Son las ocho en punto. El sol deslumbra en el horizonte. Frente a él, Robert Smith se planta, brazos en alto, y con los dedos hace una cruz. En efecto, The Cure debiera tocar sólo de noche. Pero este verano es voraz y el icono de la ola oscura prefiere la broma para saludar a cerca de 50 mil personas que están allí para celebrar con él y con la banda sus cuatro décadas –que en realidad son más.
Aquí no llega el Mundial. Esta tarde Inglaterra no ha pasado a la semifinal, no hay Wimbledon que se juegue ni interés en quien se corone campeón del Gran Premio de Gran Bretaña. A espaldas de Buckingham Palace, en Hyde Park, todo lo que importa sucede sólo aquí, donde la música acalla la palabrería del mundo, que se ha quedado fuera.
Aquí el único triunfo que se celebra es, acaso, el que tiñe poco a poco de arcoíris la explanada, mezclándose con los tintes negros de los darks que, estoicos, se abren paso por los pastos en botas de plataforma de 25 centímetros. Bajo el sol del verano más caluroso que se haya registrado en la isla destellan las diamantinas de quienes eligen éste como destino final del London Pride, que ha arrastrado a cientos de miles a celebrar la diversidad sexual en las calles, que desembocan muy cerca, a la vuelta, frente al palacio de la Reina en Trafalgar Square.
Aquí tampoco hay edad. Arrugas septuagenarias saludan la vibrante nostalgia de los new wavers ya entrados en canas y los veinteañeros góticos; a los turistas escoceses, irlandeses y centroeuopeos, igual que al par de mexicanos que lucen orgullosos una playera de Caifanes, todos ellos listos para la ocasión que los ha hecho viajar kilómetros –a algunos, miles– desde casa: hace 40 años que The Cure dio su primer concierto con ese nombre y esta noche lo celebra en casa.
No es, para nada, una fiesta exprofeso. La esperada cita con la banda de Crawley es precedida por un amplio cartel, que se despliega en tres escenarios, con viejos lobos del shoegaze, como Slowdive y Ride, y sucesores como This will destroy you alternan con bandas emergentes que recuperan el sonido dark de los 80.
Este cumpleaños compartido es tan solo uno de los seis conciertos del segundo Summer British Time, el gran festival con que Londres celebra al máximo los días de sol. Un ciclo que comenzó el viernes con Roger Waters como figura principal y cierra su primer fin de semana con Eric Clapton, para continuar el siguiente con Bruno Mars.
Pero es, de entre todos, el concierto más ansiado del año en la ciudad. Es así que The editors, Goldfrapp y los neoyorquinos de Interpol resultan los teloneros de una noche que comienza y termina demasiado temprano.
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¡40 años! Si me hubiesen dicho qué es lo que estaría haciendo en 40 años… Gracias por estar aún aquí, después de tanto tiempo
Celebración fugaz
La cita con The Cure es breve, como el verano.
Dos horas, con puntualidad británica, cuando en el mundo su generosidad obsequia veladas de hasta tres y cuatro. Aquí no es así, el cartel es largo y los horarios de la ciudad imponen límites.
"No puedo hablar hasta que baje el sol", se disculpa Smith. "Me está tomando toda mi energía no disolverme".
Sí, The Cure suena diferente a la luz del día. Pero el momento en que la música comienza es perfecto. Acompaña los ritmos del cielo: los brillos crepusculares caen con las campanillas de Plainsong; ese poema de gélido aliento que abre Disintegration, el álbum magistral con el que The Cure habría anunciado su –nunca realizada– separación en 1989.
Su tarde en casa es más una charla entre amigos que una fiesta de aniversario; una charla sencilla, para todos, pero exquisita. Porque Disintegration es, al fin, el disco que lo tiene todo: algunos de los versos más oscuros de Robert Smith, como The End, y sus baladas más románticas –Lovesong, Pictures of you– o el hit de Fascination Street, que aquí suenan en sus versiones originales, sin extensiones.
El romanticismo siempre bipolar de Robert Smith se mueve entre Disintegration y Three Imaginary Boys –ese primer disco con que, bajo el sello Fiction, llevó los acentos del punk a una fina línea de cuerdas agudas y punteados bajos que abrió camino al sonido post punk–, con algunas paradas en discos posteriores como Wish (1992) y The Cure (2004).
Robert Smith sonríe y, cosa rara, rarísima, dedica más de tres palabras hilvanadas al público. Agradece la bravura ante el calor, de la gente y de las bandas anteriores. "¡40 años! Si me hubiesen dicho qué es lo que estaría haciendo en 40 años… Gracias por estar aún aquí, después de tanto tiempo".
En esta ocasión, la charla, ligera, evita ahondar demasiado en su poética más oscura, como ha hecho en ocasiones anteriores, en que el grupo ha dedicado sets de más de una hora a explorar pasajes de Pornography, Faith, o del mismo Disintegration. Esta noche transcurre mejor entre canciones para corear, In Between Bays, A forest, Why Can't I Be You, Killing an Arab...
Esta noche no hubo otra.
No hubo encore. Una promesa, acaso. "Nos veremos pronto".
Afuera el mundo espera. Los coros allá no se cantan, celebran el triunfo de Inglaterra. En el Metro los muchachos se cargan en hombros, todo son gritos, palabrería. Se terminó la fiesta. Siga la francachela.