Un día después de que el huracán Otis tocara tierra en Acapulco, provocando inundaciones masivas y desatando saqueos, la ciudad turística de casi un millón de habitantes se sumió en el caos: los residentes no tienen electricidad ni internet, mientras el número de víctimas sigue siendo incierto.
La destrucción demoró una respuesta integral por parte del gobierno, que aún estaba evaluando los daños a lo largo de la costa del Pacífico, y desesperó a los residentes.
La frustración hacia las autoridades parecía generalizada. Aunque se movilizó a unos 10 mil soldados en la zona, no contaban con las herramientas para limpiar las toneladas de lodo y los árboles caídos de las calles.
Cientos de camiones de la empresa eléctrica gubernamental llegaron a Acapulco a primera hora del miércoles, pero no sabían como restablecer el servicio mientras las líneas caídas estaban bajo metros de barro y agua.
Así vivieron turistas el ‘golpe’ de ‘Otis’
Jakob Sauczuk se alojaba con un grupo de amigos en un hotel frente al mar cuando llegó Otis y contó que “Nos tumbamos en el piso y algunos entre las camas (...) Rezamos mucho”.
Uno de sus amigos mostró a los reporteros imágenes de las azotadas habitaciones del hotel, que no tenían ventajas.
Parecía como si alguien hubiese puesto la ropa, las camas y los muebles en una batidora, dejando un destrozo generalizado.
Sauczuk se quejó de que el hotel no les había ofrecido advertencia alguna ni un lugar en el que refugiarse.
Isabel de la Cruz, una residente en Acapulco, trataba de avanzar con un carrito cargado de pañales, fideos instantáneos y papel de baño.
Consideraba que era una oportunidad de ayudar a su familia tras perder el techo de hojalata de su casa y toda la documentación importante en el huracán. “¿Cuándo las autoridades van a voltear a ver al pueblo?”, dijo.
Dentro de un establecimiento, los efectivos de la Guardia Nacional permitían que los saqueadores tomaran artículos perecederos como alimentos, pero hacían esfuerzos inútiles por impedir que se llevasen electrodomésticos, mientras que en el exterior algunos cargaban refrigeradores sobre taxis.
Las autoridades tardaron casi todo el miércoles en reabrir parcialmente la principal autopista que conecta Acapulco con la capital del estado, Chilpancingo, y la Ciudad de México.
Esto permitió la llegada de docenas de vehículos de emergencias, personal y camiones con suministros.
La gente caminaba con el agua a la altura de la cintura en algunas zonas, mientras que en otras con menos agua, los soldados sacaban las hojas de palma caídas y los escombros del pavimento.
Alicia Galindo, una estilista de 28 años de San Luis Potosí, en el centro del país, fue una de las afortunadas que recibió una llamada.
Sus padres y su hermano se alojaban en el Hotel Princess para asistir a una conferencia internacional sobre minería cuando Otis tocó tierra en la ciudad en la madrugada del miércoles con vientos de 270 kilómetros por hora.
Le contaron que la peor parte había sido entre la 01:00 y las 03:00 de la madrugada, cuando “empezaron a caerse las ventanas, romperse pisos, volar colchones, se cayeron puertas, se rompieron paredes, quedaron así al vacío, literal”, relató en una entrevista telefónica con The Associated Press. Por suerte, salieron ilesos, añadió.
Pero Galindo seguía sin saber nada de su novio, quien asistía a la misma conferencia, pero se hospedaba en otro hotel.
Otis tomó a muchos por sorpresa el martes cuando pasó rápidamente de tormenta tropical a huracán de máxima categoría en su avance hacia la costa.
“Una cosa es que un huracán categoría 5 toque tierra cuando esperas un ciclón fuerte, pero que ocurra cuando no esperas que sea grave, es una pesadilla”, dijo Brian McNoldy, investigador de huracanes de la Universidad de Miami.