Apenas clarea la mañana y las personas migrantes se acercan al Río Bravo. Algunos se aventuran solos, pero otros vienen en masa. El puente del ferrocarril es uno de los sitios claves para hacer el cruce sin tanto riesgo.
Bajo el muro de piedra que se encuentra del lado mexicano, en la ciudad de Piedras Negras, Coahuila, las personas se detienen. Tienen de frente la frontera. Unos lloran, otros rezan, algunos más miden la profundidad y la fuerza del Río Grande.
“Ánimo, ánimo. Ya llegamos hasta aquí”, se dicen entre ellos. Quienes viajan con niños definen quien los carga o los amarran a una cuerda. Miden estatura y peso para colocarlos de manera que la corriente no se los lleve. Las madres se encomiendan a la divinidad, persignan a sus hijos y se dan por listos.
Algunas personas con mayor decisión, no esperan, solo llegan e ingresan al cause. Pasos cortos y otros largos, pero todos lentos. Las personas en tránsito sortean la corriente y los remolinos del río. Agarrados de la mano y entrelazados de los brazos, se aferran entre ellos.
“Les decimos que esta peligroso, pero no hacen caso”, comenta un efectivo del Ejército Mexicano desplegado en la orilla del Río Bravo. Su comentario coincide con el de los agentes del Estado destacamentados en el sitio, quienes prefieren decirles por donde la corriente esta más baja, “no queremos que alguien muera”.
La casa del Migrante y otros refugios temporales están al tope, pero nadie se queda más de 24 horas, aún con los pies lastimados de caminar por horas, una vez en Piedras Negras, prefieren seguir hasta estar del lado de la ciudad Texana de Eagle Pass.
El riesgo por alcanzar el sueño americano
“Ándale papá, vente con nosotros”, le dijo su hija adolescente a Rómulo. “No mija, váyanse ustedes, yo los alcanzo después” le contestó. Las lágrimas lloraron y entraron al río. Iban con otra familia que se encontraron ahí, bajo el puente del ferrocarril.
Del otro lado, agentes federales de la Patrulla Fronteriza les ayudaron a cruzar el kilométrico alambre de púas instalado por el gobierno texano para inhibir el ingreso ilegal de personas migrantes a Estados Unidos.
Rómulo respiró. “¿Usted sabe a donde se los llevan, o si los regresan ahorita?”, cuestionó. El hombre, no mayor de 35 años, dijo ser originario de Monclova y trabajador de la empresa Altos Hornos de México. “Pues es que ya ve que no hay trabajo”, dijo.
Rómulo viajó en un servicio de ‘raite’ de Monclova a Piedras Negras, que le cobró 400 pesos por adulto y 200 por niño. “Les dije, vístanse todos de blanco para identificarlos desde este lado, y al niño le dije, ponte una gorra fosforescente para verte mijo”, platicó mientras su familia permanecía retenida por la Patrulla Fronteriza del lado norteamericano escuchando instrucciones.
“La persona con la que van mis hijos, ya tiene varios ingresos pero la regresan. La última vez se cortó con el alambre, como tanto así (2 centímetros), pero bien profundo oiga. La atendieron bien y dijo que estuvo muy a gusto porque dormía y comía bien mientras esperaba que le dijeran que iba a pasar con ella”.
El hombre dijo que él se encuentra realizando el trámite de su visa legal, por ello prefirió no cruzar para no tener una mal historial. Arriesgó a su familia porque la situación económica se complica cada día. “Espero que se queden allá, mientras a ver si me dan a mi el permiso, pero como no tengo trabajo, pues eso se tarda oiga”.
Rómulo permaneció bajo la sombra de un árbol hasta que perdió de vista a su familia, confió en que habían sido subidos a uno de los camiones que trasportan a las personas en tránsito al centro de procesamiento para definir su situación migratoria.
Unos tres grupos de al menos 20 personas lograron cruzar mientras el hombre charlaba con El Financiero. Luego, civiles de la Guardia Nacional perteneciente al estado de Texas llegaron en cinco tanquetas. Otro número igual se quedó del lado del Puente Internacional I.
Cansancio y abuso antes de cruzar el río
Pasado el mediodía, Amalia junto a sus hijos Melany, Nano y Alexa, originarios del estado de Guanajuato, llegaron al río. Cansados, asoleados y despojados de lo último de su dinero, quedaron impactados al ver la frontera.
“Ay Dios, no pensé que estuviera así”, dice Amalia mientras se recarga en un auto estacionado. “Somos de Guanajuato, es que esta bien feo allá, todos los días hay muertos, por aquí y por allá, como van a vivir mis hijos entre eso”, relató, mientras bajaba de sus brazos a Alexa.
“Mira el agua amá”, le dice Melany. “Ándale amá, ya vamos a cruzarnos”, le dice Nano. “Espérate, ni nadar sabes”. Melany, adolescente se aventuró a la orilla, “esta bien fría el agua”, gritó. La siguió Nano, quien hasta los tenis metió, mientras Alexa, lloraba del calor que le provocaba la pijama rosa que vestía.
Amalia dijo que unos kilómetros antes de llegar al río, una patrulla de la Policía Estatal de Coahuila la detuvo, le quitó mil 500 pesos por cada niño. “Y que hacia yo, pues se los tuve que dar, si no, hasta el celular me quitaba”, dijo. “A otros que venían con nosotros los encueraron, les dijeron que ya no traían nada, que otra patrulla les había dejado sin dinero y los hicieron quedarse sin ropa”.
La inocencia de los niños los hacía impacientes, querían cruzar de inmediato. “Ándale amá, esta bien bajito”, le decían a Amalia, quien mostraba su angustia tocándose el pecho y frotándose la manos, mientras trataba de sonreírles.
Melany es estudiante de secundaria, dijo estar emocionada, pero tener miedo, y que fue para ella muy difícil salir de su casa y acompañar a su madre en esta travesía. “Voy a extrañar a mis amigas”, dijo.
Amalia es madre proveedora de su hogar, y solo quiere una mejor vida para sus hijos. “¿Sabe si estando allá me dejan junto con mis hijos, o me los quitan?”, preguntó la joven mujer. “Ay que miedo oiga, ¿y si me secuestran allá a mis hijos? Ay no, ¿haré bien en cruzar?”, dudó.
Esperaron casi una hora por alguien que la ayudara a cruzar con sus hijos, temía que alguno fuera ser arrastrado por la corriente. Un caballero de Venezuela que iba a cruzar solo, se acomidió. Tomó a Nano del brazo y lo colocó del lado izquierdo. Amalia puso sobre sus hombros a Alexa y le dijo que se agarrara fuerte. Luego tomó a Melany y entrelazaron sus brazos.
A paso lento cruzaron el río hasta una isla ubicada en medio del Río Bravo. Nano volteó y alzó los brazos, brincando de gusto. Un dron de la Patrulla Fronteriza los seguía desde el aire, mientras agentes de esa corporación, a bordo de un aerobote, estaban al pendiente en caso de un incidente.
De nuevo ingresaron al agua y lucharon contra la corriente, pero llegaron a salvo del otro lado. Subieron la orilla del río, y un efectivo militar les abrió el alambre púa para que ingresaran. Llevaban memorizada la dirección de una persona conocida que se ofreció a recibirlos cuando lograran cruzar.