es la primera novela que escribe desde la mirada de un niño. El Chaparro vive en una comunidad de desplazados, dentro de una familia sin hombres y al cuidado de la abuela, Librada, quien solo sonríe ante la tumba de sus padres muertos hace muchos años.

Se trata de un relato de la violencia. Aquella que no solo se ejerce con la fuerza bruta, sino que permanece invisible. Y también de la barbarie exterior, a la que no queda más que ignorar para sobrevivir, como dice el protagonista: "olvidarnos es la única manera que tenemos los que no nos podemos defender".

Una necesidad de sobrevivencia nos lleva a aceptar la brutalidad, pero acostumbrarnos a la poesía sería acostumbrarnos a la belleza, y no hay forma de hacerlo"

¿Qué implicó para usted dar voz a un niño?

Siempre estoy pensando en qué no he hecho para probarme en ese ring, experimentar conmigo mismo, con mi perspectiva: qué tanto me puedo mover y cómo puedo hacer flexibles los recursos. En un par de cuentos anteriores hay niños, pero nunca había hecho algo tan amplio ni un tránsito tan arduo como el de este personaje. Tomé el reto con todas sus dificultades técnicas, que fueron bastantes, para modular la dirección literaria con la imaginación infantil y ponderar cierta inocencia y esperanza del personaje sobre la violencia que impera en los ámbitos en los que se desarrolla su historia.

¿Conoció a El Chaparro en la vida real?

Es como dijo Flaubert: Madame Bovary soy yo. Es una respuesta muy tajante, pero cierta, solo que tiene muchos grados de verdad; los materiales de la memoria, de la experiencia o de la imaginación siempre son los nuestros. Le damos a un personaje la capacidad de sufrimiento, que es nuestra capacidad de sufrimiento, o le damos cierto dolor, que viene de una raíz del dolor que hemos experimentado.

¿Usted llegó a sentir la desolación que provoca un entorno como el que describe en la novela?

Lo que pasa en esta historia ha sucedido en el país muchísimas veces, más de las que podemos recordar. Los arrasamientos, lo asoladas que estuvieron y aún están algunas poblaciones de México a causa del crimen organizado son experiencias límite. Vivir con eso hasta el cuello, todo el tiempo amenazado, te obliga a cierta ironía. En Monclova tenía la impresión de que nos levantábamos con los balazos de las 6 de la mañana y empecé a verlo con humor, aunque era vivir en el horror. Todos lo han experimentado, si no de primera mano, sí hay alguna experiencia que los ha acercado a estar de frente con una fuerza o un sector de la sociedad que solamente conocen en su entera naturaleza muy pocas personas. No es que lo que escribí sea algo que yo haya visto, pero creo que todos lo compartimos de la misma manera.

Tenía la impresión de que nos levantábamos con los balazos de las 6 de la mañana y empecé a verlo con humor, aunque era vivir en el horror"

De fondo hay una relación de poder: de los adultos con los niños, del crimen sobre la comunidad...

Puede ser. Llevando la metáfora un poco más lejos, de niños creemos que casi todos los adultos no tienen ni un asomo de duda y nos parece envidiable ese nivel de seguridad. Pero también los adultos y las comunidades se sienten perdidos, abandonados o dejados de la mano de aquel líder social o espiritual que tendría que dirigirlos.

¿El crimen organizado ha cambiado, sobre todo, la vida cotidiana?

Sí. Lo más grave no sucede en un pueblo que es arrasado, sino en comunidades donde ya no pueden mirar hacia ciertos lugares, o los niños que van a la escuela tienen otra sensación, que los acompaña todo el tiempo; o los padres quisieran tener a su familia bajo techo y saber siempre dónde están porque en cualquier minuto las cosas se pueden salir de control. Es estar en vilo todo el tiempo, una sensación cercana a la locura.

¿Por qué decidió usar la poesía para narrar los hechos violentos, en la voz coral del pueblo?

Siempre me ha interesado darle al lector la certeza de que la poesía, el verso, son vehículos de narración. Nos están dibujando una escena, un personaje, una voz, y lo que quise fue hacer un contrapeso con la voz de El Chaparro, que es una voz con mucha esperanza a pesar de lo madreado que está su camino. La voz del pueblo está rodeada de algo muy elocuente que es el silencio, y el verso es muy generoso con el silencio.

¿Es posible acostumbrarse a la poesía, como se está acostumbrado a la violencia?

No creo. Hay una necesidad de sobrevivencia que nos lleva a aceptar la brutalidad, pero acostumbrarnos a la poesía sería como acostumbrarnos a la belleza y no, no hay forma de hacerlo. La poesía es como la respiración, a veces uno se olvida, pero cuando más se le necesita es cuando más está fuera de nuestro control. Cada experiencia estética está destinada a seguir encarnando en otras personas; lo que hacemos es dejar una especie de puente para transitar entre un estado de contemplación y un estado de revelación.

Su novela tiene dos temas que ahora están en crisis: la seguridad y la infancia, ¿cómo sucedió esa coincidencia?

No lo sé. Hay temas que están en el espíritu de los tiempos. Siempre me he preguntado por la infancia: cuál es su espacio, su ideal, su imposibilidad, su límite, cuáles son los límites de lo aceptable, cuándo se llega a un terreno donde ya no podemos estar hablando de una niñez, sino de un despojo. Yo tengo una hija y fui un niño que creció en un espacio muy acotado, donde no había mucho chance de interesarse en la poesía o en los libros o en el arte, y desde ahí empecé a narrar mi propia experiencia. En cuanto a la seguridad, es una de las cosas que más me ha hecho despertar a ciertas realidades que se viven en todo el país y nos afectan a todos.

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