Durante la última década, varios organismos han publicado datos sugerentes sobre la salud mental. Algunos de estos informes muestran que los niveles de angustia mental están aumentando en todo el mundo occidental y que existe una gran diferencia entre las naciones.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 25 por ciento de la población de EU ha padecido estrés mental, mientras que en Australia, el Reino Unido, Nueva Zelanda y Canadá, el nivel es de aproximadamente 20 por ciento. Por otra parte, en Japón, la cifra es inferior a 10 por ciento; al igual que en Alemania, España e Italia, muy por debajo del nivel de EU.
¿Por qué? Un antropólogo podría atribuirlo a diferentes conceptos culturales de individualismo, felicidad y autoexpresión. Un economista podría señalar que existen incentivos comerciales diferentes: en un país como EU, donde las empresas del sector privado ganan dinero vendiendo medicamentos antidepresivos, se pueden obtener ganancias al aumentar la proporción de personas reportadas y auto reportadas que sufren de "estrés" , "ansiedad" o "depresión".
Si Richard Wilkinson y Kate Pickett, dos epidemiólogos con sede en Londres, están en lo correcto, hay otra explicación: la desigualdad de ingresos. En 2009, publicaron un libro de gran venta, Desigualdad (The Spirit Level), que argumenta que la alta desigualdad de ingresos en países como EU y el Reino Unido se correlaciona con una peor salud física, niveles más altos de violencia y economías menos productivas.
Wilkinson y Pickett han extendido este argumento. Su libro más reciente, The Inner Level, sostiene que las sociedades desiguales también están afectadas psicológicamente. Sus poblaciones sufren más de problemas desde el estrés crónico, la ansiedad y la depresión hasta el trastorno bipolar y la adicción.
Basándose en los hallazgos de la OMS, junto con un informe de Lancet Psychiatry de 2017 que recopiló datos de 27 estudios separados, los autores muestran la correlación entre la salud mental y la desigualdad de ingresos, en la que Japón y EU ocupan los extremos opuestos de la tabla en ambos casos.
Además muestran una alta correlación entre los diferentes patrones nacionales de desigualdad de ingresos y la adicción al juego, problemas de comportamiento en la niñez, trastorno bipolar e incluso "sesgo de autoestima" (exagerando lo importante que eres). Lo mismo ocurre con la correlación entre la desigualdad de ingresos y el gasto en publicidad corporativa, un patrón que Wilkinson y Pickett atribuyen a un mayor consumismo en países desiguales como EU.
El deterioro de la salud mental en países desiguales no sólo afecta a los pobres, argumentan, sino también a los ricos (aunque en un grado mucho menor). "A pesar de los niveles sin precedentes de confort físico, nosotros (en el mundo anglosajón) sufrimos una enorme carga de infelicidad y enfermedades mentales", afirman, pidiendo nuevas políticas para reducir la desigualdad en estos países.
No sólo han surgido libros al respecto. Hay señales de un cambio más amplio en el espíritu político. En las últimas décadas, el discurso político de EU ha tendido a suponer que la desigualdad de ingresos es un aspecto relativamente beneficioso del sueño estadounidense, en la medida en que fomenta la competencia, la innovación y el progreso. Donald Trump hizo un llamado a la clase trabajadora desposeída, no a pesar de su gran riqueza, sino en parte debido a ella: la presentó como una señal del éxito que debería inspirar a otros.
Pero ahora se está desarrollando una nueva conversación, provocada por políticos que piden aumentos de impuestos para ayudar a combatir la desigualdad. Y, a medida que se avecina la elección presidencial de 2020, es probable que se intensifique el enfoque sobre este tema.
Las opiniones sobre qué se debe hacer (o si se debe hacer algo) para abordar el problema están, como siempre, divididas. La derecha política busca fortalecer los lazos comunitarios y la fe religiosa; la izquierda busca la redistribución económica.