El viernes al menos 65 personas murieron en un mar de lodo en Brumadinho, Brasil, después del colapso de una represa que contenía desechos mineros. Se están desvaneciendo las esperanzas para las 279 personas que aún están desaparecidas. Los habitantes locales tienen una pregunta fundamental: ¿cómo pudo volver a suceder esto? El último deslizamiento de tierra se produce después de la devastación provocada por la rotura de una represa en Mariana hace apenas tres años, 100 kilómetros al este en el mismo estado, lo cual involucró una empresa copropiedad de la misma compañía, Vale. El hecho de que esta nueva tragedia haya ocurrido muy poco tiempo después de la anterior, plantea importantes interrogantes para Vale, para el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y para la industria minera mundial.
Para Vale, la compañía productora de mineral de hierro más grande del mundo, el desastre le puso fin abruptamente al período de luna de miel que su director ejecutivo, Fabio Schvartsman, había disfrutado desde su llegada en mayo de 2017. Schvartsman, a quien trajeron en parte para restablecer la reputación de la compañía, redujo la deuda y aumentó los rendimientos de los accionistas, mejoró el enfoque operativo e hizo subir sus acciones en más de un 50 por ciento, antes de que se desplomaran casi un 25 por ciento el lunes. Junto con BHP Billiton, copropietario de la empresa Samarco cuya represa Mariana se derrumbó en 2015, Schvartsman llegó a un acuerdo marco con los fiscales brasileños para resolver una demanda por valor de más de 5 mil millones de dólares.
Ahora Vale enfrenta más multas y demandas colectivas; el fiscal general de Brasil habló sobre posibles cargos criminales y las autoridades arrestaron a cinco empleados y contratistas el martes. Aunque rastrear la causa del colapso del viernes tomará tiempo, el director ejecutivo enfrentará preguntas sobre si se enfocó demasiado en temas financieros en lugar de la seguridad de otros activos de Vale, aunque una reciente inspección en Brumadinho realizada por un contratista alemán no reveló nada incorrecto.
Para Bolsonaro, quien realizó un recorrido por la zona del desastre apenas 24 horas después de regresar del Foro Económico Mundial en Davos, el accidente representa una prueba de liderazgo temprana. La ira de la población complicará los planes que promocionó en Davos para mejorar el clima de negocios de Brasil mediante la reducción de la burocracia y la privatización de compañías estatales; los grafitis en Brumadinho piden la renacionalización de Vale y se están convocando protestas en otras ciudades bajo la misma causa.
Sobre todo, el presidente enfrentará un camino más escabroso para alcanzar las ambiciones que insinuó durante la campaña presidencial del año pasado de desatar todo el potencial minero del país, relajando las salvaguardas ambientales y permitiendo más operaciones en la selva amazónica.
También será más difícil sostener el argumento de que toda la industria se debe mover hacia áreas fronterizas y ambientalmente sensibles conforme escasean los recursos mineros. La tragedia en Brasil muestra con crudeza las operaciones existentes de las compañías mineras, incluyendo los cientos de "diques de residuos" construidos para contener los detritos de las operaciones mineras. A diferencia de las represas para almacenar agua o generar energía hidroeléctrica, esas construcciones a menudo se amplían en repetidas ocasiones mediante la construcción sobre desechos acumulados y secos. Las estadísticas sugieren que colapsan con más frecuencia que las represas de agua y, al contener más residuos sólidos, causan un mayor daño cuando sucede. Media docena de incidentes a nivel mundial en esta década han demostrado los peligros.
Schvartsman de Vale se ha comprometido desde el desastre de Brumadinho a "ir más allá de cualquier norma, nacional o internacional y crear un margen de seguridad que sea muy superior al que tenemos hoy". Las grandes compañías mineras mundiales, cuyos historiales de seguridad son generalmente buenos, tienen los recursos para hacerlo.