Aquí se vale mofarse. Se vale entretenerse. Divertirse. Esta es una exposición para eso que tanto se critica últimamente en la experiencia del arte: tomarse la selfie.
No podía ser de otro modo en la primera muestra en Latinoamérica que reúne a dos de los artistas más irónicos del siglo XX: Jeff Koons y Marcel Duchamp.
Aquí no se viene a tejer argumentos sesudos sobre la condición humana (aunque se puede hacer). Aquí lo que domina es la superficie, la ligereza cínica con la que Koons colocó una aspiradora Hoover como objeto de deseo de las clases medias o con la que Duchamp rompió los paradigmas del arte a través de un mingitorio.
"Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética", dijo el francés en 1917, cuando se enteró de la sensación que había causado su ready-made entre la Sociedad de Artistas Independientes.
Más de un siglo después, su mingitorio es una pieza sagrada. Y, por supuesto, un fondo perfecto para esos autorretratos que se cuelgan en Instagram con la misma rapidez con que fueron tomadas. No importa. El mensaje es el mismo: "Yo fui a Apariencia desnuda: El deseo y el objeto en la obra de Marcel Duchamp y Jeff Koons, aun en el Museo Jumex.
Hace dos días, Koons volvió a ostentar el título de artista vivo más cotizado del mundo. Su escultura Rabbit (1986) se subastó en 91.75 millones de dólares. Una cifra que confirma la locura en que se ha convertido el mercado del arte contemporáneo, que en 2018 alcanzó una facturación de mil 900 mdd, de acuerdo con ArtPrice.
"Mi vida sigue siendo la misma y mi relación con mi trabajo también; el dinero nunca ha sido relevante", dijo Koons ayer, durante un encuentro con la prensa. Otra vez, la ironía ( o el cinismo). Si algo sabe hacer este estadounidense, es meterse billetes en el bolsillo.
Se le observa fresco, ataviado en un traje azul rey que resalta esa sonrisa insolente que lo ha acompañado desde sus inicios artísticos en los 80. La misma que lo llevó a ser llamado "un oportunista y traficante de publicidad" por el crítico de arte de The New York Times, Michael Kimmelman. Ante lo primero se ha defendido; ante lo segundo, sus alianzas con Nike, Louis Vuitton o Chanel lo confirman.
En Koons las fronteras entre lo comercial y lo genuino nunca han sido muy claras. Cuando lanzó su serie de esculturas Banality en 1988 —que retoma iconos pop—, decidió promoverla a través de carteles quepublicados en las revistas más importantes de EU, en los que él aparecía abrazando cerdos o impartiendo clases a niños con la consigna: "Explota a las masas". Una lección que también cachó Duchamp a principios del siglo XX cuando descubrió la fascinación de la sociedad capitalista por los bienes de consumo, observa el curador de la muestra, Massimiliano Gioni. "Ambos artistas se desarrollaron en economías del deseo en que los estímulos de placer no provienen de cuerpos o almas, sino de objetos e imágenes, de esos escaparates comerciales que, como decía Duchamp muy proféticamente, ocultan el coito a través de un cristal", explica.
Morbo es justamente lo que genera gran parte de esta exposición. Morbo que se traduce en risillas incómodas cuando el espectador observa un cunnilingus enmarcado como si fuese pieza barroca o un mingitorio como obra de arte.
"No hay mejor momento para ser artista, porque hoy el espectador se puede involucrar con la obra como nunca. El arte no se trata de conocimientos, sino de excitación. Porque todo lo que nos rodea es una posibilidad y una invitación al placer. Ese fue el poder del arte que me enseñó Duchamp", dice quien también fue corredor de bolsa en Wall Street, se casó con la actriz porno Cicciolina y se hizo millonario gracias a esculturas de Winnie Pooh o bolas gigantescas de plastilina. El capitalismo puro, pues.