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Ella nadó contra corriente para llegar a su nueva travesía ‘Una brazada, una visión a la vida’

Doce años después de haber recibido un aletazo de una ballena que la dejó con fracturas en piernas y cadera, Patricia Guerra desafió las estimaciones médicas y ahora no sólo camina, aún cruza los mares.

En 2007 le dijeron a Patricia Guerra que probablemente jamás volvería a caminar. Los médicos no veían cómo recuperaría el movimiento después del aletazo que le había dado una ballena tonina en el Estrecho de Magallanes. Su cuerpo estaba hecho pomada: dos vértebras lumbares rotas y fracturas en ambas piernas, la pelvis y la cadera.

Parecía el fin de su carrera como nadadora de aguas abiertas. Doce años después Patricia no sólo camina; aún cruza mares. Su nueva aventura, la travesía Una brazada, una visión a la vida. Recorrerá 14.7 kilómetros del Mar de Cortés, de Balandra a Puerta Cortés, al lado del triatleta invidente Marcos Velázquez, el próximo 26 de julio. Cada brazada tendrá un valor de 50 pesos y las ganancias serán donadas a la Fundación KIO Networks, que apoya a niños ciegos y débiles visuales de entre 10 y 15 años.

Patricia es así: ayuda las vidas de otros a costa de la suya.

Hay argumentos para creer que los deportes extremos son recetas de suicidio. Patricia lo supo en cuanto decidió dedicarse al nado en aguas abiertas. Una disciplina en la que, dice en entrevista con El Financiero, el 80 por ciento de los factores no dependen del nadador. Son muchos los obstáculos mortales: fauna marina, corrientes de hasta 9 kilómetros por hora, tormentas eléctricas o bajas temperaturas que pueden matar de hipotermia en minutos.

"Nadar en medio del océano es una forma de soledad que no se experimenta en otro lado. El hecho de no ver tierra a tu alrededor te obliga a prepararte mentalmente para todo; es un deporte solitario que exige autoconocimiento, porque en medio del mar es inevitable preguntarte quién eres en este universo, y siempre concluyes lo mismo: no somos nada", dice.

Entrenarse para enfrentarse a nado al mar implica más que una disciplina espartana. Conlleva, también, un asunto de desprogramación neurolingüística. "Debemos desprogramar patrones que tenemos todos los seres humanos con respecto al agua y a las capacidades físicas del cuerpo", asegura.

¿Cómo sembrar en la mente de una persona la idea de que sí es posible cruzar el mar sin morir en el intento?

"Todos los humanos asociamos el mar con sentimientos de soledad. El objetivo de este deporte es desprogramar esos patrones y romper paradigmas; convencernos que una persona es capaz de moverse durante 15 o 20 horas y dar 80 mil brazadas en menos de un día, sin pensar en la carga moral de si tienes hijos y los pones en riesgo por estar haciendo esto", comenta.

En 2004, Patricia Guerra se convirtió en la tercera mexicana en cruzar sola el Canal de la Mancha. Antes hizo triatlones y participó en Iron Man, una prueba inclemente con el cuerpo que incluye 3.8 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y 42.2 de caminata.

Con la ayuda de patrocinadores y fundaciones diversas, ha conjuntado su pasión deportiva con su vocación altruista. A lo largo de 15 años ha apoyado a mujeres con cáncer cérvico-uterino y de mama. La Fundación Patricia Guerra ha beneficiado a más de 4 mil niños con desnutrición y ha apoyado en la manutención de un tortuguero en las costas de Guerrero.

A sus 47 años, La Guerra -como la llaman sus amigos- se siente con las mismas o incluso con mayores capacidades físicas. El problema, dice, es la recuperación. Cuando cruzó el Canal de la Mancha en 2004, sólo requirió de 48 horas para andar como si nada; hoy puede tardar hasta dos semanas.

Cuando se propone cruzar aguas heladas, se somete a un proceso de climatización que puede resultar exhaustivo. Para nadar en el Estrecho de Magallanes, entrenó en la laguna del Nevado de Toluca sin traje de neopreno ni ningún tipo de repelente para el frío.

También entrena en la oscuridad.

"Nadar de noche es una experiencia fantástica. El sentido de la vista prácticamente desaparece, pero los otros sentidos se potencian de una manera impresionante. Puedes escuchar palpitar tu corazón al ritmo del mar, puedes sentir la sal rozando tus manos", comparte.

Por eso mismo, dice, es que se muestra tan entusiasmada por nadar en compañía de Marcos Velázquez, invidente de 14 años que, además de ser triatleta, es rehabilitador físico.

Hace 15 días, ambos realizaron un cruce de Cancún a Isla Mujeres en el que sólo pararon para hidratarse. "Todo el tiempo, él estuvo pendiente y consciente de lo que estábamos viviendo pese a su discapacidad visual, lo cual me llevó a pensar que hemos sobrevalorado el sentido de la vista en el nado", dice.

"Cuando nadas en el océano, las imágenes pueden hacerte una jugada doble: o te impulsan y acabas el recorrido, o abortas la misión".

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