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Stalingrado 75 años después

Hace 75 años, cuando la guerra, según Goebbels, se jugaba el prestigio alemán, en los pubs de Londres se escuchaba otra cosa en la radio que el desenlace de la batalla del siglo.

Cuenta Jochen Hellbeck en su espléndido libro Stalingrado, la ciudad que derrotó al Tercer Reich (Galaxia Gutenberg) que el 4 de febrero de 1943, dos días después de terminada la batalla, las autoridades soviéticas dejaron entrar, por fin, a los corresponsales extranjeros, quienes no obtuvieron permiso para cubrir los hechos de la batalla más sangrienta y decisiva de la Segunda Guerra Mundial. Entre estadounidenses y franceses destacó el británico Paul Winterton, de la BBC. Esto, cita Hellbeck, fue lo que escribió el reportero de la cadena estatal británica:

"Las calles de Stalingrado, si podemos llamar así a los espacios abiertos que quedan entre las ruinas, todavía muestran todas las huellas de la batalla. Están los habituales restos de los cascos y armas tirados por el suelo, los montones de munición, papeles revoloteando por la nieve, libros de bolsillo de los alemanes muertos y cuerpos destrozados, tendidos en el mismo sitio donde cayeron o apilados en grandes montones, congelados, esperando a ser enterrados".

Inglaterra hace hoy el viaje a Moscú para jugar una de las semifinales del Mundial ruso. Hace 75 años, cuando la guerra, según Goebbels, se jugaba el prestigio alemán, en los pubs de Londres se escuchaba otra cosa en la radio que el desenlace de la batalla del siglo: era, como coinciden Hellbeck y Antony Beevor, la batalla trascendental del conflicto.

En los dos frentes, el alemán y el soviético, y en la prensa de toda Europa se comparaba el enfrentamiento, como si fuera una nota deportiva, con el de Verdún, de la Gran Guerra. Hubo quien le llamó el "Verdún Rojo".

El 2 de febrero de 1943 –cuenta Beevor – un avión de reconocimiento de la Luftwaffe daba vueltas sobre la ciudad. El mensaje de radio fue inmediatamente pasado al mariscal de campo Milch: "Ya no hay signos de combate en Stalingrado". También cita el impacto en los corresponsales de guerra: se sorprendieron mucho con el aspecto de los generales alemanes: "Se les veía saludables y de ningún modo destruidos". La frase pertenece a un texto de Alexander Werth, quien después escribiría un libro dedicado a la sangrienta batalla. Sigue la nota periodística de Werth: "Evidentemente, durante la agonía de Stalingrado, mientras sus soldados se morían de hambre, ellos continuaron con las comidas más o menos regulares.

El 3 de febrero, después de sufrir al menos 66 bajas y 24 horas después de la rendición, los alemanes emitieron un comunicado histórico: "Desde el cuartel general del Führer, el supremo comando de la Wehrmacht anuncia que la batalla de Stalingrado ha terminado. Leal a su juramento de fidelidad, el VI ejército bajo el ejemplar mando del mariscal de campo Paulu, ha sido aniquilado por la abrumadora superioridad númerica del enemigo... El sacrificio del VI ejército no ha sido en vano. Como baluarte de nuestra misión histórica europea ha soportado el ataque de seis ejércitos soviéticos... Han muerto para que Alemania pueda vivir...".

Sucedieron el Día D, la caída del frente occidental, la rendición incondicional de Alemania, la toma de Berlín, el reparto del territorio alemán, la muerte de Stalin, la llegada de Kruschev, la Guerra Fría, la Glasnot, la Perestroika, la caída de los muros, la globalidad, Yeltsin, la poshistoria, Putin, y tres fases del Mundial para que las semifinales se jueguen sobre los escombros de la memoria roja de Rusia, ya eliminada, por Croacia; hace 75 años se reconfiguró Europa...

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