El continente aprovechó un auge mundial de los precios de los productos básicos, ayudado por el abundante capital global. Según la sabia frase de mercadotecnia de Sir Martin Sorrell, la década de 2010 iba a ser la "década de América Latina". Se abrieron concesionarios de Maserati en Bogotá, mientras Brasil acuñaba 22 millonarios al día. Y no sólo fueron los ricos los que se beneficiaron. La pobreza se redujo y, singularmente, la desigualdad social se redujo en todo el continente.
Pero como todas las cosas buenas, la fiesta se está acabando. Mientras caen los precios de los productos básicos a causa de la desaceleración económica de China, hay una nueva sensación de ansiedad. En todas partes, los países están temblando con cierto pánico ligeramente controlado – y el final de la expansión cuantitativa estadounidense no ayuda al estado de ánimo. A medida que cambia el ciclo económico, muchos gobiernos parecen estar confundidos en cuanto a qué dirección tomar. Teniendo en cuenta lo mucho que se ha logrado, a menudo hay un profundo desacuerdo sobre lo que debería venir después.
El crecimiento ya se está desacelerando rápidamente, a sólo el 1.2 por ciento para la región este año. Mientras tanto, el Banco Mundial advierte en su más reciente perspectiva regional: "No está claro si la desaceleración está tocando fondo." Los niveles de inversión que habían alcanzado niveles comparables a los de Asia, impulsados por el "superciclo de los productos básicos", están cayendo.
Mientras tanto, las protestas sociales van en aumento – tanto a través de las urnas, como en la muy reñida elección de Brasil, como a través de la acción directa, como las protestas del año pasado de los agricultores colombianos o los disturbios callejeros de Brasil.
Este estado de ánimo de agitación se extiende por todas las tendencias políticas. En un extremo del espectro se encuentra Venezuela, un país increíblemente mal administrado, bendecido con las mayores reservas energéticas del mundo y que, no obstante, coquetea con el impago, todo gracias a un Estado incompetente. No es de sorprenderse que las encuestas muestren que la mayoría de los venezolanos piensan que el presidente, Nicolás Maduro, debería renunciar.
En el otro extremo se encuentra Chile, a menudo tomado como modelo de sobria gestión económica. Pero en tan sólo un año, el crecimiento de su economía dominada por el cobre se ha reducido desde casi el 5 por ciento de hace un año a menos del 1.5 por ciento en el tercer trimestre. El ambiente político de Santiago se ha vuelto venenoso y Michelle Bachelet ha visto cómo su nivel de aprobación ha disminuido después de la aplastante victoria electoral del año pasado.
Entre estos dos extremos se encuentran una gama de experiencias, y una gran excepción: México. A diferencia de una América del Sur rica en productos básicos, México, en lugar de disfrutar, sufrió durante la última década. Pero ahora el aumento de los salarios chinos ha levantado la presión competitiva sobre su economía basada en la manufacturación, y las relaciones de comercio están cambiando a su favor. Con el tiempo, a pesar de los graves problemas de seguridad, se debe generar crecimiento.
Los veteranos observadores de América Latina pueden aseverar que han visto todo esto antes. Nada cambia. El auge de los productos básicos va y viene – y durante el auge, la región siempre parece adelantarse a sí misma. Las falsas esperanzas son una debilidad particular. En América Latina, como escribió el filósofo español José Ortega y Gasset: "Todo el mundo vive como si sus sueños del futuro ya fueran realidad". Pero ahora ese futuro ya está aquí y, por desgracia para países como Brasil, está repleto de deuda de los consumidores después de una prolongada juerga crediticia – otra razón por la que el crecimiento se ralentizará.
Aún así, a pesar de este pronóstico bastante sombrío, no todo es malo. Hay una tendencia natural a asumir que las cosas buenas (como un mayor crecimiento y más democracia) van de la mano. Sin embargo, no siempre es así. De la misma manera, las cosas malas tampoco van de la mano.
En medio de la efervescencia social, América Latina no ha sufrido un retorno a los golpes de Estado de antaño, aunque en algunos países se ha producido una erosión sutil de los controles y equilibrios constitucionales (como en Bolivia, donde Evo Morales acaba de ganar una tercera elección consecutiva).
La legislación de políticas económicas – con algunas notables excepciones – ha mejorado desde el último ciclo. Los tipos de cambio flotantes están demostrando ser una defensa imprescindible durante la desaceleración de los productos básicos. La mayoría de los precios de los productos básicos siguen estando históricamente altos y las tasas de interés globales siguen estando bajas. América Latina encara una desaceleración, no un colapso.
Sin embargo, será crucial la forma en que se administre políticamente la desaceleración, sobre todo en lo que respecta a la recién emergente clase media baja de la región. Unos 50 millones de personas se han sumado a las clases medias de la región en la última década, y por lo general mantienen tres puestos de trabajo, miran hacia el futuro y creen en el valor de la educación de sus hijos. Estas personas pagan impuestos y, naturalmente, quieren una mayor rendición de cuentas del gobierno, menos corrupción y mejores servicios públicos. La forma de satisfacer sus demandas cuando haya menos dinero para financiarlas requerirá un espíritu de apertura de parte de los políticos en lugar de las certezas ideológicas del pasado reciente.
Ahora los años de despreocupaciones están llegando a su fin. Al igual que un ciclista que se acerca al pie de una colina después de disfrutar de un largo y fácil paseo, el crecimiento puede volverse muy lento. Hay otra cuesta en el horizonte y será muy difícil llegar a la cima. Pero no es el fin del mundo: así son todas las colinas.
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