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Liverpool: una ofensiva total

La delantera del Liverpool respalda a su técnico Jürgen Klopp, quien vuelve a dar una lección de estrategia a Guardiola.

A ntes del duelo existía la sospecha de que el City pasaría una mala noche en Anfield. La sobresaliente victoria del Liverpool sobre los de Guardiola en la Liga (4-3) era un razonable argumento para el pronóstico. En aquel partido los rojos habían sacado la escoba; llegaron a estar 4-1. Pero los menos atrevidos sobre predicciones creían que el técnico del Manchester había tomado sus precauciones y había arreglado las averías para los cuartos de final de la Champions. No fue así. El cuadro de Klopp recibió el duelo continental con el mismo arrojo de aquel liguero. Barrió del mapa a un City descontrolado en medio campo y muy frágil en la zaga. Cuando los visitantes se dieron cuenta que ya estaban en la cancha, perdían 3-0 sin ver las placas del autobús que les pasó por encima en todas las mediciones; el marcador era lo de menos.

El asedio rojo era descomunal. Al minuto 21 ya ganaba con tantos de Salah y Chamberlain. El City era un guiñapo con el que los locales se estaban dando un verdadero festín. La pelotita iba y venía de un lado al otro del césped. Guardiola no atinaba, como el resto de su plantel, a adivinar de dónde venía el vendaval. El recuerdo era una mala broma; el presente era aun más devastador que la memoria. Errático en el pase, ajeno al balón y torpe en los laterales, el 11 de Manchester era fiel cómplice de su verdugo. Había paseo, un feo paseo en Anfield. Salah hacía y deshacía a su antojo. Otamendi, el central del City, parecía extraviado, lento de reflejos, soso y pusilánime ante la marea roja que desbordaba por los costados sin empacho alguno.

Fueron 45 minutos de humillación, sobrecargados de rencor ante el líder de la Premier, que parecía colero, amateur. Pocas veces, más allá de la estadística, un cuadro de Guardiola fue tratado de esa manera. Cuando Mané marcó el tercero (31'), quedó la sensación de un derrumbe de un esquema que había dado prestigio al míster en una Liga que ya le pertenece. Esta vez Klopp, como en aquella Supercopa de bienvenida al catalán a Alemania, jugó al cuaderno básico del futbol inglés: rapidez, laderas abiertas y letales remates. La sobrematemática de Guardiola, siempre al borde de la ciencia, no podía decodificar la circunstancia. Parecía una máquina que había perdido el manual de uso. No tiene mucho respeto Klopp por la ingeniería de su rival. Sabe que el juego es pícaro e impredecible. Cuando le funciona, sus equipos suelen ser demasiado humanos.

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