Financial Times

El gran cambio de China debe comenzar

Las autoridades chinas poseen una reputación estelar por la calidad de su gestión económica, pero lo mismo podía decirse de los japoneses hace tres décadas.

Las autoridades chinas poseen una reputación estelar por la calidad de su gestión económica, pero lo mismo podía decirse de los japoneses hace tres décadas. Para los japoneses, la dificultad de pasar de un modelo económico "en convergencia" con altos ahorros y con altas inversiones resultó ser una enormidad.

De hecho, aún no se ha completado. Aunque la economía china tiene mucho más espacio para crecer que la del Japón de hace un cuarto de siglo, sus desequilibrios son todavía mayores. Además, contrariamente a la creencia popular, la transición a un nuevo modelo de crecimiento en realidad no ha comenzado.

La dificultad de manejar esta transición ya está deteriorando la reputación de los legisladores chinos. Los errores en el manejo de la implosión de la "burbuja económica" de la década de 1980 ocasionaron el daño en Japón. Ahora se trata del mal manejo de la moneda y del mercado de valores por parte de las autoridades chinas. Del mismo modo, la crisis financiera de 2007 y 2008 devastó la reputación de los financieros occidentales y de los legisladores. Todo el mundo parece ser un genio cuando el crédito está creciendo vertiginosamente.

Comprensible y justificadamente, los observadores están pidiéndoles a las autoridades chinas que sean más transparentes. Dado su sistema político — "el burócrata sabe lo que es mejor" — eso va a ser difícil de lograr, pero ésta es una cuestión de menor importancia. La de mayor importancia es que no está claro cómo y si la transición a una economía más equilibrada se va a llevar a cabo.

De nuevo, algunas personas se concentran en la transición de la manufacturación a los servicios. Esto parece estar yendo bastante bien: según datos chinos, la industria creció a una tasa anual de sólo un 6 por ciento en los tres primeros trimestres de 2015, mientras que los servicios crecieron en un 8.4 por ciento. Sin embargo, una gran parte de este aparente éxito se debe al crecimiento de los ingresos por los servicios financieros. Así como fue el caso en el Occidente, antes de la crisis, esto es tanto un síntoma del crecimiento del crédito como de una transición a una "nueva normalidad" más equilibrada.

Los indicadores fundamentales de un cambio en la forma de la economía serían una disminución en el ahorro y en la inversión, y un aumento en el consumo. Tal cambio es necesario no sólo porque gran parte de la inversión se desperdicia, sino porque se asocia con un aumento explosivo de la deuda. China actualmente tiene una porción mucho mayor de la inversión en el producto interno bruto de la que las otras economías orientales asiáticas jamás hayan tenido. Además, según el McKinsey Global Institute, el endeudamiento total es extremadamente alto, con una concentración en las corporaciones no financieras. Por ejemplo, es más alto que en EEUU.

La demanda sigue dependiendo del crecimiento de una inversión antieconómica alimentada por la deuda. Los cambios en la estructura económica necesarios para eliminar esta dependencia simplemente no están ocurriendo.

La realidad es que la economía china no se está convirtiendo en una que sea dirigida por el consumo. De hecho, dada la baja participación de los hogares en el PIB, no puede ser impulsada por el consumo. En gran medida, la economía china sigue dependiendo de la inversión financiada con deuda.

Las autoridades se enfrentan a un dilema: continuar impulsando el crecimiento antieconómico o implementar reformas radicales que pudieran ser desestabilizadoras a corto plazo, pero productivas a largo plazo.

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