La falta de educación financiera es una barrera cultural en nuestro país que tiene su origen en el desconocimiento generalizado de conceptos básicos como el ahorro, la inversión, el crédito y la planificación; un alto porcentaje de la población mexicana no comprende estos términos fundamentales, lo que dificulta la capacidad de gestionar sus recursos de manera efectiva y esta limitante es más notable dentro de comunidades rurales y grupos de bajos ingresos o marginados, donde el acceso a la información y a servicios financieros es aún más limitado.
Aunado a estas circunstancias, la desconfianza que un sector de la población tiene hacia las instituciones bancarias también es un punto débil, ya que gran parte de nuestra cultura se basa en experiencias que comparten las personas para obtener un punto de referencia y al saber de la experiencia negativa de algún contacto por haber sido víctima de fraudes o malas prácticas; es suficiente para generar especulaciones erróneas.
Esta desconfianza se traduce en una resistencia a participar en el sistema financiero formal, lo que a su vez perpetúa el ciclo de la informalidad. Las personas tienden a recurrir a alternativas informales, como préstamos entre amigos o familiares, tandas, y otras opciones que, aunque pueden ser más accesibles, carecen de la certeza y ventajas que ofrecen los productos financieros regulados.
A pesar de que el gobierno de México ha implementado diversas iniciativas, programas y talleres a cargo de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF); las instituciones bancarias también hacen lo propio a través de robustas campañas que, a la vez, buscan promover el uso de sus productos.
A pesar de los esfuerzos realizados tanto en el gobierno como en la iniciativa privada, persisten desafíos que limitan el impacto de estas campañas, la desigualdad en el acceso a la información y los recursos tecnológicos puede dificultar la efectividad de los programas, especialmente en comunidades rurales y grupos de bajos ingresos.
Las campañas deben responder a los cambios en el entorno económico y social, avanzar a la par de la evolución de las nuevas tecnologías y plataformas; fomentar una cultura de aprendizaje financiero permitirá que los ciudadanos se interesen no solo por comprender los conceptos básicos, sino que también puedan adaptarse a situaciones financieras cambiantes.
Debemos poner más atención en inculcar una educación financiera en México en las nuevas generaciones, despertar el interés por la planificación económica y el manejo de inversiones en niños y adolescentes en México, requiere una participación del gobierno en colaboración con escuelas, familias e instituciones financieras; al despertar la curiosidad de los jóvenes y exponer las herramientas y conocimientos necesarios, se les empodera para tomar decisiones financieras conscientes, lo que a largo plazo beneficiará no solo a ellos, sino también al desarrollo sostenible y al bienestar económico del país.