Culturas

Una breve historia ‘a tragos’... cuidado, puede darte resaca

De la edad de piedra a la prohibición, Mark Forsyth traza un paseo tambaleante, pero inmensamente divertido: una breve historia de la borrachera.

Para emborracharse lo que sobran son pretextos. Quizás eso explique por qué existen tantas teorías sobre el origen de la borrachera.

Si la cerveza se descubrió antes que el pan o si la agricultura se inventó para que el hombre pudiera embriagarse para paliar la resaca, es algo que jamás podrá comprobarse. Da lo mismo: el alcohol está presente desde el origen de la civilización.

Otra vez: para emborracharse lo que sobran son pretextos. Y este libro de Mark Forsyth es uno de ellos. Una breve historia de la borrachera (Ariel) hace que 150 años de historia sean un paseo muy divertido. Los pleitos de borrachos siempre son más graciosos cuando se cuentan que cuando se viven.

Pero antes, una advertencia: leerlo puede producir resaca. No se puede ver al vino de la misma manera después de enterarse de las salvajadas que hacían los romanos con él. Leerlo hará que se agradezca tener un bar del Sanborns cerca de casa.

Con los antiguos egipcios —que creían que una inundación de cerveza había salvado al mundo— sucede más bien una lección de libertad. Para ellos la bebida significaba sexo. Mucho. Y eran las mujeres las que dictaban el ritmo de todo (sí, al parecer encontraron más problemas para beber en el siglo XX que antes de Cristo).

Si algo demuestra el autor es que hay borrachos que no cambian. Es inevitable no recordar al tío de AA cuando se repasan las borracheras de los antiguos chinos. Ese tío es como Yu, el primer emperador de China, que no toleraba borrachos en su casa aunque él hubiese sido uno años atrás. Y de los más fastidiosos. De esos que eructaban mucho antes de golpear a sus hijos.

Habrá quienes encuentren más atractivo —o quizás no— el capítulo siete, en el que se parte de una premisa demoledora para las buenas conciencias: lo primero que hizo Noé después del diluvio universal fue plantar una viña.

Forsyth trata de ser comprensivo: "Hay que ser justos: Noé debió haber necesitado un trago después de todo ese alboroto". Con Jesús y sus amigos ya no es tan amable: "Si lo pensamos bien, la bebida habría sido una buena manera de pegarle al cristianismo temprano. Era muy fácil caricaturizar a esta nueva secta como un grupo de borrachos, una versión judía del culto a Dionisio".

Dicen que el alcohol es el mejor lubricante social, pero ni los diez mejores tintos de Borgoña serían suficientes para soportar una fiesta (es un decir) en el Imperio Romano. Es cierto que ellos fueron los primeros en hacer vinos sofisticados, pero también que fueron los primeros en normalizar la prepotencia del bebedor con dinero.

En Roma, beber era un asunto de poder, aunque no siempre fue así. Antes de que fuesen un gran imperio, los romanos eran ciudadanos perfectamente acicalados que desconfiaban de todo lo que veneraban lo griegos barbones: la noche, las mujeres y el vino. "Pero todo cambió —sugiere Forsyth— cuando dominaron el mundo conocido hasta entonces. El dinero corrompe y grandes cantidades de dinero son grandes cantidades de diversión. El resultado, como aprendemos todos en el colegio, es la decadencia".

Entonces vino todo eso de vomitar para beber más y tener orgías en los palacios. El problema de esos convivivum es que eran sumamente caros. Para estar en ellos, se requería tener un mecenas o un dueño. Uno muy rico que te invitara todo. Y si a los romanos les gustaba algo era presumir sus riquezas. No era de extrañarse que en sus borracheras siempre hubiese campesinos humillados públicamente o esclavos asesinados a latigazos.

Para cuando Roma cayó, beber siguió siendo un suplicio. En la Edad Media el alcoholismo era, de algún modo, un mal necesario. La gente necesitaba alcohol a falta de agua potable. Hay libros sajones con tips para beber aguas plagadas de sanguijuelas o heces flotantes. Eso hace pensar que beber cerveza era mil veces mejor. Y de paso se olvidaba la pobreza.

La gente comenzó a beber civilizadamente hasta mucho tiempo después. No es que las tabernas del Renacimiento fueran la quinta maravilla de la higiene, pero al menos se podía convivir decentemente.

El autor está seguro de que Shakespeare tomaba vino. Sus libros, asegura, tienen más de cien referencias a él y al jerez (y sólo 16 a la cerveza). "Sabemos de manera fehaciente que iba a la posada Tabard, ya que talló su nombre en madera, y es muy probable que también visitara la Taberna de la Sirena y la Cruz Dorada de Oxford. Le gustaban los lugares elegantes. Es una lástima, porque siempre nos gusta pensar en nuestros leones literarios como como gente amigable tambaleándose en el pub con nosotros".

Y sí. Quizás nada vuelva a ser igual después de leer la no tan breve historia de la borrachera. Pero vale la pena beberse la historia de un solo trago.

LIBRO

Una breve historia de la borrachera

sello: Ariel

Año: 2019

precio: $239

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