Culturas

Rosario Castellanos: fortalezas y debilidades de una pensadora rebelde

En 'Los Adioses', que se estrena hoy en salas mexicanas, Natalia Beristáin retrata a una Rosario Castellanos con las fortalezas y debilidades que la forjaron como una de las pensadoras más rebeldes de su generación.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo

—aunque no tanto como dice Weininger

que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.

Lo cual, por una parte, me exime de enemigos

y, por la otra, me da la devoción

de algún admirador y la amistad

de esos hombres que hablan por teléfono

y envían largas cartas de felicitación,

que beben lentamente whisky sobre las rocas

y charlan de política y de literatura.

Fragmento de Autorretrato

El que usted me sea fiel o no, no me hace variar de actitud. Yo le seré fiel siempre, a toda costa. No me interesa coquetear con nadie. A usted no puedo substituirlo con nadie. Lo amo a usted, con exclusión del resto del mundo. Lo amo a usted aunque tenga niñitas y aunque las ame a ellas y aunque no me ame a mí. Lo amo y lo amo. Y estoy furiosa. Grrrr.

6 de noviembre de 1950, Madrid

La mujer que escribió esa carta fue la misma que —a decir de la antropóloga Marta Lamas— estableció el punto de partida intelectual de la liberación femenina en México: Rosario Castellanos.

Esta dualidad entre lucidez de pensamiento y fragilidad emocional fue la que atrajo a la directora Natalia Beristáin para llevar al cine la historia de esta poeta y diplomática mexicana que —dice la realizadora en entrevista con El Financiero— demostró que el feminismo no es un cuartel exclusivo para mujeres inquebrantables.

Los Adioses se estrena hoy en más de 250 salas del país y pretende —en palabras de su creadora— dibujar a una Rosario Castellanos de carne y hueso, con las fortalezas y las debilidades que la forjaron como una de las pensadoras más rebeldes de su generación.

"A menudo se tiene una imagen muy oficial de ella, muy de monografía, pero al explorar sus relaciones amorosas a partir de las cartas que le escribió a Ricardo Guerra descubrí a una amiga con la que me hubiera encantado tomar un café y platicar sobre nuestras inseguridades y frustraciones. Rosario también era una mujer frágil a la que se le quemaba el arroz", dice.

La realizadora admite que rodar este filme la ayudó a derribar algunos estereotipos que tenía sobre la vida en pareja o el feminismo. Su película, aclara, no tiene una intención historiográfica o documental. Al principio del rodaje, recuerda, hubo miedo de que su personaje no hiciera justicia a la autora de Oficio de tinieblas (1962). Pero fue justo la participación de Karina Gidi la que dotó de una gran sensibilidad a la historia. "Mi objetivo siempre fue conmover al espectador. Y para ello Karina fue fundamental. Es un monstruo de actriz y confió en esta película sin conocer el guion completo, como si se tratarse de un acto de fe".

Dios, ¿por qué nos diste una niña?

El 22 de agosto de 1974, Rosario Castellanos salió presurosa de la regadera para contestar el teléfono. Desde hacía tres años, el gobierno mexicano le había confiado el cargo de fungir como embajadora en Israel. No podía darse el lujo de rechazar ninguna llamada. Al llegar al buró de su recámara, no escuchó ninguna voz. En su lugar, recibió una descarga eléctrica de la pequeña lámpara que alumbraba sus noches de lectura. La ambulancia no llegó a tiempo al hospital. La prensa nacional e internacional no demoró en publicar la noticia: Rosario Castellanos ha muerto en Tel Aviv.

Pero el reconocimiento no siempre fue su amigo. De pequeña sufrió el rechazo de su familia, sólo por ser mujer. Durante sus 49 años de vida no hubo un solo día en que no se atormentara por haber sido una hija no deseada, según cuenta Oscar Bonifaz en Una lámpara llamada Rosario (2000).

Su padre, César Castellanos, era uno de los caciques más poderosos de Chiapas, quien no tenía empacho en decir que "los indígenas costaban infinitamente menos que el ganado". Su madre, Adriana Figueroa, era una costurera de clase media de Comitán que vivía para atender a su marido. Cuando Rosario nació el 25 de mayo de 1925, sus padres se decepcionaron. Don César quería un niño: ¿pues a quién entonces heredaría todas sus tierras?

Bonifaz repasa así el comportamiento de los señores César y Adriana hacia su pequeña hija: "Es inútil desperdiciar atenciones en la niña... como que tiene algún demonio dentro; algunas veces se le ha sorprendido, sin motivo, llorando silenciosamente, encerrada en alguna habitación oscura". Don César quería un heredero; ignoraba que la reforma agraria de Lázaro Cárdenas le arrebataría sus tierras muy pronto para dárselas a los indígenas.

Fue en ese momento —dice Bonifaz— en el cual Castellanos desarrolló empatía hacia las causas indígenas. Años después, en su novela Balún Canán (1957), delinearía un personaje muy parecido a su padre: un latifundista bien instruido en las tareas de la explotación. Por ese libro, José Saramago la bautizaría en 1998 como "la embajadora indigenista que supo contar las vicisitudes de los indios y las tropelías de los blancos".

El capricho de la familia Castellanos se cumplió: llegó un niño, llamado Benjamín, pero murió a los 7 años por tuberculosis. Cuenta Elena Poniatowska, en el prólogo que escribió para Cartas a Ricardo (1994), que Rosario siempre cargó con la culpa de la muerte de su hermano, pues llegó a desearla en algunas ocasiones.

El amor de su vida fue Ricardo Guerra, un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM que conoció cuando ella era estudiante, y con quien se casó a los 33 años. A él escribió cientos de cartas —una de ellas es la que inaugura este texto— y dedicó decenas de depresiones causadas por infidelidades de él, abortos y la muerte de una recién nacida.

Pero detrás de esa mujer endeble —destaca Beristáin— también se encontraba la joven que terminó sus estudios pese al acoso escolar. "Sólo eran tres mujeres en la carrera de filosofía y debía esconderse en los baños para evitar burlas", dice la cineastarealizadora.

En su ensayo El eterno femenino, Castellanos alzó la voz en contra de los "tiranos domésticos" que gobernaban las familias mexicanas, pero también reconoció "la hipócrita complicidad de hombres y mujeres que se arrellanan en un estatus del que ambos sexos obtienen ventajas y provechos: ellos como dominantes y ellas como esclavas veneradas".

Rosario Castellanos fue su lucha y sus libros, pero también sus cartas de amor. O en sus propias palabras: "El ciervo que va a beber y en el agua aparece el reflejo del tigre".

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