Hace un par de semanas, escuché una conversación acalorada entre dos celebridades estadounidenses. Un hombre, a quien llamaré "Richard", sirvió a un expresidente de EU y se opone a Donald Trump.
El otro, a quien llamaré "Colin", es un famoso director ejecutivo quien criticó a Trump el año pasado, pero que recientemente decidió ayudar al presidente.
En tiempos normales, la decisión de Colin de cooperar sería anodina: la mayoría de los ejecutivos aceptan esto como su deber patriótico. Ahora no. "¡Estás actuando como un colaborador!", le dijo Richard. "¡Estás legitimando a Trump!".
"¡No es cierto!", respondió Colin con igual furia. Sostuvo que los directores ejecutivos que no se involucraban ahora eran los verdaderos cobardes y que la Casa Blanca necesita desesperadamente consejos sensatos.
¿Quién tiene la razón? Conforme el consejo asesor empresarial de Trump se prepara para celebrar su primera reunión en Washington el viernes, la cuestión obsesiona a los directores ejecutivos.
Antes de las elecciones en EU, muchos ejecutivos se mostraban inquietos — si no profundamente hostiles — hacia Trump. Pero en las últimas semanas han comenzado a apoyarlo, con un entusiasmo que pocos predijeron. Eso es en parte porque a los directores ejecutivos les encanta la idea de que el Congreso podría promulgar la reforma tributaria, el gasto en infraestructura y la desregulación, que ya son muy necesarios y hace mucho debieron ser implementados. También se han tranquilizado por algunas de las selecciones de personal.
Las selecciones de Rex Tillerson, exdirector ejecutivo de Exxon, como secretario de estado y Gary Cohn, expresidente de Goldman Sachs, como jefe del Consejo Económico Nacional han provocado alegría.
La adulación manifiesta también juega un papel. La Casa Blanca discretamente está invitando a muchos directores ejecutivos a participar en grupos consultivos. Los optimistas ven esto como un signo alentador de una disposición a escuchar; los pesimistas lo perciben como una táctica para incorporarlos y silenciarlos.
Así que la conversación entre "Colin el colaborador" y "Richard el opositor" es importante. Yo creo que Colin tiene la razón en gran medida en este argumento: los directores ejecutivos necesitan involucrarse con Trump, porque lo más importante que hay que entender acerca de la Casa Blanca es que nadie realmente sabe dónde terminará su equipo en cuanto a la política.
Es fácil imaginar un escenario donde los agitadores como Stephen Bannon tomen el control de la política y lleven a la Casa Blanca por un camino de "nacionalismo, proteccionismo y militarismo", como Ray Dalio, presidente de Bridgewater, les dijo a sus clientes esta semana, señalando que se siente "cada vez más preocupado".
Pero también es posible imaginar un escenario en el que hombres como Cohn y Tillerson ejerzan más poder y trabajen con el Congreso para promulgar una reforma sensata.
De cualquier manera, cualquiera que pretenda saber exactamente lo que va a suceder es un tonto; se está librando una encarnizada batalla en el interior de la Casa Blanca. Y mientras se libra esta batalla es muy importante que los directores ejecutivos se hagan escuchar. Las corporaciones pueden llegar a ser la voz externa que Trump escuche.
Sin embargo, hay advertencias: En primer lugar, si esos directores ejecutivos no alzan la voz con fuerza, posteriormente la etiqueta de colaboradores estará bien puesta. Por lo tanto, es fundamental que en la reunión de esta semana del consejo empresarial el grupo ofrezca una precisa y contundente crítica constructiva de las ideas de Trump (denunciando, por ejemplo, las partes más descabelladas de la orden ejecutiva sobre la inmigración).
Segundo, los directores ejecutivos deben reconocer que es razonable apoyar algunas de las ideas de Trump — tales como la desregulación — pero odiar la xenofobia, y estar dispuestos a luchar contra ella.
También es importante que los directores ejecutivos que desean cooperar como Colin recuerden que conservan un arma poderosa y simple: renunciar.
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Financial Times