Casi en cada rincón del mundo, la gente gasta más en comida y combustible, rentas y transporte.
Pero la inflación no afecta a todos por igual. Para los migrantes con familiares que dependen del dinero que envían a casa, los precios más altos golpean a las familias dos veces: en casa y en el extranjero.
Los trabajadores migrantes que envían efectivo a sus seres queridos en otro país a menudo ahorran menos porque el alza de los precios les obliga a gastar más. Para algunos, la única opción es trabajar más, con turnos de fin de semana y de noche, o asumir un segundo empleo. Para otros supone recortar en productos básicos como carne y fruta para poder enviar lo que queda de sus ahorros a sus familias, que en ocasiones viven bajo la amenaza del hambre o la violencia.
Carlos Huerta, mexicano de 45 años y que trabaja como conductor en la ciudad de Nueva York, solía enviar unos 200 dólares por semana, pero ahora apenas puede ahorrar unos 100 dólares semanales.
Al otro lado del Atlántico, Lissa Jataas, de 49 años, envía cada mes unos 200 euros (195 dólares) de su trabajo de oficina en Chipre a su familia en Filipinas. Para ahorrar dinero busca comida más barata en la tienda y compra ropa en una tienda benéfica.
“Se trata de ser resiliente”, consideró.
Economías ya maltrechas por el impacto de la pandemia del COVID-19 y los efectos del cambio climático volvieron a sufrir un revés con la guerra de Rusia en Ucrania, que disparó los precios de la comida y la energía.
Esos costes sumieron a 71 millones de personas en la pobreza en todo el mundo en las semanas tras la invasión de febrero, que interrumpió las cruciales entregas de grano de la región del Mar Negro, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas.
Cuando el combustible y la comida cuestan más, el dinero que los migrantes pueden enviar la gente a su familia no rinde tanto como antes. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que la inflación global alcanzará el 9.5 por ciento este año, pero la cifra es mucho más alta en países en desarrollo.
“La gente más pobre dedica mucho más de sus ingresos a comida y energía”, dijo Max Lawson, responsable de lucha contra la desigualdad en la organización antipobreza Oxfam.
La inflación, señaló, “aviva las llamas” de la desigualdad. “Es casi como si los pobres fueran una especie de esponja que tiene que absorber el golpe económico”, explicó.
Mahdi Warsama, de 52 años, llegó a Estados Unidos desde Somalia cuando era adolescente. Ahora es ciudadano estadounidense, trabaja para la organización sin fines de lucro Somali Parents Autism Network y envía entre 3 mil y 300 dólares al mes a familiares en Somalia. En ocasiones pide préstamos para enviar dinero que necesitan sus parientes para facturas médicas y otras emergencias.
Warsama, que vive entre Columbus, Ohio, y Minneapolis, estima que el mes pasado envió mil 500 dólares para ayudar a sus familiares a asumir gastos básicos como comida y agua para ellos y su ganado.
Miles de personas han muerto en una sequía que asola Somalia, y Naciones Unidas estima que medio millón de niños corren peligro de morir debido a la malnutrición o una situación de casi hambruna.
“Igual que tenemos inflación en Estados Unidos, en Somalia es aún peor”, afirmó. Los sacos de arroz, azúcar y harina que antes costaban 50 dólares ahora valen 70 dólares.
Él ha cambiado sus hábitos de consumo, busca formas de ganar más dinero y sigue de cerca las subidas de las tasas de interés y la inflación, algo que nunca había hecho hasta este año.
“Estoy más decidido a trabajar más y ganar más dinero”, dijo Warsama. “Tengo que tener más presente el hecho de que tengo que ayudar a mi familia en casa”.
En Nueva York, Huerta vive lejos de su esposa y sus hijos desde hace casi 20 años. Ha trabajado lavando platos o como chófer de ejecutivos, lo que haga falta para ganar suficiente.
Dijo que envía unos 200 dólares semanales a su esposa y su madre en Puebla, México. También aprendió a pintar casas, de modo que si no hay demanda para un chófer, aún puede ganar unos 150 dólares al día.
Ingresa unos 3 mil 600 dólares al mes y el arrendamiento de su apartamento en Queens ha subido, de modo que Huerta dijo que ha cambiado la carne de ternera por pollo, come menos fruta porque el precio se ha disparado y ha cancelado su suscripción de televisión por cable.
Para Jaatas, que vive en Chipre desde hace casi dos décadas, los seis familiares a los que ayuda en Filipinas no sólo enfrentan precios crecientes, sino los efectos de un tifón que les dejó sin agua ni electricidad.
“Nos gusta mucho ayudar a nuestra familia en casa, sin importar los desastres o la escasez”, explicó.
Filipinas es el país asiático emergente con mayor inseguridad alimentaria debido a su dependencia de los alimentos importados, según un análisis del Carnegie Endowment for International Peace.
Ester Beatty, que lidera una delegación de la Red Europea de la Diáspora Filipina en Chipre, dijo que es habitual que los filipinos en la isla mediterránea trabajen los domingos para tener un ingreso extra y mantener a familiares en su país que tienen problemas para pagar alimentos básicos como el arroz o el azúcar.
Se estima que las familias de bajos ingresos en los países en desarrollo dedican en torno al 40 por ciento de sus ingresos a comida, incluso teniendo en cuenta los subsidios del gobierno, indicó Peter Ceretti, analista de seguridad alimentaria en la consultora de riesgos Eurasia Group.
Ali el-Sayyed Mohammed, de 26 años, llegó a Emiratos Árabes Unidos en febrero tras varios años buscando empleo en Egipto.
“La vida es cara y los salarios no bastan, de modo que di el paso de marcharme”, dijo. “Fue una decisión difícil al principio, pero la situación no me dejó alternativa”.
Tras la muerte de su padre, Mohammed aporta los principales ingresos de la familia para mantener a su madre y tres hermanas. Él es de Beheira, una provincia en el Delta del Nilo donde muchos hombres jóvenes se han marchado y en ocasiones emprenden peligrosas travesías para cruzar el Mar Mediterráneo y buscar trabajo en Europa.
Con unos mil dólares ahorrados, Mohammed llegó a Dubái y se alojó con amigos hasta que consiguió un empleo en uno de los restaurantes egipcios más populares de Egipto, Hadoota Masreya.
El creciente coste de la vida en Egipto, sin embargo, ha complicado aún más su objetivo de ahorrar suficiente para ayudar a que su hermana se case el año que viene o asegurar su propio futuro. La inflación ha crecido en torno a un 16 por ciento en Egipto y la moneda se devaluado, lo que hace todavía más difícil la vida de los millones de egipcios que viven en la pobreza.
“Tengo muchos empleados cuyas familias dependen de lo que ganan en el restaurante, y una gran parte de sus ingresos se envían de vuelta a su país para que la gente pueda vivir”, dijo Mohamed Younis, gerente en el Hadoota Masreya.
El restaurante subió hace poco los salarios para ajustarlos al creciente coste de la vida, dijo.
Cada vez más hombres egipcios se ponen en contacto para buscar trabajo, señaló Younis. Él tiene un canal de YouTube llamado “Restaurant Clinic” en el que da consejos en árabe para tener éxito en la industria de los restaurantes. Él advierte que viajar a EAU conlleva riesgos porque encontrar empleo requiere tiempo y dinero.
De vuelta en Minnesota, Mohamed Aden, conductor de autobús de 36 años, dijo que por las noches hace de conductor en Uber para mantener a su esposa, sus hijos y hermanos, que huyeron de Somalia a Kenia debido a la violencia en su patria.
Su familia aún no tiene permiso de trabajo en Kenia y depende del dinero que él envía, casi la mitad de sus ingresos de 2.000 dólares mensuales.
Pero ahora paga más por el combustible y los precios de la comida son más altos en Kenia, de modo que el dinero no rinde tanto.
Aden intenta visitar Kenia cada año en diciembre durante el frío invierno de Minnesota.
“Este año no puedo, por la inflación”, explicó. “Soy el único que está aquí, alimentando a la familia (...) pero volveré cuando consiga el dinero”.