Durante casi un año, el guitarrista Mick Ronson y Bob Dylan se aventuraron en la gira Rolling Thunder Revue (1975-1976), con la que recorrieron Norteamérica al lado de una caravana de artistas de todo tipo, comandada por el poeta beat Allen Ginsberg.
Para cuando el tour concluyó, los periodistas preguntaron a Ronson: "¿No es fantástico poder platicar con Bob?" Él respondió: "No lo sé, nunca me dirigió la palabra".
Ese es el asunto con Bob Dylan: nadie sabe quién es.
"Un hombre con máscara siempre te dirá la verdad; sin ella, probablemente no", advierte el Nobel de Literatura, siempre esquivo a las cámaras, en Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese, el documental recién estrenado en Netflix, basado en la única gira en la que Dylan se maquilló.
Lo que Scorsese entrega en esta cinta es eso: una historia contada por Dylan. Apegada a la verdad que él quiso narrar.
¿Por qué el cineasta se prestó a las invenciones del músico?
Una respuesta está en la fe: ambos son peregrinos de sus propias religiones; van y vienen de ellas, con una misma búsqueda.
De niño, Bob Dylan era Shabsi Zissel —su nombre en hebreo. Estudió la primaria en Agudas Achim, una sinagoga ortodoxa de Minnesota. En su adolescencia asistió a un campamento sionista en Wisconsin, donde se burlaban de él por su baja estatura. Hijo de inmigrantes lituanos, se educó en eso que Amos Oz llama "la religión de la duda y el debate".
A unas doce horas en carretera, en la Pequeña Italia de Nueva York, vivía otro niño, un año menor que él: Martin Charles Scorsese. También era pequeño e hijo de inmigrantes, sicilianos. Y un serio aspirante a sacerdote. La mayor satisfacción para una familia católica y conservadora. Sus padres sólo le tenían permitido ir a dos lugares: al cine o a la iglesia.
Mientras Dylan era adoctrinado bajo las reglas de una religión eminentemente blanca, en las calles descubría las injusticias de las que eran víctimas los afroamericanos, los verdaderos artífices de lo que más le apasionaba: el rock.
Se sumó al movimiento folk cuando éste era la manifestación popular de las clases trabajadoras y enseguida abrazó las causas de la comunidad negra.
De chico Scorsese fue más consciente de los problemas de la clase obrera. Sus padres tenían una tintorería y sabía lo que eran las deudas. Mientras en casa le enseñaban a combatir la avaricia, en Queens veía a los gangsters matarse a balazos por unos fajos de dólares.
Aquellos dilemas entre fe y realidad sólo pudieron conciliarlos años después en su arte.
En su canción A Hard Rain's A-Gonna Fall, Dylan explica el momento en que decide adentrarse "en el abismo del más oscuro bosque, donde la gente es mucha pero sus manos están vacías, donde el hambre amenaza y las almas son olvidadas". Scorsese se desmarcó de la moral católica y llevó a la pantalla los conflictos éticos de quienes se ven orillados a cometer los crímenes más atroces.
Cada uno buscó lo mismo: la liberación de sus dogmas.
"Yo no era un jipi, aunque me gustaba la idea. Entonces estudiaba en NYU. Al otro lado había un lugar llamado Gerde's Folk City, y un tipo, Bob Dylan, tocaba ahí", declaró el director la semana pasada a AP.
Para ambos, las crisis de fe no tardaron en llegar. Dylan se convirtió al cristianismo en 1978 porque el protestantismo norteamericano le ofrecía un mayor resorte de libertad, de acuerdo con el libro Tangled Up in the Bible (2004). En 1994 dio otro giro al declararse budista tras haber pasado tres días seguidos en un templo de Nara, Japón. Sus aproximaciones con Oriente son explicados en Bargainin' for Salvation: Bob Dylan, a Zen Master? (2009).
Tres años después, cantó para el papa Juan Pablo II en el Congreso Eucarístico de Bolonia. Así se iniciaron sus acercamientos con el catolicismo, aunque en la prensa se rumoraba que aún respetaba el Shabat.
Scorsese es un hombre espiritual que se aleja cada vez más de la institucionalidad católica, y que tiene muy en claro que los pecados no se redimen en la Iglesia, sino en las calles, cuenta el productor Gastón Pavlovich (The Irishman, Silence) a El Financiero.
Comparte también que el cineasta vive en una casa sin lujos, en la que no hay vitrinas con premios. Todos ellos, incluso sus Oscar, están arrumbados en una esquina, detrás de una cortina. ¿El motivo? Se lo explica Scorsese: "Es como en la Biblia: no quiero ser como aquellos que se fueron a adorar a la vaquilla de oro en lugar de seguir el camino de Dios. Necesito cuidarme de esos brillos, que no me cieguen y que no me desvíen de mi camino original".
En el documental, Scorsese le pregunta a Dylan si la gira Rolling Thunder Revue fue un éxito. El músico responde que sí, aunque se haya quedado en números rojos.
Después de todo, ¿qué son los hechos en la verdad del poeta?