Economía

Éste es el negocio en Venezuela que ofrece rendimientos de hasta 1000%

Laura pertenece al grupo de los 'bachaqueros', un grupo de venezolanos que ha encontrado en la falta de productos básicos un negocio agotador, pero redituable.

Se levanta a las 2:00 de la madrugada, baja 12 pisos en su bloque de viviendas y camina tres cuadras hasta una pequeña farmacia en la zona este de Caracas.

Esta ciudad está llena de peligros de noche, pero cuando Laura llega, ya hay docenas de personas, manteniendo sus puestos en la cola con una astucia experta. Cuando las puertas se abren a las 7:30 horas, cientos de personas pasan a codazos al lado de los guardias de seguridad.

Laura logra encontrar tan solo una botella de detergente y dos frascos de champú. Diez horas más tarde, los revenderá a un precio 10 veces mayor que el de la etiqueta.

La escasez y las colas son épicas en Venezuela. Controles económicos bizantinos deforman los salarios y distorsionan el comercio.

La inflación crece descontrolada y ramas industriales enteras están desapareciendo, una tendencia que sólo se ve acelerada después de que el precio del petróleo, la savia del país, se desplomó más de la mitad.

Pero dentro de una economía que se contrae de manera increíble, hay un negocio que prospera, dando lugar a una nueva clase de emprendedores, un nuevo grupo de innovadores nacidos de la necesidad.

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'Bachaqueros'


Se los conoce como bachaqueros. Laura, exlimpiadora del hogar de 30 años, forma parte de este grupo: compra productos básicos a precios fijados por el gobierno y los revende, de forma privada, en el mercado negro.

"Hace más o menos un año, me di cuenta de que podía ganar más revendiendo un paquete de pañales que limpiando toda una casa", dijo Laura que pidió que no se publicara su nombre completo dado que, en efecto, pertenece a una red criminal (es ilegal vender algunos artículos básicos por encima de los precios oficiales y el gobierno esporádicamente reprime la práctica).

El término bachaquero, tomado de las hormigas cortadoras de hojas (bachacos) que llevan sobre su lomo una carga que supera varias veces su peso, se aplicó por primera vez hace años a los contrabandistas en la frontera occidental de Venezuela y ahora es una palabra que se escucha por doquier.

La firma encuestadora de Caracas, Datanalisis, dice que más de la cuarta parte de la población se ha volcado a esta práctica en los últimos 12 meses.

Laura sigue trabajando para la misma gente que antes. Pero en lugar de limpiar los pisos de sus casas, les vende productos.

Es parte de un grupo de madres jóvenes que crecieron en el mismo barrio y recorren la capital en busca de artículos de consumo, enviándose mensajes de texto unas a otras cuando llega un producto a los estantes de las tiendas y los intercambian para sus clientes.

"Si no te mueves, pierdes", dijo Laura saliendo de una farmacia y dirigiéndose directamente a un supermercado cercano para aprovechar lo que quedaba.

En la actualidad, no solamente los habitantes de los barrios pobres tratan de explotar otras fuentes de ingresos en Venezuela. Médicos y contadores trabajan como cocineros en restaurantes; incluso hay docentes que faltan a clase para esperar frente a los supermercados.

"Es sofocante", dijo Erik, de 48 años, maestro de escuela primaria en el sur de Caracas, que no quiso dar su apellido por temor a represalias.

Con un salario que apenas alcanza para empezar a cubrir las cuentas del almacén, Erik dice que él y sus colegas suelen faltar a clase, usando ese tiempo para esperar en una cola. Las instituciones de Venezuela han sido vaciadas. Miles de profesionales no solo abandonaron sus puestos, sino que se fueron del país.

"Se está perdiendo una generación casi entera de trabajadores", dijo Genny Zuniga, socióloga en la Universidad Católica de Andrés Bello. "Es como una serpiente que se come su cola".

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REGLAS


Los bachaqueros han desarrollado su propio ecosistema, sus normas y reguladores.

Frente a algunas tiendas, el grupo organiza los lugares de la fila el día anterior, permitiendo que algunos duerman en las bancas del parque más cercano y se les garantiza un turno cuando se acerca la hora de apertura.

Elaboran listas y se asegura su cumplimiento. Esto no significa que todo funcione siempre de acuerdo con lo previsto.

Asaltantes armados han robado colas enteras. Un conductor de mototaxi, Yaseer Montero, contó que estaba esperando frente a una tienda cercana el mes pasado cuando unos delincuentes aparecieron a las 3:00 de la madrugada y se llevaron el efectivo y los teléfonos celulares de las personas formadas.

De todos modos, los primeros lugares en la cola se han vuelto tan valiosos que ahora hasta se ponen en venta también.

Un lugar bueno –de los primeros– puede costar normalmente unos 500 bolívares. Quizá no sea mucho medido en dólares -alrededor de 1.25 dólares- pero no es una suma desdeñable en un país donde el salario mínimo apenas supera los 15 mil bolívares mensuales.

Marilin Barrios, de 27 años y madre de cuatro hijos, llegó a la farmacia mucho antes que Laura ese día, ocupó uno de los primeros lugares y lo vendió cuatro horas más tarde.

A los venezolanos se les asignan determinados días de la semana para comprar los productos que el gobierno considera más esenciales.

Laura espera haciendo cola, pero manda a su madre o su marido en el último momento para realizar compras con sus documentos de identidad los días que su número no está habilitado.

Laura ha pasado gran parte de su vida adulta esperando. Después de que en 2010 las inundaciones arrasaron su modesta casa en las afueras de Caracas, ella y su familia soportaron tres años en un refugio de una sola habitación hasta que el gobierno la trasladó a una vivienda pública.

Como muchos residentes de los barrios más pobres de la ciudad, aún habla del difunto líder, Hugo Chávez, en términos principalmente de elogio.

Su frustración crece, empero, en tanto el sucesor elegido por Chávez, Nicolás Maduro, tiene dificultades para controlar la crisis económica.

"Estoy agradecida a Chávez, y estoy agradecida por mi casa", dijo. "Pero no estoy agradecida por el desastre que nos dejó".

Transcurrido un año desde que inició su nueva profesión, Laura se siente agotada.

Engordó -consecuencia, dice, de jornadas de 14 horas y de malos hábitos alimenticios- y está harta de los empujones y los insultos cotidianos dirigidos contra ella y otros bachaqueros: tramposa, aprovechada, pordiosera.

Con gusto volvería a limpiar casas si le pagaran más, dijo. Mientras tanto, el mercado de compra y venta se vuelve cada vez más duro.

"Todos los días hay más y más gente (como bachaquero)", dijo. "Cada día que hago cola, empiezo un poco más atrás".

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