MADRID.- Cuando George Foreman recibió en la mandíbula el derechazo más importante que Muhammad Ali conectó en toda su vida, el campeón mundial giró la cintura y en dos segundos eternos se fue a la lona para perder el título y entrar en la historia.
Muchos años después, el 10 de junio de 2016 en el cementerio de Louisville, Kentucky, George Foreman balbuceó que el mundo ya no tenía sentido sin Muhammad Ali, y se retiró con lágrimas en los ojos del sepelio de quien lo noqueó la madrugada del 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, capital de Zaire, hoy República Democrática del Congo.
Foreman fue enterrado el viernes 21 de este mes en su natal Texas, condado de Marshall, donde empezó como ladrón callejero y a los 16 años fue rescatado por un programa del presidente Lyndon B. Johnson (Great Society), que lo orientó a encauzar su fuerza y su rabia a través del boxeo.
Medalla de oro en los Juegos Olímpicos de México 68, predicador y empresario, George Foreman murió inmensamente rico, con una fortuna de más de 300 millones de dólares que amasó con inteligencia y buen juicio luego de la derrota en “el corazón de las tinieblas”, como llamó Joseph Conrad al Congo Belga en su magnífica novela.
En Kinshasa, Ali recuperó el título de campeón mundial de los pesos completos luego de una década de haber sido despojado de él y enviado a la cárcel por negarse a ir a la guerra de Vietnam, y George Foreman alcanzó una fama que no habría logrado en caso de haber vencido a Muhammad Ali.
La duda previa al combate en el estadio de la capital de Zaire no era si Foreman ganaría o no, sino si Ali saldría con vida del Estadio 20 de mayo. Mil millones de televidentes seguimos la pelea y se nos erizó la piel aquellos dos segundos del octavo round que uno de los mejores periodistas estadounidenses del siglo XX, Norman Mailer, narró de esta manera:
“Los brazos de Foreman volaron hacia los lados. Doblado en dos, trató de alcanzar el centro del ring. Durante todo ese tiempo tenía los ojos puestos en Alí y lo miraba desde abajo, sin ira, como si Ali fuera en realidad el mejor hombre que conocía en el mundo y lo estuviera mirando el día de su muerte. El vértigo se apoderó de Foreman y lo hizo girar. Todavía doblado por la cintura en esa postura de incomprensión, manteniendo los ojos fijos en Muhammad Ali, empezó a tambalearse y a caer aun cuando no lo deseaba. Su mente quedaba sujeta por imanes en lo alto, mientras su título de campeón y su cuerpo buscaban el suelo”.
Mailer cubrió ese combate desde los entrenamientos de Foreman y Ali en Zaire hasta la pelea, y de ahí salieron sus libros El Combate y América (que es una compilación de crónicas y otros textos).
En el camerino de Ali, cuenta Normal Mailer, había un ambiente de fatalidad: “Era como el de un rincón de un hospital en el que los familiares aguardan el resultado de una operación”.
Sólo Ali hablaba, gritaba, no paraba de boxear contra el aire, sacaba a bailar a Bundini y Gene Kilroy, mostraba enojo y les pellizcaba el trasero porque se negaban. Golpeaba y bailaba, bailaba y repetía una y cien veces, en voz alta: “Flota como mariposa, aguijonea como avispa. No puedes golpear lo que no ves”.
Cuando llegó el observador de Foreman al vestuario de Ali a presenciar el vendaje, Doc Broadous, Ali le ordenó: “Dígale que se prepare para bailar”.
-No le diré nada -respondió Broadous, admirador de Ali, igual que el joven Foreman -él no baila.
Ali danzaba sobre sus zapatillas, lanzaba golpes en el cuartucho habilitado como vestuario, mientras decía a sus acompañantes (además de Bundini y Kilroy, Angelo Dundee, Norman Mailer y su hermano Rahman): “¿Ya oyeron? George no sabe bailar, él no baila”, y volvía a repetir: “Flota como mariposa, aguijonea como avispa. No puedes golpear lo que no ves”.
Del equipo de Ali se quejaron porque no les abrieron la puerta en el vestuario de Foreman. Desconocían el verdadero motivo: el campeón del mundo, de 24 años y uno de los más corpulentos en la historia del boxeo, rezaba, angustiado junto a sus acompañantes, porque creían que en esa pelea mataría a Muhammad Ali, de 32 años y en amplia desventaja en todo.
Cuando subieron al ring, Mailer percibió algo que ningún cronista pudo observar: “por primera vez vi miedo en los ojos de Ali”.
Empezó la pelea y Ali no paró de hablarle a Foreman: “Ya no pegas, George… ¿qué te sucede hoy?... estás viejo, George, tus golpes no tienen fuerza…”. Hasta el octavo round en que Muhammad Ali picó como una avispa en la quijada del gigante texano.
“Esa fue la primera vez en la vida en que lo di todo y no sirvió de nada”, escribió Foreman en un libro autobiográfico.
Veinte años más tarde, Foreman recuperó el título de campeón mundial, pero su reinado fue breve, por la edad y porque su vida estaba entregada al misticismo religioso, a su familia y a la actividad empresarial.
Se retiró con tres millones de dólares en su cuenta bancaria y, a diferencia de muchas leyendas del boxeo, no los dilapidó, sino que trabajó. Fue el actor de un comercial de parrillas para cocinar sin grasa, de nombre interminable (George Foreman Lean Fat Reducing Grillin Machine), que tuvo un éxito tan inesperado como su derrota en Kinshasa. Cuatro y medio millones de dólares al mes.
Murió el viernes como el segundo boxeador más rico (300 millones de dólares en el banco), sólo detrás de Floyd Mayweather Jr., cargado de respetabilidad, padre de una docena de hijos (con su esposa y adoptados) a los que, como Rulfo, les puso el mismo nombre: Goerge.
Murió un ejemplo de persona que hizo de la adversidad una virtud, desde su salida de la delincuencia para trabajar y triunfar en lo suyo, hasta del derechazo en la quijada que lo tumbó en la lona de Kinshasa, le quitó el título mundial, pero lo introdujo en la historia de los grandes deportistas de la humanidad.
En realidad, Foreman había empezado a morir el 10 de junio de 2016 en Louisville, Kentucky, junto a la tumba del hombre que admiró: “El mundo ya no tiene sentido sin Muhammad Ali”.