Financial Times

El triste narcisismo de los ejecutivos que cuentan sus pasos

De todas las modas ejecutivas con las que me he topado, contar pasos es la más desconcertante. Yo sé cuándo estoy activa y cuándo no. Yo sé si me he pasado el día entero en mis posaderas comiendo pastelería con crema y no necesito una correa de plástico que me lo recuerde.

Durante una larga reunión el otro día, noté que mi vista se dirigía a las muñecas de otras personas alrededor de la mesa. En el brazo ligeramente bronceado de la mujer al lado mío había una banda de goma roja.

Al lado de ella estaba un hombre que llevaba un Apple Watch, mientras que su vecino tenía un brazalete gris de plástico que salía por debajo del puño de su camisa. Al revisar los brazos de 15 importantes personas de negocio, conté nueve Fitbits, Jawbones y otros dispositivos que graban con fidelidad cada paso que toman sus dueños.

Al final de la reunión me paré al lado de dos personas cuyas muñecas "retro" estaban sin adorno. Qué alivio, dije, encontrar que yo no era la única sin interés ninguno en monitorear cuántos pasos tomo durante el día.

Una me dijo que tenía mucho interés – tenía una aplicación en su celular que hacía precisamente eso. La otra me aseguró que ella llevaba su Fitbit en sus bragas – o así lo hacía hasta que se cansó de tratar de pescarlo cada vez que pasaba por la seguridad de un aeropuerto.

De todas las modas ejecutivas con las que me he topado, contar pasos es la más desconcertante. Yo sé cuándo estoy activa y cuándo no. Yo sé si me he pasado el día entero en mis posaderas comiendo pastelería con crema y no necesito una correa de plástico que me lo recuerde.

Pero la moda por los dispositivos de vestir no se detiene. Ahora hay calcetines especiales que graban cuánto uno corre, y la semana pasada salió la noticia que la moda ha pasado a las vacas, las más elegantes de las cuales llevan bandas alrededor de los cuellos y las patas.

Un compañero columnista del Financial Times, un hombre con un grado de primera clase de una antigua universidad, es un entusiasta contador de pasos. Insiste que la aplicación le ayuda a formar mejores hábitos – cuando quiere subirse en un taxi, le anima a caminar en vez. Y entonces, cuando ha cumplido con su meta diaria de 10,000 pasos, se va a la cama sintiéndose totalmente satisfecho con sí mismo.

Yo le comenté que ya estaba en perfectas condiciones. Es un hombre delgado que juega mucho tenis. ¿Y si quería sentirse más virtuoso al final del día, no sería mejor tener una aplicación que contara cuántas veces ayudaba a ancianas a cruzar la calle, o cuántas cosas interesantes había leído? Se puso momentáneamente cabizbajo, pero entonces se fue caminando mientras movía los brazos con vigor.

Una mujer que conozco quien dirige un pequeño negocio ha ido un paso más allá. Les provee Fitbits subvencionados a su equipo de 30 y los invita a compartir su cuenta de pasos y competir a ver quién ha caminado más cada semana.

¡Terrible!, dije. ¡Siniestro! ¡Divisivo! Ella protestó que a nadie se le obligaba a participar. Todo lo que ella estaba haciendo era ayudar a que su personal fuera más saludable, y a la misma vez apelar a sus instintos competitivos. ¿Qué tenía eso de malo?

Lo que estaba mal, le contesté, era que ella no debería estar obligando a sus empleados a adoptar su tecno-narcisismo. No hay ninguna superioridad en caminar mucho. Una oficina en la cual una persona que ha caminado 11,000 pasos se siente capaz de dominar a una que sólo ha cumplido 4,500 no es un lugar donde yo quisiera trabajar.

Nos miramos con mutua incomprensión.

Pensándolo más, he encontrado seis aspectos más que no me gustan de esta moda. Primero, es pesada y aburrida. El número de pasos que alguien ha caminado en un día no es interesante.

Segundo, la calidad de los datos es pobre, e incita a hacer trampas. Los dispositivos en la muñeca responden al vaivén de los brazos, así que si uno se pasa una hora rasgueando la guitarra el dispositivo va a pensar que ha caminado muchas millas.

Tercero, es un triste tipo de símbolo de status que dice: Yo estoy al día, yo estoy en forma; y es una invitación a que los individuos con muñecas desnudas se sientan fuera de moda y fuera de forma.

Aún peor, hace que quien los usa se comporte de forma enloquecida. Yo conozco a alguien que sale a las 11:30 de la noche en días cuando no ha logrado su meta y marcha de arriba abajo por la calle de su elegante barrio de Silicon Valley – donde se encuentra con muchos otros fanáticos haciendo la misma cosa.

Estar con alguien con un Fitbit es como estar con un drogadicto que necesita un pinchazo.

Hace unas semanas estaba con un hombre cuyo dispositivo se había quedado sin batería y cuando caminábamos por la calle parecía adolorido. Caminar no significaba nada para él: si no estaba mejorando sus estadísticas no había razón para hacerlo.

Lo peor de todos estos dispositivos es que a largo plazo probablemente no tengan ningún efecto. Un estudio científico reciente mostró pocos indicios de que en realidad cambian el comportamiento.

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