"Nos atraparon en el campo", dice José con total naturalidad. Para algunos que siembran amapolas en las montañas de México, el riesgo no es si los van a atrapar, sino cuándo.
Los soldados del gobierno federal llegaron a su plantación –un campo en una pendiente muy inclinada a más de 40 minutos en automóvil por un camino de tierra lleno de baches en el estado de Guerrero – y amenazaron con matarlo a él y a sus trabajadores si trataban de huir, dice. Después de despojarlos de la resina de amapola que habían recogido para procesarla y obtener heroína, así como de sus teléfonos celulares, radios, mochilas y machetes, les ordenaron a los agricultores destruir sus cultivos – "y que debían hacerlo bien".
Pero suficientes amapolas sobrevivieron como para permitirle regresar al campo una semana después, cortar con mucho trabajo los bulbos de amapola que quedaron, y cosechar las gotas de la resina que brotaban y caían en una pequeña lata de jugo de manzana. "Ya hubiera tenido un kilo si los soldados no hubieran llegado", dice. "Ahora tengo sólo 200 gramos".
Más plantaciones, laboratorios de heroína e incluso, según los rumores, pistas de aterrizaje clandestinas están ocultas en las montañas de Guerrero, donde pocos se aventuran. México suministra casi la mitad de la heroína que se vende en EU y gran parte proviene de campos como éstos, coloquialmente apodados "jardines".
Personas como José – proveedores de la materia prima – son el primer eslabón de una cadena mortal, o como dice Luciano, otro productor de mucho tiempo que ahora ha decidido abandonar el cultivo: "Somos la raíz del problema".
Y sí que es un gran problema, responsable de unas 100,000 muertes en una espiral de violencia durante la fallida "guerra contra las drogas" del gobierno anterior.
La mayoría de los 30 agricultores de este pueblo dependen del cultivo de la amapola para su subsistencia.
Y no es que los agricultores lleven una vida excelente – no es así. Las casas de este pueblo son simples y aunque la mayoría de ellas cuentan con antenas parabólicas, por dentro son básicas y austeras, únicamente con muebles funcionales, pisos de tierra y grandes barriles de agua en el exterior. Los perros toman el sol, las gallinas picotean y los burros, con burdas monturas de madera, aún se utilizan para el transporte.
Pero aparte de la agricultura, hay muy pocos empleos, y la amapola, que se cultiva en Guerrero desde la década de 1970, se ha convertido en una forma de vida. Se logran de dos a tres cosechas al año, y muchos agricultores la ven como una manera atractiva de hacer dinero rápido – algo así como un préstamo o póliza de seguro a corto plazo, si tan sólo su cultivo no fuera tan peligroso.
"Los jóvenes podrían pensar: 'Quiero un automóvil, así que voy a sembrar algunas amapolas'. Y después es muy difícil salirse de esto," dice Luciano.
Luciano ha cambiado su enfoque de las flores, como los lugareños llaman eufemísticamente a la cosecha, a los aguacates. Ya lleva ocho años en el cultivo de éstos y puede hacer 50,000 pesos por cosecha, en lugar de los 15,000 que hacía si a sus amapolas les iba bien. Pero sus árboles tardaron cinco años en dar frutos y Humberto Nava Reyna, quien dirige una asociación de agricultores y está tratando de que los productores se diversifiquen hacia los cultivos legales, dice que con este tipo de retrasos, sólo el dos por ciento de los agricultores de la región han dejado de cultivar la amapola.
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Financial Times