Cuando la policía brasileña detuvo a 12 hombres el mes pasado por la presunta planificación de un atentado terrorista durante los Juegos Olímpicos, el país reaccionó como siempre suele hacerlo: con chistes en Twitter.
Un estudiante se burló diciendo, "Dios mío, hasta los terroristas son perezosos en Brasil", ridiculizando al grupo por nunca haberse reunido en persona eligiendo en vez comunicarse a través de WhatsApp.
Otros se burlaron de ellos por ser "principiantes". Según el ministro de justicia, Alexandre de Moraes, los sospechosos participaron en una ceremonia de iniciación del Estado Islámico en línea, consideraron tomar clases de artes marciales e intentaron comprar en línea un fusil de asalto AK-47 de Paraguay.
"Se parecen más al actor de artes marciales, Chuck Norris", decía un mensaje en Twitter. Otros mensajes resaltaron el hecho de que habían dejado sus preparativos para el último minuto. "Estoy segura de que el AK-47 está atorado en la aduana, junto con el perfume que compré", decía otro mensaje.
La reacción humorística de los brasileños frente a un ataque potencialmente terrible no es sorprendente. Las máscaras de Osama bin Laden son muy populares en la época del Carnaval, otra prueba de que el terrorismo islámico es un concepto insólito en este país pacifista con respecto a las amenazas externas. La operación policial que se realizó un mes antes de la inauguración de los juegos fue la primera de su tipo en el país bajo las nuevas leyes antiterroristas.
La ridiculización de las autoridades brasileñas con respecto a la operación es preocupante. "Nada de esto tiene mucho sentido; si quieres conseguir un rifle, puedes obtenerlo en Brasil por sólo 3,000 reales (918 dólares)", dice Rafael Alcadipani, un investigador de la Fundación Getulio Vargas en São Paulo, que se dedica a estudiar a la policía en Brasil. La operación, según Alcadipani, fue un espectáculo organizado por el gobierno y difundido por los medios para demostrarle al mundo que Brasil está tomando en serio la amenaza del terrorismo.
La corrupción endémica ha creado un estado de cinismo absoluto que comparten todos los brasileños, y la reciente crisis política ha erosionado aún más su confianza en las instituciones gubernamentales. Algunos han sugerido que la policía federal detuvo a los presuntos terroristas para obtener una ventaja sobre la agencia de información brasileña, ABIN. Otros piensan que las autoridades inventaron la conspiración.
También existen los blogueros que aseveran que sencillamente no vale la pena atacar a Río de Janeiro. En una sátira compartida en Facebook, dos terroristas intentan dinamitar la estatua del Cristo Redentor en la ciudad. Después de perder su equipaje — son víctimas de un robo, se atoran en un embotellamiento y acaban en un tiroteo en una favela — se dan por vencidos. "No estaban seguros si destruir Río sería un acto terrorista o caritativo", concluye el mensaje.
Algunos dicen que el problema ejemplifica el complejo "de vira-lata" o de "perro callejero", un término acuñado por el autor Nelson Rodrigues para describir el sentimiento de inferioridad que es considerado como una característica esencial de la mentalidad nacional. Brasil, según esta creencia, no es un país "serio". En este caso ni los terroristas lo toman en serio.
Sin embargo, tal vez la explicación más siniestra de la actitud indiferente de los brasileños con respecto al terrorismo es que ellos enfrentan el terror a diario.
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